“De los árboles del sur cuelga una fruta extraña,
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur,
Extraña fruta que cuelga de los álamos.
Escena pastoral del galante sur,
Los ojos saltones y la boca torcida,
Aroma de las magnolias, dulce y fresco,
y el repentino olor a carne quemada.
Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos,
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,
Para que el sol la pudra, para que los árboles la suelten,
Esta es una extraña y amarga cosecha”.
(Strange fruit, escrita por Abel Meeropol en 1939.
Llorada, más que cantada, por Billie Holiday)
No sé a ustedes, pero a mí me toca escuchar en muchas ocasiones la expresión “baja esa música, que no me dejas escuchar ni mis propios pensamientos…”, normalmente me la dirige mi esposa y habitualmente se debe a que, dado mi amor por la música, lo hago todo escuchándola.
Eleanora Holiday Fagan, Billie Holiday para la historia, Lady Day según la bautizó su amigo y compañero en varias grabaciones, el genial saxofonista y clarinetista Lester Young, seguramente cantaba para eso: para dejar de escuchar sus pensamientos.
Billie fue reconocida por el mismísimo Frank Sinatra como su mayor influencia musical, y, para muchos, también para mí, es la más grande vocalista de jazz de la historia (las hay con una voz mucho más perfecta, Ella Fitzgerald, Dinah Washington, Sarah Vaughan… pero ninguna daba tanta intensidad, tanta “verdad” a sus interpretaciones).
Porque se podría decir sin exagerar que Billie, más que cantar, sufría sus canciones.
Esta próxima a su estreno en España una película, “Los Estados Unidos contra Billie Holiday”, por la que su protagonista, que interpreta a Billie, ha recibido hace unos días el Globo de Oro. En ella se cuenta su persecución de años por la Oficina Federal de narcóticos, sus diversos arrestos y entradas en prisión por posesión de drogas y cómo fue privada de actuar por ello en los locales de mayor prestigio de Nueva York.
Cuando Billie cantó por primera vez en el año 1939, en un acto, inédito en una cantante de color, de valentía y coraje, su legendaria canción “Strange Fruit” (Fruta extraña, rara), un lamento lleno de dolor a propósito de los linchamientos de negros en el profundo Sur, y que contenía frases como «Southern trees bear strange fruit» (“De los árboles del sur cuelga una fruta extraña”), fue como un puñetazo en la boca del estómago de la sociedad bien pensante americana y una sacudida de las mentes. Pero también la marcó para el resto de su corta vida y provocó que se urdiera una trama contra ella por el gobierno estadounidense y, en particular, por esa Oficina Federal de Narcóticos comandada por John Edgar Hoover, para desprestigiarla y prohibir sus actuaciones.
La adicción a las drogas de Lady Day no fue más que la excusa que se utilizó para señalarla y estigmatizarla.
Pero pocos señalaron ni estigmatizaron en aquel momento a la sociedad que había llevado a la más grande cantante de jazz de todos los tiempos a la degradación primero, a la drogadicción después y finalmente a la enfermedad y la muerte.
Como una “fruta rara” como Billie, surgida de una existencia de sufrimiento y dolor, pudo regalar al mundo tanta belleza en su voz, no deja de ser un misterio insondable.
Ella misma contó en su autobiografía titulada “Lady Sings the Blues” que su madre tenía tan solo trece años cuando ella nació y quince su padre, Clarence Holiday, un guitarrista que tocó en la orquesta de Fletcher Henderson.
Demasiado jóvenes e inmaduros ambos, prácticamente unos niños.
El huyó, abandonó a su suerte a madre e hija y ella no pudo ocuparse mucho del cuidado de la niña, que se crió en sus primeros años con su bisabuela, que había sido esclava y dado dieciséis hijos mulatos a su amo blanco. Más tarde la madre la dejaba al cuidado de algún vecino o familiar. Sin estudios, negra, pobre y con una hija pequeña, trabajó de lo que pudo, asistenta, fregona… hasta caer en la prostitución.
Uno de esos vecinos a los que la madre de Billie la dejo mientras ella se prostituía, la violó con tan solo diez años y la niña hubo de ver como el jurado condenaba a tres meses a su violador y la acusaba a ella de provocar el abuso, internándola en un reformatorio tres años.
Cuando salió de allí, con trece años, no pudo hacer otra cosa que ir a vivir a un prostíbulo de Harlem donde su madre ofrecía sus servicios.
En ese ambiente sórdido, de degradación y ruina moral, la pequeña Eleonora descubrió, a pesar de todo y gracias a una vieja gramola que ponía mientras limpiaba y fregaba las habitaciones donde esas mujeres, su madre también, se prostituían, el placer que le producía esa música llamada jazz y comenzó a escuchar a Louis Armstrong o a su amada Bessie Smith.
