Los Doctores Muerte y el fasciocomunismo

El comunismo suele ser tan solidario con los problemas de la gente que considera que lo mejor es confiscar las soluciones. Hunden la economía o salen al mercado las vacunas contra la pandemia y pronto a un pelapatatas del estilo de los hermanos Garzón siempre se le ocurre una idea brillante, ya sea fabricar billetes a destajo o expropiar las vacunas al que las fabrica o las distribuye.

La consecuencia inmediata, como deduce hasta un bebé, es que el país se va al carajo y las vacunas, que alguien ha fabricado tras muchas inversiones y experiencia en investigación, desaparecen. A partir de ahí sólo queda echar la culpa a los mercados, que no responden a la fértil imaginación desvariada que les anida en su utopía.

Echenique y Errejón son dos grandes especialistas en caer en esta clase de enunciados demagógicos que parecen comprados en un chino de todo a euro. En el segundo caso, encima, suele revestirlo con alguna cita pedante de un manual de autoayuda del buen marxista posmoderno. O sea, dos pelmazos enciclopédicos. De libro.

Con las leyes del aborto y de la eutanasia, el socialcomunismo cierra el círculo de su afición contra la vida y de su culto por la muerte, devoción compartida con el nazismo, que para eso proceden de la misma madre.

El nazismo y el comunismo compartieron siempre una exaltación telúrica de lo bello y joven. Granjeras fértiles y rubias al servicio de la Patria; hermosos arios musculados, deportivos e inconscientes como un automóvil futurista de Marinetti. Esa veneración por la distopía, por lo fabril, por lo que estaba por formarse, o mejor, por ser moldeado al gusto de su ingeniería.

En la poesía, en la pintura y en la propaganda, los valores los acumulaban las matrioshkas sanas, “el hombre nuevo”, las juveniles tropas, la sangre por estrenar ya derramada, fabricados como herramienta al servicio de sus respectivas causas. La plenitud de lo juvenil como tabla rasa.

El resto, todo, siempre era material sobrante, o Antiguo Régimen o materia prima desechable para la forja de sus nuevos militantes.

No sorprende nada, pues, tanta fascinación en el fasciocomunismo por las cunetas y los paredones, pero también por la eugenesia, por el aborto, por la eutanasia, verdaderas obsesiones por perpetuarse en la imposible foto fija de la Eterna Juventud como representación de la patria en el sentido más execrable de su idea peculiar de un ‘nacionalismo’ mundialista, internacionalista o globalista, que viene y pretende ocuparlo todo.

Quienes sienten la tentación de ese poder omnímodo sobre las masas, nunca tiemblan para prescindir del individuo, aunque tengan que mentir cuanto haga falta.

Para defender las leyes del aborto (como ocurre ahora en Argentina), acuden siempre a lo excéntrico o a lo anecdótico: menores violadas, malformaciones severas del feto o riesgo grave para la vida de la madre…, a sabiendas de que, tres minutos más tarde, las limitaciones serán sobrepasadas y convertirán la industria en un negocio cuasi genocida.

Lo mismo ocurre ahora con la eutanasia y con ello cierran el círculo sobre el primer derecho constitucional y universal, que es el derecho a la vida. Millones de años de evolución le costó llegar al ser humano a la conclusión de que la pena de muerte es una rasgo incivilizado que permanece aún incluso en algunas sociedades avanzadas.

La inducción al suicidio, más si sobre personas débiles o en situaciones afiladas, seguirá siendo un delito en nuestro Código Penal y se dirá que permanece, pero es sólo un paso antes de confundir los galgos con los podencos y las churras con las merinas.

A todos los que hablan en términos absolutos de la libertad para disponer de la vida, cabe recordarles que no tienen libertad para salir a la calle a la hora que les plazca o para educar a sus hijos en lengua española y no dicen ni pío… Por lo demás, como dice el profesor Contreras, la vida es un derecho previo al de la libertad, de modo que no hay ni puede haber un derecho a la libertad de disponer de la vida y si ejerces esa voluntad de prescindir de la vida se acabaron todos los demás derechos porque eso sí es irreversible.

Si preguntan a la masa en una encuesta si están a favor de la eutanasia, es muy posible que la inmensa mayoría esté pensando en la aplicación a terceros y no a sí mismos. Pero si algún día les llega ese momento, tal vez será demasiado tarde y todos habrán interiorizado como legítimo que alguien pueda decidir que su vida no es rentable, sea por excesivo esfuerzo para los suyos, por bajo interés público o de rentabilidad para el Estado. Sus intereses particulares quedarán sometidos al interés general y prescindirán de ellos en un nuevo ‘nicho’ de mercado con el que se harán ricos los inescrupulosos y aquéllos a los que la moral les parece cosas de vieja o de su iglesia, la que sea.

El 1 de septiembre de 1939, el mismo día que daba inicio la II Guerra Mundial, entró en vigor en la Alemania nazi la T-4 Aktion o Decreto de la Eutanasia que permitió la eliminación masiva de más de 200.000 personas con malformaciones, enfermedades crónicas, psiquiátricas, etc. La metáfora perfecta de la no moral cuando se atenta contra la vida y se empodera la perfección y la belleza sin moral hasta límites absurdos.

Antes de que nos demos cuenta los tanatorios serán transformados en un mercado persa donde se chalanea la dignidad del ser humano y conoceremos a los Doctores Muerte que se presten a la causa por la torva manera de agarrar la taza de café o de manejar una jeringuilla para enchufarte una vacuna.

Y encima todo esto lo aprueban a una semana de celebrar la Navidad, que para los cristianos es una forma de recibir a Dios-Jesús recién nacido y para las culturas ancestrales y los agnósticos es una manera de celebrar la luz y el renacimiento de la vida tras la muerte del solsticio de invierno.
El muy siniestro lo llama “Fiestas del Afecto” y lo celebra con un cántico a la muerte tenebroso como un pelotón de fusilamiento.

He dicho.




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