Las medidas de la carcoma

Pues me temo que avanzando hacia el futuro de la tierra prometida de las “transiciones digital y ecológica” que promueve Sánchez hemos alcanzado ya el año 1918, el de la gran epidemia de influenza.

Instalados ya en plena era de la gripe de los llamados “felices años 20” toca en consecuencia aplicarnos la Ley Seca, según esta vez los expertos de la Junta, a los que en esta ocasión no les he escuchado mencionar el término “equilibrio”, tan deseable.

Nada de vender alcohol a partir de la 6 de la tarde y un individuo no puede adquirir una botella de vino, dado su terrible efecto contagioso, entre esa hora y las 10 de la mañana del día siguiente. Como si las autoridades no pudieran emplearse a fondo en impedir las botellonas de cuatro niñatos inconsecuentes.

Denomino a esto “las medidas de la carcoma”, porque van minando silenciosamente la capacidad de resistencia y doblegando el perfil medio de quienes pudieran estar muy cerca de generar un estallido social. Y el día que algo así suceda, esos políticos y sus expertos pondrán cara de no haber roto nunca un plato.

Rodeados como estamos de sufragistas incendiarias, que en lugar de reclamar el voto exigen desnaturalizar la biología (aunque sobre todo lo que exigen es seguir acumulando pasta en sus chiringuitos), y atiborrados como vamos de una falsa modernidad que nos recomienda desplazarnos en tren y en bici como mi tatarabuela, el siguiente paso será implantar la esclavitud zarista o leninista y, ya luego, imponer el calendario y el horario laboral manchesteriano en alguna industria del estilo de Isofotón, no contaminante pero creada ad hoc para que el socialismo más inescrupuloso se lleve el dinero a manta camini…to de Jeré…, ¡chim-pón!.

Son tantos los avances y prodigios que nos suministran a la plebe que a este paso creo que pronto nos encontraremos en el circo romano para contemplar cómo unas fieras traídas del África ecuatorial o de las selvas de Sumatra devorarán a unos cuantos periodistas insolentes de la vieja escuela, si es que queda alguno para entonces fuera de la cárcel de los ostracismos y de la infamia, que se atrevan a decir en una emisora pública que la violencia en la familia es multidireccional y que el uso de ácidos en esos casos es asunto muy común en determinados países alejados de nuestra cultura.

Siento que no es fácil explicar ni de entender por qué motivo un pueblo como el nuestro se amolda, calla, se exhibe como campeón de la indolencia y no para de tragar quina y quinina con los cierres y la limitación de actividades que decretan de manera compulsiva las autoridades estatales y autonómicas.

En Italia, hace unos días, los hosteleros decidieron por millares y al unísono que hasta aquí llegó la broma y abrieron por su cuenta y riesgo los bares y terrazas, al igual que ha sucedido en el País Vasco mediando ahora una sentencia del Tribunal Superior de Justicia. Contra el pecado de abrir un negocio está la prudencia voluntaria de acudir o no a comprar o a consumir en sus locales, pero esto de que decida la autoridad lo que es o no una actividad esencial más allá de un plazo tasado y razonable, no deja de ser un abuso, una incompetencia y una negligencia con tintes de ilícito penal que impide a los ciudadanos ejercer sus derechos más elementales, entre ellos el de trabajar para alimentar a los suyos.

De poco sirve que los políticos de uno u otro color pregonen que han librado cantidades importantes para paliar esta catástrofe, porque siempre habrá cientos de miles a los que no les llegan o no encuentran el parámetro que se ajuste al baremo trazado por el petimetre de ocasión, que tele-trabaja y no tiene mayor dificultad en pagar la subida de la electricidad.

Y si se trata de catalogar servicios esenciales, tengan por seguro que en la política y en la Administración existen como tales muchos menos de la mitad de los que cobran sin dificultades ni ERTEs y tienen asegurados íntegros sus sueldos y regalías como si prestasen servicio inexcusables al común de los mortales.

Cómo es posible semejante ejercicio de obediencia pasiva ciudadana en este viaje hacia atrás en el tiempo, hacia ninguna parte y prolongado sine die, es algo ciertamente misterioso que precisará un estudio detallado a cargo de psicólogos, sociólogos y antropólogos en el futuro más cercano, del mismo modo que se hizo en Alemania después del diagnóstico de Hanna Arendt para tratar de conocer el alma humana tras la experiencia nazi.

El sometimiento tiene un grado y no es asimilable siempre a la razonabilidad supuesta de los gerifaltes de la cosa pública y del interés general, so pena de incurrir en el riesgo de la irreparable obediencia a los sátrapas más detestables.

Esa clase de estudio no debe olvidar, por cierto, que nos tienen rodeados de predicadores con sueldos millonarios que desde su púlpito de las televisiones nos bombardean a toda hora, nos señalan, nos denostan o condenan y establecen cuál ha de ser el paradigma, mezcla de temor y de dogmas moralizantes, que nos conducirá a la salvación de los buenos ciudadanos.

He dicho.




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