Con España entera pendiente del resultado electoral, el robo, el pucherazo, lo perpetró horas antes un árbitro, Gil Manzano, en el Ramón Sánchez Pizjuán…, pero eso es otro tema.
Toda esta horripilancia de campaña electoral y de tensión infinita inconcebible, con los escoltas de partidos en el gobierno agrediendo a policías y lanzando peñascos a líderes políticos, se la debemos, ¡ojo!, a la insensatez de una señora que ha perdido por completo la cabeza sin que sepamos con exactitud en qué momento se produjo el acontecimiento.
Me refiero a Inés Arrimadas, por supuesto, quien quiso echar abajo el gobierno de Madrid para regalárselo al sanchicomunismo por el mismo atajo que ya consintió en su día con el derribo del gobierno de Mariano Rajoy a manos de filoterroristas e independentistas.
El pucherazo, como en el caso de Gil Manzano, fue perpetrado mucho antes, esta vez en Murcia, y a punto estuvo de consumar su traición en Madrid y en Castilla y León, pero le salió el tiro por la culata.
Ni los más fieles “ciudadanistas” se atreven ya a justificar tan penosa lectura política del devenir de España, empeñada su lideresa, antaño carismática gracias a su ascenso en Cataluña, en sustituir a Podemos como socio de gobierno de Sánchez, pero incapaz de entender que sus escasos votos ya sólo provienen de algunos escopetados del PSOE y de arribistas que no cuadran en ninguna ideología en busca de un cargo.
No lo repetiré muchas veces más porque ya me aburre, pero el ascenso de C’s en tiempos de Albert Rivera fue sólo un espejismo, un “mirage”, una “fata morgana” de votantes tradicionales del PP que creyeron estar asistiendo a una especie de refundación del centro-derecha, al estilo de Aznar.
Los bandazos que dieron podrían resumirse todos en la figura de Toni Cantó. Hace apenas unos pocos años, Cantó se convirtió en una punta de lanza contra las leyes de género y era casi el único que, desde una posición moral progresista, con sus reivindicaciones daba voz a miles de padres masacrados por las leyes de ZP, mientras el PP, que había apoyado la aprobación de la Ley maldita, dudaba a través de la Comisión de Justicia que encabezaba el ministro Federico Trillo en el Congreso, si ponerse de perfil o asumir las reclamaciones de un colectivo creciente de padres y familiares a los que se les habían usurpado derechos fundamentales, entre ellos el de poder contactar con sus hijos, nietos, sobrinos, primos…
El PP, incapaz de sostener una línea firme, temeroso de ser acusado de alguna clase de estrechez moral, terminó por plegarse y se abandonó a sí mismo en la reivindicación elemental de tales derechos, asumiendo toda la ideología de género promovida por la izquierda.
C’s por entonces era el único partido que cumplía con los exigentes criterios de la Plataforma para la Igualdad que, desde fuera de la política partidaria, encabezaba entonces el juez Serrano.
Hoy, por el contrario, C’s es parte de ese magma que, al igual que en otros muchos asuntos (el de la ideología de género es apenas un ejemplo), supone una muestra de veletismo interesado que expresa bien su absoluta falta de principios en casi ningún asunto, siempre dispuesto a sustituir su propio criterio por alguno que les garantice a sus dirigentes mantenerse en el poder.
Lo han hecho igual con otros muchos temas, nunca por el interés de los españoles, sino guiados por la posibilidad de alcanzar cuotas de poder, que parece la exigencia de sus padres putativos de la socialdemocracia macroniana y europea, la cual, en algún momento, empezó a temer el desplome y la deriva comunistoide del PSOE de Pedro Sánchez y quiso colocar a C’s como una posible alternativa al derrumbe.
Arrimadas, por tanto, no para de prestar servicios impagables al PSOE de Sánchez y, con ello, a toda la excrecencia que le acompaña en su manera de gobernar, incluido ese Tezanos que desde una institución del Estado obligada a la neutralidad califica de “votos de taberna” a los muchos millones de votantes del centro y la derecha.
Las pedradas, desde luego, las pone la extrema izquierda, mientras el PSOE pretende recoger las nueces de esta tensión inusitada a la vez que se reparte el botín de los impuestos y del presupuesto, pero quien abre las puertas traseras del castillo para que se cuelen los asaltantes es la muy taimada Inés, cuya ceguera política no rellenará una sola línea en los libros de texto del futuro en esta ruina que otros le han proporcionado a España.
Lo siento por Edmundo Bal, un socialista que presume de honrado y que tal vez lo sea, pero cuyo camino, como el de Arrimadas, sólo podría estar en integrarse en el PSOE y encabezar una corriente crítica que pudiera reconducir, aunque lo dudo, la deriva irreversible del sanchismo hacia el guerracivilismo.
He dicho.
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