Una imagen habitual que podemos hallar en los penosos vídeos de grescas y peleas tumultuarias que pululan por las redes sociales, es la de esos sujetos que, habiendo permanecido en tercera o cuarta fila, alcanzan su protagonismo cuando alguna víctima está ya vencida, indefensa y en el suelo, para ensañarse propinándole todo tipo de golpes y patadas. Pertenecen a la misma despreciable especie de los que lanzan objetos agresivos o profieren despiadados insultos amparándose en la masa o agreden por la espalda y salen corriendo o se aprovechan de la oscuridad para realizar actuaciones de similar arrojo.
Desgraciadamente, la miserable y rastrera condición de estos individuos no sólo aflora en los enfrentamientos físicos, sino que también aparece en cualquier situación humana donde puedan producirse vencedores y vencidos. En estos otros ámbitos, de los que no se libra ninguno por muy sagrado que nos parezca, los cobardes se acomodan a las circunstancias de cada caso para asegurar la alevosía que caracteriza sus agresiones.
En la política, por ejemplo, es fácil detectarlos en el mundillo de los partidos y coaliciones que gobiernan imponiendo su rodillo sobre el resto, pero sólo debido a su aritmética mayoría de votos y al margen de cualquier otra consideración superior. Ahí las hienas nos ofrecen sus mejores dentelladas.
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