Hay en Sevilla un tesoro –lo dijo Manuel Molina en una de sus más sentidas bulerías, de cuando Lole y Manuel-, que yo también guardo en mi corazón. Y en ese cofre de caudales anda escondido el “Parque de las Estatuas”, con su yerba fresca de por las mañanas y ese círculo de almas compartiendo las volutas del incienso: los blues entrecortados que Miguel Ángel en una Hoffner pequeñita se marcaba, Antoñito repiqueteando sobre unos bongos de África, Pepe Cubero en el mundo de Jimi Hendrix, Gualberto asomándose a la tierra hindú que tanto alaba, Manolito de riguroso negro, Pedro con la púa en los dientes, las damas al igual que ninfas recién salidas de una leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer; todos envueltos en un halo de amor y flores como bandera sagrada, Glorieta de los Lotos para que Smash la inmortalizara.
Que acaparo en mi arca áurea los encuentros vespertinos en los redondeles de suelo de ladrillo y asientos de losa ribeteados de los Jardines de Murillo. La música del agua de ángeles de aquellas fuentecillas, puntas de lanza ellas sin saberlo del advenimiento de nuevas eras. Henrik acariciando su violín forastero y desparramando nostalgias nórdicas entremezcladas con flamenco. Krishnamurti. Los mandalas brillando a los pies del árbol de las lianas. Rabindranath Tagore recita en éxtasis emblemas espirituales desde su atalaya inmaculada. De nuevo las ninfas de Bécquer apareciendo y desapareciendo, en un juego mágico, por entre la hojarasca. El lenguaje misterioso de las aves cuando recogen sus alas. El ocaso que se hace pintura dentro del mejor de los lienzos… Jardines de bienaventuranza.
Y en esa caja de las riquezas interiores la Plaza de Doña Elvira, recoleta y naranjada, a la espera siempre de las coplillas susurrantes de los poetas, del toque reverencial de una guitarra acariciada por la bohemia en noches de luna llena. Repleta la plaza de musas que encandilan corazones y al unísono palpitan acicalando amores. Los pasos temblorosos, sobre adoquines, chinarros y pizarra, de quienes entran en contemplación primeriza y procesionan disciplinantes y en hilera. El olor del jugo azucarado de los nectarios penetrando y entremedias penetrando. La cadencia de un entorno privilegiado. Una porción de fantasía, que es lo que es, luciendo descarada al compás de callejuelas imposibles y de longevidad más que probada…
Sevilla majestuosa, desplegada a la vida desnuda y blanca.
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2 Comments
PURA POESÍA. GRACIAS, DON JESÚS!!!
Gracias a usted por sus palabras.