Todo sabíamos que sucedería y que llegaría el momento en que esta muchachada post adolescente, cuya formación intelectual se inició con la cría extensiva de Tamagochis en las horas de recreo y la Nintendo, se prolongó con la la XBox y culminó en la Pleisteichon, trufada con algunos ratos de ocio de sus mayores ante el Sálvame, terminaría rompiendo en una sesión de cotilleo, de modo que las ministras pudieran tener acceso y participación directa en los sillones surreales de lunares o de colores imposibles junto a María Patiño y Kiko Matamoros.
Era previsible y ahora queda reafirmado entre esta población juvenil con un 60% de paro que el verdadero objetivo no es el de lograr una formación adecuada para conseguir un empleo ni tampoco el de la reivindicación huelguista en los talleres de la SEAT o en los astilleros, sino el de acceder a los canales de la fama, aunque para ello, si no has nacido Rociíto, tengas dos vías: o logras entrar en un reality de aprendices de cantante o en una isla de las tentaciones dispuesto a exhibir los cuernos, lo que luego te abrirá las puertas para departir con la jauría de “rojos y maricones” que proclama ese gañán, o bien llegas antes a ministra y a partir de ahí te sientas en uno de esos tronos del exhibicionismo lerdo de los viceversa como un titán o como una diosa borracha de ti misma.
No te preguntes lo que tu país puede hacer por ti y ni siquiera lo que puedes hacer tú por tu país; pregúntate, mejor, cómo llegar a ministra de lo que sea, de cualquier cosa, incluso por la vía que denuncian las del “Me too”, o sea, por la senda del colchón y la entrepierna, para acceder a continuación a los salones de la luminotecnia catódica para esparcir doctrina miserable de marujas consumistas envuelta en la soflama abyecta de tu permanente demagogia.
La ministra Irene Montero es un ejemplo a seguir y ha logrado ocupar la posición que se merece, a la altura de su rabiosa inteligencia y sus poderosas convicciones progresistas, que consiste en sumar propiedades y caprichos para que cuando llegue la hora de las puertas giratorias, ella, en lugar de caer sobre un sillón de consejera de una megaempresa del Ibex35, caerá directamente sobre el trono vacío de Mujeres y Hombres y Viceversa.
“Get the power!”, escribió Pablo Manuel en un tuit el día que contempló una foto de su doña y de su amiga Yoli Díaz, ambas con los hombros al descubierto, tacones, falda y el canalillo al aire, cual Ángeles de Charlie, portando una cartera como quien cambia de aula para asistir a las clases de geografía en el Insti pero vestidas para un cóctel en la urba.
Alrededor de aquella imagen, el bombardeo masivo de casi seis millones de parados y más de cien mil muertos no atoraban el pensamiento sexuado del macho alfa, orgulloso de contemplar a las bellezas de su barrio pisando las moquetas y las alfombras oficiales en la atmósfera ficticia de sus nuevos Ministerios.
Ya no hay que “crear dos, tres…, muchos Viernam”, como proclamaba el Ché Guevara en 1967 en su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, sino programar muchos “Salsa Rosa”, muchos “Tómbola” y “Sálvame de Luxe” donde las verdaderas mujeres empoderadas de la izquierda ocupen los asientos principales rodeados de rojos y maricones a todas horas desde los que pontificar contra el machirulismo patrio… y contra Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio, por supuesto.
Las milicias radicales y las 13 rosas han alcanzado sus últimos objetivos civiles al tomar al asalto los sillones del filibusterismo televisivo, no para hablar de la red de abusos a menores de Mallorca que la izquierda se niega a investigar por razones tan espesas que dan asco, sino para elevar a los altares a una dama aturdida por las drogas de receta y por un drama personal que la convierte en una víctima, primero de sí misma y de la triste historia de sus progenitores, que le robaron la infancia y la convirtieron en un juguete roto antes de salir del envoltorio, y luego de sus circunstancias personales, con un marido tan quidam e irresponsable como ella misma.
Lo más inconsecuente de todo esto es que quienes intervienen y efectúan afirmaciones sesgadas e incompletas al respecto, son las principales promotoras de que se elimine el llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP) de la lista de circunstancias que permitan apoyar una acusación ante los tribunales de maltrato psicológico como la que señalan y padecen cada día centenares de miles de padres en nuestro país y que ahora, tristemente, embiste de lleno a una mujer que “ni siquiera es de las nuestras”, pero es mujer y con eso basta.
La incongruencia es de tal calibre que, aprovechando la fama de la aludida y profundizando en la intención de aprovecharse de ella, como toda la vida han hecho los lobos de su entorno, pretenden elevarla al estereotipo de mujer maltratada cuando de veras representa vivamente el paradigma de una gran parte de los padres de España vejados y marcados como ganado, a merced de esta jauría de demagogas capaces de reventar la igualdad consagrada en la Constitución con tal de sentarse en un programa de cotilleos a despellejar al que haga falta.
¡Viva el vino!
He dicho.
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