Mis primeros años de vida residí en Sao Paulo. Bueno … menos lobos. Traduciendo al sevillano: me crié en el Polígono San Pablo. Vamos… ¿quién dispara primero a bocajarro?… adelante… no se corten… El “políngano” lo llaman. “Políngano” en vez de polígono. Con un retintín entre cachondeable y despectivo, ¿no es cierto? El “políngano”. Una barriada de gente currante y humilde, donde mis padres accedieron a una vivienda de protección oficial.
Con el matiz de que esta menda, la menor de cuatro hermanas, en vez de venir al mundo con un pan bajo el brazo, como mandan los cánones, hizo la gracia de presentarse con una tetraplejia y una severa discapacidad.
Un leve detalle: el piso se hallaba en la cuarta planta y sin ascensor, dejándose mis queridos familiares los higadillos y el resuello cada vez que tenían que subirme a casa tras llegar del cole.
Apenas podía dormir la noche mágica de los Reyes, con el corazón en ascuas y la ilusión a flor de piel, abriendo mamá la puerta a la pandilla de amigos que llamaban a primera hora …
– Vamos al patio con los juguetes que nos han traído los Reyes Magos y queremos que Rocío venga con nosotros.
– Muchas gracias pero… son cuatro plantas y mi niña va en silla de ruedas.
– No se preocupe, señora. Somos diecisiete. La llevamos entre todos.
Compartíamos muñecas, balones, patines y parchís, en días de inenarrable belleza, en los que desplegábamos nuestros afectos poniendo juegos en común, volviéndonos más humanos y generosos, que todo era de todos y nada era de nadie.
Poco duró el lapso temporal de mi fabulosa ensoñación de Sus Majestades de Oriente y demás compañeros de inocencia. Pronto descubrí que el buen hacer de nuestros padres nos implicaba en ese maravilloso universo de infinitos horizontes, y una se cuidó muy mucho de no descubrir el pastel a las más tiernas generaciones.
Todos sabíamos de las familias que llegaban malamente a fin de mes, cortitas con sifón de garrafón, sin dinero para los Reyes de sus criaturas.
De modo que recomponíamos, con cariño y como el Niño Jesús nos daba a entender, los lógicos destrozos de nuestros usados juguetes. Restañábamos heridas de muñequitos indios y vaqueros. Poníamos parches a pelotas pinchadas… de modo que ningún juguete, ninguno, quedase confinado en un lúgubre trastero, pasando a tener nuevas vidas y nuevos e infantiles dueños, sus más legítimos destinatarios, hijos de vecinos con escasos ingresos. Todo quisqui tenía sus Reyes. Un milagro de veras. El milagro del “políngano”.
Una no podía valerse de brazos ni piernas, pero mis amigos (que lo siguen siendo hoy) se desvivían para incluirme en sus aventuras. Al menos tenía buena vista, lo cual me permitía ejercer de árbitro en sus partidos de fútbol, o me ataban el cabo de una cuerda en mi silla de ruedas, que era utilizada para que saltaran a la comba delante de mí, mientras yo disfrutaba más que un capillita el Jueves Santo, viendo los traspiés que de cuando en cuando pegaban.
Igualdad real. Inclusión de todos. Solidaridad “polingonera” y obrera de pata negra, tan distante de las gilipolleces de los ministros Garzones, de las ministras Monteros y demás capullitos de alhelí, a los que hemos visto vestiditos de ositos de peluche, haciendo de piquetes junto al “Cortinglé”.
Niñatos y niñatas y niñates de papá y mamá, con el puñito en alto y luciendo ropa proletaria “made in Dolce Gabanna”. Ignorantes de la realidad de millares de barriadas como aquella en la que tuve el honor de vivir mi infancia.
Hablando con solemne estupidez y como si hubieran descubierto América, cuando de toda la vida en mi polígono del alma se han puesto los juguetes a disposición de todo hijo de vecino, para que cualquier renacuajo se harte de disfrutar, con independencia de que elija una Nancy o un Geyperman.
Y todo ello disparando con pólvora del Rey: 80.000 eurillos de nada ha costado su vomitiva campaña, costeada por los currantes que levantan el país, como los obreros de mi antiguo barrio, y sin hacer la más leve mención a la necesidad de que se fabriquen juguetes inclusivos para niños con discapacidad, ni al derecho a que las familias sin recursos puedan sorprender a sus hijos con regalos el 6 de enero.
Vulnerando, en definitiva, la bendita y sagrada inocencia de nuestros niños, quitándoles un día de sus juegos por el capricho de una huelga artificial y ñoña, en aras de no sé que historia de que los juguetes no tienen género ni génera, tal que las hitlerianas juventudes acudían a felicitar al Führer en su cumpleaño, cambiando únicamente la cruz gamada y su adoctrinamiento por todos somos iguales e “igualas” y mucho cuento.
De modo que si los Garzones, las Monteros y demás ralea van acojonando al personal, citando a filósofos de pacotilla que hablan de empoderamientos, de palabras raras y chorradas, me toca sacar la artillería pesada y les zumbo la andanada del pulpete, largándoles los razonables argumentos de un ilustre literato y Premio Nobel, que encajan con estos dictadores como anillo al dedo:
“Paletos de la era, catetos, cretinos sin tino, miserables impresentables, tontos del haba y la cava, zoquetes, palurdos, recios necios, tupidos estúpidos, mezquinos, kawen estos egoístas de una mierda para ellos y todas sus mulas”.
Así es. Los inventores malditos de esta huelga paripeña se han ganado a pulso estas definiciones de nuestro insigne escritor. ¡Caray! ¡Disculpen! ¡Olvidé citar el nombre del Nobel! No, no. No es un vecino del “políngano”. Reconozco que es palabrotero y mala bestia parda, pero entiendan ustedes que esta ocasión la pintaban calva. Tenía que traerlo a colación: Camilo José Cela.
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2 Comments
Eres admirable, Rocío.
Gracias no pretendo hacer un mundo más justo