Cuando yo hice la “mili”, el gobierno socialista de Felipe González promovía el feminismo de la “discriminación positiva”, contra el que ya me rebelé entonces, constatando en primera persona la hipocresía de aquel movimiento ideológico y político. Dejé de ser ciudadano español durante 15 meses, y ese fue mi triste estreno de la mayoría de edad. Ya había mujeres profesionales en el ejército, que daban órdenes y cobraban a fin de mes, pero no reclutas forzosas como nosotros. Estuve desfilando mientras mis compañeras de curso aprobaban, pero hubo soldados de reemplazo que murieron en la primera guerra del Golfo. Algo que, a todo el mundo progre-feminista de entonces, le parecía lo normal. Igual que pasa ahora con Ucrania.
Lo de Ucrania, visto por televisión, parece una guerra virtual, sin imágenes de los soldados muertos, ni de las batallas que se están librando a sangre y fuego. Un apagón informativo que pretende distanciarnos emocionalmente de lo que de verdad está pasando. La TV –que solo es una- impone su exasperante letanía de impersonales paisajes bélicos, que podrían pertenecer a cualquier lugar o tiempo. Pero ni una imagen del rostro del soldado herido, quemado, asesinado. Muchas imágenes, sí, de mujeres refugiadas –casi siempre con niños-, como si ellas fueran las únicas víctimas de todo lo que está sucediendo. Este consenso mediático para esconder la peor cara de la “guerra” me parece un desprecio hacia la parte débil, hacia las víctimas directas de una violencia a cuya deshumanizada gestión geoestratégica estamos asistiendo. Les falta a los ucranianos la vigilancia un verdadero periodismo, que simplemente mostrara la verdad, como hizo en la guerra de Vietnam-. Pero ya no nos quedas periodistas.
Este apagón informativo –compartido además con Putin- solo persigue esconder el genocidio que está teniendo lugar, y del que, por acción u omisión, occidente es partícipe. La OTAN, que se ofreció para acoger a Ucrania, arma a los ucranios para una batalla perdida, mientras les niega la zona de exclusión aérea que suplican, prueba inequívoca del abandono final. Para blanquear esta realidad insoportable, además del apagón de las imágenes “incómodas”, el relato mediático de occidente regresa a una retórica bélica del pasado, con sus levas forzosas y su patriotismo a la fuerza, de cuando nadie hablaba de igualdad. Una retórica que llama “guerra” al genocidio, y solo considera víctimas a la “población civil”; como si los varones ucranianos de 18 a 60 años reclutados a la fuerza no lo fueran igualmente. Una retórica que creíamos superada en occidente, gracias a la perspectiva posmoderna y feminista de la “igualdad”. Pero ahora que la cosa se pone fea comprendemos que todo era una farsa. Que occidente retoma una perspectiva decimonónica e injusta que en realidad nunca abandonó: es la tan cacareada “perspectiva de género”. Por fin hemos descubierto lo que significa. Y de nuevo, al mundo progre feminista del siglo XXI el genocidio masculino de Ucrania le parece lo normal.
Dice la ministra Irene Montero que “las mujeres son las que más sufren en todos los conflictos bélicos”, y que por eso no hay que mandar armas a Ucrania. Ningún político español le ha respondido, y este silencio debería bastarnos. Todos asumen el lúgubre subtexto de Montero: que los varones son prescindibles y su sufrimiento, irrelevante; por lo que solo merece reproche moral el sufrimiento de las mujeres, lo único humano que debe ser preservado. Más o menos lo que viene a decir la Ley de Violencia de Género que aprobó Zapatero y que nadie se ha atrevido a tocar desde entonces. El gobierno de Sánchez, por su parte, ha negado asilo político a los objetores de conciencia ucranianos –un derecho que sí tienen los españoles-, aunque esto nunca saldrá en las noticias. Vox, por la suya, ha lanzado el inoportuno mensaje de que los ucranianos sí deben ser acogidos en Europa “porque se trata de mujeres, niños y ancianos”, a diferencia de las “invasiones de jóvenes varones en edad militar y de origen musulmán”. Sánchez llama xenófobo a VOX, pero no lo acusa de sexista, porque en esa discriminación decimonónica están todos de acuerdo. En realidad, aún no hemos superado los lastres morales de los siglos XIX y XX. Los jóvenes rusos asesinados por causa de Putin mueren igual de inocentes que los ucranianos. Pero el acuerdo tácito entre ambos bloques borra a todos los muertos por igual de lo éticamente reprochable. Y así borran el genocidio de un plumazo. Occidente asume, en pleno siglo XXI, la retórica bélica de Putin, la misma supeditación de lo humano a la geo estrategia. Lo que nos hace terriblemente iguales a él. Nada nuevo, pues occidente jamás reivindicó la supresión del reclutamiento forzoso allí dónde quiso extender su influencia, supongo que no entraba en su agenda “de género”. Sin el que no habría podido Putin –ni ningún otro autócrata- llevar a cabo su descabellada invasión territorial.
