El 10 de febrero de 2019 gobernaba en España Pedro Sánchez como consecuencia de una moción de censura presentada contra el gobierno de Rajoy apoyada hasta por los miserables de Bildu y de la CUP. Las elecciones prometidas desde año y medio antes estaban programadas, al fin, para ese mes de abril.
Aquella mañana, siete formaciones constitucionalistas, siete (PP, C’s, VOX, UPyD, Foro Asturias, UPN y Partido Aragonesista), estaban convocadas a una manifestación bajo el lema “Una España unida” en la Plaza de Colón de Madrid como consecuencia del diletantismo y las cesiones de Sánchez con el golpismo secesionista catalán.
En el acto final, tres periodistas (Carlos Cuesta, María Claver y Albert Castillón) leerían un manifiesto y se calculó que al término del mismo los líderes de los tres partidos convocantes subirían al estrado para una foto junto a los relatores del comunicado.
El momento decisivo llegó al ser invitados por Castillón los líderes de los tres partidos mayores para la foto pactada con antelación. El entonces presidente de C’s, Albert Rivera, subió las escaleras acompañado de una troupe de dirigentes de su partido que le permitirían enmarañar la imagen y no quedar para los restos dibujado como un “trío de las Azores” al que la izquierda habría recurrido siempre como un estigma.
Girauta, Aguado y Begoña Villacís, entre otros, contribuyeron a poblar la escena. No estuvo Inés Arrimadas, cuyo avión desde Barcelona sufrió un retraso, ni tampoco Manuel Valls, el ex primer ministro socialista de Francia que fue candidato con los naranjas a la Alcaldía de Barcelona, pero que prefirió no estar en la foto porque no quería posar con Vox: “Va en mi ADN político”, declaró más tarde.
Aquel cambio de planes que improvisó Rivera, tal vez influenciado o por consejo de Valls, obligó a que los otros dos líderes, Casado y Abascal, se multiplicaran en el estrado haciéndose acompañar, por parte del PP, de Javier Maroto, Dolors Montserrat y José Luis Martínez Almeida; y Abascal, entonces, subió con Javier Ortega Smith, Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros.
Casado y Abascal se saludaron cordialmente en el transcurso del acto, aunque para la foto hubo personas interpuestas entre ambos; Rivera, por su parte, evitó saludar al líder de Vox y para la foto buscó colocarse hacia el otro extremo de la imagen, rodeado de los suyos, hasta el punto de que era necesario abrir a un plano amplio de al menos media docena de personas para que los dos entrasen en la misma estampa.
Nadie electrocutó a nadie, salvo que la izquierda, como era de esperar, quiso demonizar el cromo y ha martilleado desde entonces con la aséptica expresión de “la foto de Colón” recargándola de un rococó de epítetos como “fachas”, “ultras”, “extrema derecha” y toda la sarta de hipérboles habitual en estos casos.
Lo que sí es cierto es que aquella escena de bloque constitucionalista frente al sanchicomunismo complaciente con el separatismo trasladó a muchos votantes del centro-derecha la idea de que podía cambiar su papeleta sin suspicacias habida cuenta que los siete partidos del bloque (en especial los tres convocantes) representaban y coincidían al menos en una idea básica, fuerte y pacífica como la de la unidad nacional.
Al abrirse de capote de este modo era de esperar que el voto de centro se atomizara sin miedo y se redistribuyese, con el resultado de que el PP pasó de los 133 diputados de Rajoy a 66, alzándose C’s con 57 diputados, cerca del sorpasso, y VOX con 24, lo que, sumados, suponía, en realidad, un salto hasta los 147 escaños.
El centro y la derecha crecían (cabría sumarle los votos del resto de las formaciones asistentes) aunque suponía un batacazo para el PP y se certificaba la necesidad de no concurrir con candidaturas distintas para no restarse fuelle.
Con aquel resultado no hubo manera de formar gobierno y se llegó a la repetición de elecciones en noviembre, después de que Rivera urdiese movimientos que le desmarcaban del bloque de la foto de Colón para intentar un pacto con Sánchez, lo que para la mayoría de sus votantes, procedentes casi milimétricamente de la sangría del PP, supuso un desconcierto inmanejable e inasumible: habían confiado en que C’s era un partido de centro-derecha y se encontraron de repente a Rivera en mitad de un pasteleo casi obsceno con el sanchismo.
Los votantes de centro y de derechas no se lo perdonarían y el voto se realineó, de tal modo que el PP recuperó desde los 66 de entonces hasta 89; Vox pasó de 24 a 52 y C’s se desplomó de los 57 de seis meses antes a sólo 10 escaños, lo que en conjunto suponía un crecimiento hasta los 151 diputados, pero mediando el descalabro absoluto de los ‘naranjitos’ y la dimisión de Rivera.
De aquellos polvos, la lectura de Arrimadas y su ejecutiva concluyó que su fracaso (he aquí el gran error) radicaba en no haber logrado un pacto con el sanchismo, lo que les habría supuesto estar hoy en el gobierno, obviando que de haberlo hecho de ese modo, los votantes habrían sentido la traición como un escopetazo en la cara, que al fin y al cabo el electorado detectó.
Los asesores de Sánchez supieron enseguida que abrazar a C’s como socio les habría devorado a sus electores más moderados tal vez para largo tiempo, incluso hasta la escisión y el cisma dentro del PSOE, así que Sánchez nunca tuvo la intención real de pactar con Rivera y prefirió ir a nuevas elecciones.
Repìto desde entonces que el éxito de C’S fue el fruto de una gigantesca confusión de sus votantes, en gran medida procedentes del PP, que creyeron que con la foto de Colón los de Rivera saldaban todos los recelos y se hacían confiables, sin entender que los verdaderos recelos de la foto eran los de Rivera. En este sentido, los veletas fueron los votantes de C’s, no menos que sus dirigentes, sólo que a la inversa.
Arrimadas, contumaz en el error, vuelve a dar motivos para certificar el ADN de los ‘naranjitos’ y engrandece su imagen de ‘veletas’ cuando pacta con el sanchicomunismo en Murcia, en Madrid o donde haga falta.
Sus antiguos votantes, de uno y otro lado, parecen haberse dicho “Nunca más”.
He dicho.
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