La calle Don Fadrique

Si Don Fadrique levantara la cabeza, se volvía a meter dentro del sepulcro y seguramente que para los restos de los restos. Que cuánta miseria viene acumulándose desde hace años en este tramo de arteria por donde discurren miles de viandantes, nativos y foráneos, atraídos los de fuera por la cercanía con el monumental Parlamento de Andalucía y la Basílica de la Macarena en sus primeros números. Qué vergüenza de “postal” la que se ofrece a propios y extraños en el día a día de esta calle, en la que tuve mi primera vivienda cuando por exigencias del guión de la vida me trasladaron a Sevilla.

Uno se pregunta constantemente, cómo es posible que frente por frente de los pasillos y despachos de la clase política andaluza, de los representantes de los ciudadanos, se permitan escenas de tanta degradación social y a la vista de cualquiera: un tío meando en la esquina con Esperanza; el de las muletas con la lascivia en los labios cuando pasan las chavalas; un gigante con pinta de matón; los “aguaores” estratégicamente situados; las dos paradas de autobuses, juntitas las dos, que son verdaderos imanes para el tirón y otras asquerosidades, etc.

En la media hora larga que estuve paseando por la citada vía, a paso de guiri, me asaltó, de primera mano, una morena con la dentadura de aquella manera y que ya me tenía enfilao desde uno de los bancos que están situados junto al Anatómico Forense, ofreciéndome una mamada (“en ese rinconcito en el que no nos ve nadie y por diez pavos, guapetón”); de segunda mano, un menda repeinao con saliva y sentado en una hamaca, me soltó a bocajarro que si quería coca o “rebujito”, cuando pasé por su territorio-oficina; de tercera mano, otro desgraciao que estaba dando tumbos me enseñaba dos o tres relojes viejos, cadenillas, pendientes y anillos, envueltos en un pañuelo lleno de mocos…

¡Qué penita, queridos lectores! Mi antiguo camino convertido en un medio zoco de delincuencia, en una callejuela del sureste del Bronx neoyorquino. Todo ello, en la antesala de la Macarena y a luz entera, como yo digo. Que cuando las sombras se echan a lo largo y ancho de ella el temor se apodera de quienes la atraviesan. Y lo que te hierve la sangre es que el que está en la Plaza Nueva, el ínclito, tiene puntual conocimiento de esta situación desde hace ya mucho tiempo y se dedica, como la mayoría de los ediles, a mirar hacia otro lado. Claro, es que el muchachito no vive en la calle Don Fadrique.




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