– Ya se sabe: los chinos mienten. Porque… ¿cómo es posible que hayan controlado todo eso y tal y tal…?
– Bueno, los coreanos y los japoneses también van por buen camino y…
– No me creo nada, porque los asiáticos son muy mentirosos, ya se sabe.
Caso A: En el hogar de un tipo que trabaja en el aeropuerto, los médicos de un hospital han detectado el caso de una mujer que ha dado positivo. De inmediato se ordena el aislamiento de toda la familia y se ordena la realización de 20.000 PCR (mejor con letras: veinte mil PCR) sobre todos aquellos posibles contactos con el trabajador aeroportuario con resultados de las pruebas en 48 horas y el aislamiento consiguiente de toda la posible cadena de transmisión. Se ordena la colocación de etiqueta naranja para toda la ciudad, lo que implica que cualquier persona que viaje hacia dentro o hacia fuera de la misma necesitará un certificado PCR.
Caso B: Unos abuelos deciden desplazarse a la ciudad donde vive su hijo porque hace semanas que desean abrazar a su nieta. Ambas ciudades están fuera de emergencia y entre los miembros de la familia no hay ningún caso positivo. Al fin, los abuelos toman el avión (o el tren de alta velocidad, da lo mismo) y logran reunirse con los suyos. La nieta, muy contenta, sabe que después de la visita de sus abuelos permanecerá dos semanas sin asistir a clase, en previsión de cualquier posible contagio. Es la norma establecida por las autoridades sanitarias.
Caso C: Ella, profesora de mediana edad, llama a un amigo, médico en un hospital, para comentarle los síntomas extraños que padece. Su amigo le recomienda que acuda con urgencia al hospital, para ser evaluada. Los síntomas son claros y se le realiza test de antígenos: resultado positivo. Su estado general es bueno, así que es enviada a casa con instrucciones muy precisas y estrictas de confinamiento. Su amigo, por teléfono, le reconfirma las instrucciones para el aislamiento advirtiéndole de la seriedad del caso. Unos días más tarde, el médico se encuentra con otro amigo, a su vez amigo íntimo de la profesora. Le pregunta por ella y por su estado salud. El amigo común se extraña:
– “¿Le pasa algo?”, pregunta.
– “Sí, nuestra amiga dio positivo y tiene que permanecer aislada hasta que se le indique”, le responde.
– “No, eso no es posible, porque ayer mismo ella y yo estuvimos tomando un café en la calle”, le cierra.
Sólo uno de los tres casos sucedió en España. Les ruego que adivinen cuál de ellos ubicarían ustedes entre nosotros, pero les recuerdo que aquí se oculta hasta tener piojos porque está mal visto y da vergüenza.
Desde el mes de mayo, tanto el ministro Illa (‘el ministrilla’) y el descuajeringado Simón sostuvieron que no era aconsejable la realización de test en los aeropuertos porque eso creaba una “falsa seguridad”.
Ayer mismo, tras implantarse la medida para los procedentes de países con altas tasas de contagio, Simón persistía en su orgasmo masturbatorio idiota: “Soy crítico con los controles en puertos y aeropuertos porque el impacto es mínimo y el esfuerzo no compensa”.
Alguien ha matado a alguien. Algunos siguen en orgasmo. Tal vez, algún día, Simón estará en busca y captura de la Interpol.
Otros, los que sienten vergüenza y ocultan los diagnósticos, merecerían ser juzgados o ser corridos a leches, emplumados y arrojados al pilón. Por gilipollas e irresponsables.
He dicho.