Las sutiles violencias: a vuelta de correo

De: H. F [mailto:XXXXX@XXXXXl.com]
Enviado el: jueves, 14 de enero de 2021 23:56
Para: jarenzana@XXXXX
Asunto: ESTOY DEL LADO DE VD.

​“Estimado Sr. Arenzana,

Espero que tenga Vd ocasión de leer este correo, que actualmente se trate de la dirección que utiliza y que no le llegue a la bandeja de “No Deseado”; y espero que llegue Vd a mirarlo, entre tantos insultos y amenazas que presumo recibirá Vd. tras el incidente al que voy a referirme.

Me parece absolutamente escandalosa la verdadera dictadura de la corrección política en que nos encontramos, donde no es que no se permita expresar ciertas opiniones, sino ni tan siquiera matizar ni explicarse. He leído lo que le ha sucedido a Vd., y me parece de vergüenza, quisiera expresarle mi apoyo, y me gustaría también tener voz para hacerlo públicamente. Pero como no uso redes sociales, ni tan siquiera cuento con este recurso. Además, es muy lamentable que se utilicen este tipo de agresiones para hacer una repugnante ideología.

Quiero decirle un par de cosas:

1. Cuando leí la noticia en los medios digitales, lo primero que pensé es que el autor, de cuya identidad no se ofrecía ningún dato, seguramente no fuera español, porque este tipo de agresiones rara vez se cometen en nuestra cultura; también imaginé que, si se ocultaba su posible origen extranjero, sería de manera intencionada para disimular algo que resulta incómodo. Después se difundió su fotografía y comprobé que tenía razón, que esa persona claramente era de otra raza. Rechazo rotundamente los discursos racistas y xenófobos, pero insisto en el hecho de que este tipo de agresiones con ácido, son muy extrañas en la cultura española, y los hechos me han dado la razón. Supongo que se ocultan deliberadamente los orígenes de los agresores en crímenes de violencia machista, y se evita que cuenten en las estadísticas.

2. Por supuesto tiene Vd. razón cuando habla de distintas direcciones, aunque se le niegue el derecho a decirlo y a aportar pruebas. Le envío un caso en el cual, precisamente, una mujer celosa abrasó con sosa cáustica a su marido, de modo que el tipo de agresión es muy semejante al que es objeto de controversia. Lo recordaba de hace algún tiempo, de modo que no he tenido que hacer una búsqueda para hallar algo similar. Puedo recordar, también, a una mujer de Madrid que lanzó frutos secos a su ex, que tenía fuerte alergia, a fin de matarlo (estuvo a punto), o el célebre asunto de “la mentirosa del pegamento” de quien, lamentablemente, no se ha vuelto a hablar.

Le animo a que no se resigne a la tiránica e injusta punición que se le ha aplicado, voces como la de Vd. son necesarias ahora mismo. Quedo enteramente a su disposición para lo que Vd. necesite, y le envío un atento saludo.”

H. F.

A vuelta de correo. Estimado D. H.F.:

Le agradezco enormemente sus palabras de apoyo y ánimo.

Creo que intuye Ud muy bien que cuando no se tiene ni razón ni argumentos, se recurre a la mentira o se atribuye ‘al otro’ lo que el otro no ha dicho ni piensa.

Efectivamente, en este caso se trata de una muestra más de la dictadura de lo políticamente correcto que no desea debatir ni argumentar y que sólo exige que los demás comulguemos y nos arrodillemos ante afirmaciones gratuitas, dogmáticas e irracionales que prefieren por reduccionismo no analizar las causas y razones que permitirían prevenir y hasta erradicar ciertos riesgos y peligros.

Si son capaces de manipular, tergiversar y poner en riesgo la libertad de expresión y opinión hasta del presidente de un Imperio, es fácil imaginar de lo que son capaces con un humilde periodista que, eso sí, se ha recorrido un buen puñado de países y ha tenido que contemplar por razones profesionales la brutalidad de la que es capaz el ser humano para con sus semejantes.

Es muy sintomático y osado que quienes pretenden pontificar sobre el fenómeno de la violencia lo hagan desde sus cómodos sillones y desde sus anodinas realidades domésticas, pero no hayan pisado jamás un escenario de los que ahora me refiero.

