“La mujer siente admiración por la fuerza del macho y anhela a veces que se la obligue a hacer aquello que en realidad desea, pero se rebela contra la presión de la fuerza masculina cuando su corazón no ansía aún ser dominado o cuando ha dejado de desear dicha dominación”.
Hasta aquí la cita extraída de “50 sombras de Grey”, ese exitoso libro cavernario que explora, se regodea y merodea en el patio trasero del sexo, que es como el patio trasero del patio trasero, lugar reservado para la fantasía de una Alicia en tanga y tacones de aguja a la que nada cabe oponer, habida cuenta que se trata, según numerosos estudios expertos, de una fantasía íntima bastante común entre los ellos, las ellas y las elles o los elles.
Esto, planteado así, no levanta mucha polvareda, porque todo depende del contexto en que se circunscriba la frase y no es igual que semejante alocución se exprese en la consulta de un psicoanalista que en la tribuna del Congreso, en un mitin de exploración de empoderamientos feminoides que en una conclusión de machirulos en una taberna, lo cual, al fin, nos lleva a esclarecer que lo importante aquí no es el contexto, sino es el “ad hominem” de quien lo diga, porque no es lo mismo si quien lo enuncia es Isa Serra o Santiago Abascal y entonces el argumento pierde todo su valor y predomina el quién lo dice.
Así ocurre también con las acciones o las ideas políticas, que Ábalos puede cometer o enunciar verdaderas fechorías y, en nombre de su adscripción ideológica (¿de verdad tiene ideología Ábalos más allá de su mera militancia en lo que toque defender?), no le sea tenida en cuenta ni siquiera por los suyos.
O el propio Sánchez, que puede afirmar o negar casi cualquier cosa y hacer exactamente lo contrario sin que a su cuerpo de ‘clap’ le conmueva lo más mínimo y puede incluso proclamar, convertido en sacerdote supremo de lo igualitario, resiliente y sostenible, que el objetivo es no dejar a nadie atrás y al mismo tiempo reservarse en el secreto de Estado su derecho a llevarse a La Mareta o al Palacio de Doñana a todos sus amigos de la juventud a pasar las vacaciones como un rey persa rodeado de sus colegas de trapacerías a costa de los presupuestos.
Aquí no pasa nada, pero es evidente que en la impostura de la superioridad moral de la izquierda cabe todo eso y más, porque se puede prohibir o secuestrar hasta la libertad de Prensa si eres de izquierdas, pero si lo hiciera la derecha sería una muestra indudable de nazismo. O puedes organizar fiestas de correligionarios en contra de las normas sanitarias como Yolanda Díaz pero si sales a correr por el parque en solitario durante un confinamiento, aparecen la Fiscalía, Marlaska, el ministro de Justicia y un ejército de palabreros a multar y a despellejar al interfecto…, si se llama Rajoy, claro está.
A Vox, sin ir más lejos, se le tachaba de partido inconstitucional por los de la palabrería zurda apenas porque señala la conveniencia de que el Estado de las autonomías debiera ser modificado y expulsado de la Constitución utilizando para ello el procedimiento legal establecido en la propia Carta Magna.
A Sánchez o al señor Marqués de las Cloacas, sin embargo, les vale atentar cada día contra un artículo imperativo de la Constitución por la vía de los hechos, incluida la Corona y en defensa de la República desde el Gobierno, sin que su troupe se alarme ni sugiera que se trata de partidos fuera de la Constitución. O sea, el ad hominem de nuevo y la manga ancha o el lado del embudo a elegir.
Aun así las cosas, déjenme apenas un hueco para exponerles mi recomendación cuando hablamos de abuelos, a los que conviene dejar en paz.
Los abuelos, más si fallecidos, debieran ser objeto de respeto siempre (o casi siempre) y de guardar en la memoria. Al fin y al cabo, sin los abuelos, en lo general y en lo particular, no estaríamos aquí, que es ya motivo suficiente para recordarles en la intimidad y sin alharacas. Pero mi consejo es no alardear de nada ni utilizarlos de bandera, salvo certificación muy expresa de la Historia.
Pueden incluso ser homenajeados en la intimidad, pero no exhibirlos como estatuas ni ser utilizados con prédicas moralizantes sobre lo que fueron o no fueron, porque en la procelosa vida que a muchos de ellos les tocó vivir caben mundos ignotos y difíciles de entender, para bien o para mal, contemplados desde aquí.
Digo esto porque rascar en las circunstancias y sacar a pasear a un abuelo del alma en el armario, más con una Historia reciente como la de España, es arriesgarse a una sorpresa no siempre aleccionadora si no es con la condescendencia que suele conllevar el vínculo familiar.
Y si señalo todo esto es porque la cita inicial de este artículo, lejos de pertenecer al libro que he citado al comienzo, está extraída del libro “Problemas conyugales o vida y estado matrimonial” (Ed Dux, Barcelona, 1953), que firmó en su día un tal Manuel Iglesias Ramírez, ex condenado a muerte por los crímenes en los que había participado, luego conmutada por cadena perpetua, de la que cumplió apenas 5 años de prisión antes de incrustarse como funcionario en el Ministerio de Trabajo de un tal José Antonio Girón de Velasco, dirigente político, éste sí, de ideología marcadamente fascista.
El nieto y la madre de los hijos de éste debieran dejar al abuelo quieto en su lugar y así se evitarían semejantes sustos. Al resto nos evitarían mucha vergüenza ajena y tanta infamia.
He dicho.