Pide la ministra feminista no armar a los ucranianos para que el conflicto no “escale” y salpique a las mujeres. A eso lo llama “No a la guerra”, como podía haberlo llamado asesinato. Pero la férrea resistencia de los ucranios le ha estropeado la idea, igual que a Putin. Ya no habrá guerra –o aplastamiento- relámpago. Y ahora sí, la sombra del botón nuclear de un Putin contrariado asusta a los que miraban los toros desde la barrera. Y el miedo a que el toro salte al tendido ahonda su desprecio declarado por lo humano, hasta el filo mismo del abismo. Sin darnos cuenta de que es justo entonces cuando estamos perdidos. Nuestro relativismo moral ha sido la puerta de entrada de Putin a Ucrania. El ex KGB conoce perfectamente a este occidente huérfano de valores que defender, todos han sido aniquilados en la trituradora de la corrección política. Putin sabe que nadie dará la vida por defender una igualdad que es una farsa; ni combatirá por un territorio dividido; y menos aún por una “democracia” robada y convertida en pantomima de la corrupción. Ahora solo nos preocupa la subida de la luz. Y Putin lo sabe. Y actúa en consecuencia. Y sabe que una sociedad sin ética es una sociedad desmoralizada e inerme. Sabe que, frente al relativismo moral, la moral del egoísmo más fuerte es la que se impone. La que ha vencido en ambos bandos. Después de este inmoral regreso al XIX, vendrá el retorno de los horrores del XX. Que dios nos coja confesados.
Mientras tanto nos ocultan sus cadáveres. También enterraron en el bosque de Katyn a los 25.000 oficiales polacos asesinados por Stalin, para que nadie los viera. Apenas apenas un hilo nos separa ya del retorno totalitario, que avanza por oriente y por occidente, cruzando el descampado de la inmoralidad; y sobre todo avanza por dentro de nosotros, cabalgando nuestros egoísmos, nuestras contradicciones, nuestras inmoralidades. Nuestros miedos. Cosechamos el fruto de décadas de relativismo ético, ¡y aún nos asombramos de lo que sucede! Como dice la intelectual rusa María Stepánova “hemos asistido a lo largo de los últimos 20 o 30 años a una revolución silenciosa, la del retorno triunfal del pasado”. Y es que algo hemos estado haciendo muy mal; y perseveramos en el error. La trituradora de la corrección política nos despojó de todo por li que combatir. Ahora el único bastión que nos separa del horror son los cuerpos de los que luchan por Ucrania, esos que la Montero quiere desarmados. Son los héroes a la fuerza quienes nos protegen con la barricada de sus cuerpos destrozados; los mártires anónimos, condenados de antemano a la derrota y al olvido. Nadie quiere mencionarlos siquiera. Ni salvarlos por los corredores humanitarios antes de que caiga la tormenta de fuego. Solo aspiran a enterrarlos secretamente en el bosque lúgubre de las miserias morales de la historia. Para que no veamos sus rostros inocentes. Para que la Irene Montero de turno siga celebrando su anacrónico 8-m del siglo XIX, como si nada hubiera sucedido. Como si en nada hubiéramos progresado. Como si nada hermoso fuera nunca posible.
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