Pretender dar lecciones con sus inanes reflexiones de manual de bolsillo a quienes nos hemos aproximado de cerca a las expresiones más crueles de violencia en varias sociedades muy diversas, equivale, en cierto modo, al monaguillo que intenta pretenciosamente enseñarle al cura a decir misa.

Puede creerme si le digo que he dedicado buena parte de mi vida y mis esfuerzos a analizar, a entender y a reflexionar sobre el hecho en sí de la violencia humana en cualquiera de sus formas. Una pequeña muestra de ello es el reciente libro publicado sobre el genocidio ruandés del que se cumplieron hace poco 25 años (“Ruanda, cien días de fuego”. Ed. Última Línea).

Es precisamente por ello que difícilmente puede dudar nadie de que el caso que sirve de origen al asunto que ahora viene a colación, el del delincuente denominado “El Melillero”, es una muestra de violencia criminal machista de un individuo cuyas formas inducen a pensar y revelan posiblemente signos de pertenencia a un grupo cultural determinado en el que resulta abundante esa cruel manera de reflejar las desavenencias y conflictos dentro de su grupo.

Existen múltiples lugares en el mundo donde se practica tamaña barbarie y creo haber intentado exponerlo de manera resumida y racional para acallar la sorpresa ingenua o impostada y para algunos inexplicable, del uso de esas formas de ultraviolencia, que se comparten en lugares tan distantes entre sí como el Caribe, India, Pakistán o muchos países africanos y donde a veces constituyen un tabú casi innombrable, como una liturgia identitaria.

Es muy conocido y singular a este respecto el caso de una de las mejores atletas de todos los tiempos, una famosísima ex recordwoman mundial caribeña, quien se abrasó su rostro y su cuerpo con ácidos tras una trifulca por infidelidad de su entonces compañero sentimental, otro campeón mundial de diferente especialidad competitiva, manifestación extrema de autolesión que en ocasiones se manifiesta agrediendo de ese modo a la persona a la que se cree causante del conflicto y que representa en ciertas sociedades una manera de denuncia y de protesta por el daño emocional infligido a esa persona.

Es tan oscurantista todo a veces que en el caso referido, aún los medios siguen recogiendo que aquello se debió a un accidente doméstico sufrido por la insigne deportista, aunque todos sus compatriotas identifican y conocen lo que se esconde en ese proceder.

Sobra decir, me parece, que explicar las cosas no es “justificarlas”, sino meramente arrojar luz sobre los hechos para poder comprender en su conjunto lo que acontece en cada caso e intentar paliar o solucionar esos problemas.

Lejos de aceptar lo evidente, cuando alguien afirma tajantemente que esa forma de ejercer la violencia criminal no existe en dirección inversa, de mujeres hacia hombres (incluso, como acabo de señalar, hacia uno mismo), no es porque intente solucionar nada, sino que más bien desea negar otras razones de fondo e intenta con ello seguir la táctica del avestruz y diluir la genuina responsabilidad escondiéndose del sol detrás de su propio dedo. Es decir, desean ignorar el problema o reducirlo a una cuestión irresoluble que no atiende a las cuestiones de fondo.

Como Ud. bien señala, es completamente falso y fácilmente demostrable que eso no exista o que no responda también a patrones socioculturales tan antiguos como la conformación a menudo primitiva de ciertos comportamientos aceptados por determinados grupos sociales: basta con abandonar los dogmáticos prejuicios que intentan imponernos en otra forma más sutil de violencia, como es el caso.

Hay miles de muestras de ello, como Ud. bien dice, y aceptar el hecho no supone equiparar ni comparar nada (menos aún restar valor a hechos tan graves como la violencia que se ejerce sobre las mujeres por serlo), sino sólo constatarlo para luchar mejor y lograr erradicarlo desde las verdaderas causas que lo originan, porque tamañas aberraciones habitan dentro de comunidades cerradas y afectan a todos los miembros, a menudo sin distinción de sexo.

Ellos, esa clase de gente que pretende desviar la atención sobre las causas profundas del problema o las diluyen en una apreciación reduccionista, torpe e incompleta, son auténticos negacionistas en todo este asunto y forman verdaderamente parte del problema.

Reciba mi más cordial saludo.

He dicho.




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