La fachofobia existe

En una entrevista de 2019 en El Mundo con la querida compañera Silvia Moreno, el cantante, agitador y compositor musical catalano-andaluz Kiko Veneno (nacido en Figueras), que ahora saca nuevo disco, le metía al soslayo unas cuantas estocadas a la situación política española y calificaba a los independentistas catalanes de “la vanguardia de los mamahostias”. Y decía: “Hace 40 años, los que salían a la calle eran de Comisiones Obreras, la vanguardia del movimiento obrero. Cataluña en muchas cosas era la vanguardia. Y el sistema obrero catalán lo era. Y ahora, en vez de eso, en Cataluña está la vanguardia de los mamahostias, que quieren hacer un independentismo y se han olvidado de lo importantes que eran ellos para nosotros. De lo importante que era Lorca para Dalí y Dalí para Lorca”. Y luego añadía: “Y ahora están los impresentables que ponen la bandera de España. ¡Eso tenía que estar penado!”.

Como suele ocurrir en estos casos, sacado de contexto su mensaje se prestaba a la polémica cuando añadía: “No hay cosa más agresiva ni que cree más mal rollo que eso. Si pongo una bandera en mi balcón estoy denunciando que todos los demás no son patriotas. ¡Eso tenía que estar penado! (…) Está incitando al odio, te está acusando de falta de patriotismo. Es una forma exagerada de decirlo, pero no es que ejerza su libertad al colocarla sino que está sembrando odio”, aunque acto seguido opinaba sobre los lazos amarillos y afirmaba que “Es lo mismo. Sembrar odio”.

En ese contexto, Kiko declaraba: “¡Eso es incitación al odio! ¿A mí qué coño me importa la bandera de mi país? Yo sé que soy español, nadie me tiene que recordar cuál es mi bandera. No soy un cateto norteamericano que necesita tener su banderita. Nosotros somos latinos, griegos, fenicios… aceptamos la bandera de España y nos enorgullecemos de ella, pero no la quiero poner en mi casa, negándole el patriotismo a nadie”.

A partir de ahí, la batidora de las redes sociales creó una pasta intragable con sus declaraciones y ya no hay forma de aclararse, aunque basta con acudir a la literalidad de la entrevista para entender algunos de los discutibles pero legítimos matices que trataba de introducir, aunque con escaso éxito.

No sé si este es el caso, pero ha sucedido muchas veces a lo largo de la Historia que lo que se esconde detrás de una categoría es a menudo una anécdota personal sin intención alguna. Hace unos días, por ejemplo, un amigo me cuenta que pasó hace poco por la urbanización en la que vive Kiko Veneno, en el Aljarafe sevillano, y que pudo observar que en el chalé de su vecino hay colocado un mástil de buenas dimensiones con una bandera de España.

Desconozco aún si su vecino la colocó como respuesta sin palabras a la polémica generada por aquellas declaraciones de Kiko Veneno o si ocurrió al contrario: es decir, si cuando el cantante se expresó de ese modo en realidad estaba pretendiendo dar íntima respuesta a un vecino con el que se lleva mediana o rematadamente mal (vaya usted a saber si es que ladra mucho el perro en la parcela por las noches o si suele entorpecerle el paso en el vado permanente de su casa) y utilizó lo de las banderas a modo de pildorazo, en cuyo caso la polémica se vería reducida a un asunto doméstico de cuya trascendencia tal vez debería ocuparse un psicoanalista, pero poco más.

En nuestro mundo actual, al parecer, sobran la intención y los matices, porque todo se reduce a la literalidad, a la etiqueta y al exabrupto. Lo que digo es que la demonización del otro, la agitación permanente, la invención de fobias y de ‘delitos de odio’ (estupidez soberana que no explica si existe la fascitofobia) nos ha achicado a todos el terreno de juego de la libertad de expresión y de pensamiento hasta el extremo de que no se puede opinar ni pensar sin incurrir en una categorización aberrante que obliga a los comisarios de lo políticamente correcto a combatir y perseguir continuamente la disensión, a sabiendas de que sin discrepancia no hay debate ni verdad posible.

Han convertido la realidad social en una inmensa ‘habitación del pánico’ (de sus propios miedos particulares) de la que expulsan al discrepante para enviarlo a un gulag de silencio, transformado, como decía Sartori, “en un don nadie castigado con el silencio, con el ostracismo y la marginación. La fama, el éxito, los premios siempre son para quien sabe olfatear el viento de lo políticamente correcto”.

El infortunio de todo esto es que ni siquiera son conscientes de que, como ocurre en Cuba desde hace 62 años, ejercen como caprichosos dictadorzuelos y como chivatos miserables al servicio vergonzoso de la tiranía de turno. Y así estamos.

He dicho.




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