Los carteles

Casi 18.000 de euros (3 millones de pesetas, 12 millones de reales…) no son suficientes para crear ayuda, ya no en alguno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad, sino en cualquier barrio obrero de los más de 70 que hay en Sevilla.

En ayudas a niños, a orfanatos, a algún hospital con familias sin medios y enfermas, al banco de alimentos de cualquier iglesia, a la asociación contra el cáncer, el hambre, el tifus (Dios no lo quiera), o seguro que se les ocurre a ustedes unaONG que se dedique a prestar algo a quien realmente lo necesita. Dentro de la ciudad. No hace falta salir fuera.

Pues no, parece que no son suficientes. Al Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla no se lo parece.

Sé que voy tarde, quehaceres estivales me han mantenido fuera de ustedes (exquisitos lectores de este, un diario que dice las cosas como más verdad son), pero tenía, aunque con falta, que presentar mi vaga queja.

Al grupo de LGTB y al de GSFNS (*) les urgía la necesidad de cambiar carteles señaladores. Esos que indican el camino a cualquier mercado de abastos, en los que un supuesto monigote femenino hace las veces de empujar un carro de la compra de un supermercado (que por cierto, los carros que se llevan al de abastos son de dos ruedas, tirar y de tela o hule y no de cuatro, de empujar y metal…)

Pues esos tantos euros se ha gastado “Casa Espadas” en pantalones para los fantochitos de tinta negra. Para que los gays, lesbianas y transexuales no se sientan marginados en Sevilla. Muy marginales y marginados han de sentirse sí, porque son muchos euros como para no dedicarlo a alimentación, medicina, material escolar, ropaje… de la que tantas familias en Sevilla carecen. Pero eso no vende ni se ganan votos.

Ser muy mamarrachos es lo que supone. Que ocurran cosas como esta. Y ser muy sinvergüenzas y muy enfermos. Sí, enfermos. Porque permitir ese gasto en vanidad estando como está la ciudad y los ciudadanos es, de pastillita.

Y yo, como señora que soy, no me siento venida a menos porque ese cartel lleve falda y empuje un carro de la compra o de un bebé. A ellos, parece que les puede el complejo. Ojalá ver a todos los “tíos” de ese sector con un kilt puesto, que aunque presumen de condición ni por esas se atreven.  

Me gusta enseñar pierna, pero no hacer la compra. El carrito, que lo empujen los señores miembros y “miembras” del Ayuntamiento con los brazos, la cabeza, o cualquier sobresaliente asta de su testuz.

Que hagan lo que quieran que para eso los votan ¿no?, pues yo seguiré diciendo lo que me dé la gana. Lo que me salga de la punta del alfiler de mi tocado. Sepan que llevo un rotulador de punta gruesa, negro e indeleble en mi bolso de señora (nada de mariconera de caballero que ni tengo ni quiero), para que quizás, quién sabe, si se me planta delante un cartel con un tío en pantalones empujando un cesto metálico, les pinto una falda de tubo más apretada quepaquete de tizas de las cuadradas y unos tacones, en menos que pestañeo.

 

(*) GILIPOLLAS SIN FRONTERAS NI SOLUCION




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