Pero ni la música podía salvarla de la podredumbre que la rodeaba. Ella también comienza a prostituirse para subsistir y es arrestada y encarcelada. Al salir continúa prostituyéndose, pero también decide probar suerte con la música y empieza a cantar en antros y clubs de Harlem, como el “Pod’s and Jerry’s” donde, con apenas dieciséis años, canta y, al tiempo, comienza a drogarse (al principio, solo marihuana) y a beber… Es allí donde tiene el primer golpe de suerte de su vida cuando la escucha cantar John Hammond, cazatalentos y productor de Columbia, que ve en ella una estrella en potencia.
El primer disco de Billie Holiday apareció en 1933 y se llamó ”Your Mother’s Son-in-Law” (“El yerno de tu madre”). Con el comenzó su leyenda.
Pero mientras Billie, cada vez que cogía el micrófono y comenzaba a cantar o grababa un nuevo disco, empezaba a metamorfosearse en la diosa del jazz que hoy es considerada, del escenario hacia fuera no se la dejó de tratar como la prostituta negra que las circunstancias le habían obligado a ser, se le pagaba mucho menos que a los artistas blancos, no se le permitía utilizar los ascensores y tenía que entrar en las salas donde actuaba por la puerta de atrás…
A partir de ese momento su fama y su prestigio, tanto entre los aficionados como entre los profesionales consagrados del jazz de la época, no pararía de crecer. En 1935 debutó en el teatro Apolo, considerado en aquel tiempo como la meca de la música afroamericana. Participa en un cortometraje con Duke Ellington. Conoce al que será en adelante su mejor amigo, el gran saxofonista Lester Young con el que graba temas que pasaran a la historia del jazz (“Fine and Mellow”, “I,ll never be the same”…) y, en fin, comparte escenario con los más grandes.
Su figura, su rostro doliente enmarcado por una cabellera negra sobre la que reposaban unas gardenias que unos dicen eran para ocultar un mechón quemado y otros una antigua cicatriz, se convierte en legendaria.
Pero, en paralelo a esta carrera de éxito musical, la vida personal de la ya leyenda era un absoluto desastre, un caos causado por la imposibilidad de Billie de apartar de su pensamiento el dolor del abandono, de una infancia perdida, de los abusos, de la cárcel, de la sordidez de la prostitución forzada…
Ese dolor que le provoca el pasado la hace no quererse a sí misma y la empuja a sumergirse más y más en un infierno de drogas cada vez más duras, a frecuentar las más nefastas compañías y a emparejarse promiscuamente con los hombres que mayor perjuicio podían causarle y que, en muchos casos, le facilitan los psicotrópicos que la van convirtiendo en una adicta.
Dos matrimonios desafortunados, en 1941 con el trompetista Jimmy Monroe y en 1957 con el mafioso Louis McKay, fracasaron estrepitosamente. En el caso de este último, además de explotarla económicamente, la maltrata física y psicológicamente convirtiéndola en una piltrafa humana que se obstinaba en seguir amarrada a su abusador. A McKay le dedicó Billie una de sus más famosas canciones “My Man”:
“No sé por qué tengo que hacerlo
No es honesto, me pega también
¿Qué puedo hacer?
Oh, mi hombre, lo quiero tanto”.
Billie, ya una adicta y alcohólica reconocida, es detenida y encarcelada varias veces. Esta circunstancia hace que las autoridades le retiren la autorización para actuar en locales y clubs de primera categoría en Nueva York y se ve obligada a embarcarse en giras por locales de baja estofa… Aun así, sigue grabando discos históricos como “Lady Satin” (1958).
Pero el diecisiete de julio de 1959, Lady Day, estando arrestada una vez más y bajo custodia policial por posesión de narcóticos, es ingresada en un hospital de Nueva York aquejada de una grave cirrosis hepática y acompañada tan solo por su mascota, un perrillo.
Como cantó Sole Giménez, la vocalista de Presuntos Implicados, en su canción “Alma de blues”, y reconocía la propia Billie Holiday, nadie como ella cantó “al hambre ni al amor”:
“Es la historia de una voz
templada por el blues;
es el canto que arrastró
el hambre y el amor.
Y la música nació vestida de mujer.
El lamento que acunó
su dulce oscura piel,
sentimientos en su son
gardenias del querer.
Y la música cantó por boca de mujer.
Alma de blues en su voz
dando vida a la pasión,
triste canción es su blues
y acaricia una oración.
Nadie nunca comprendió
su lucha y su dolor,
nadie como ella sintió
la cárcel y el adiós”.
Cuando murió, según se dice, tan solo tenía setenta centavos de dólar en el banco.
Billie Holiday, Lady Day, murió sola, tan sola como estuvo toda su corta vida. Pero más de tres mil personas siguieron el ataúd en su entierro.
Y hoy vive cada vez que uno de los millones de amantes del jazz y de su voz y emoción a la hora de interpretar, escuchamos “Strange fruit” o cualquiera de sus canciones, que ella transformaba en personales y únicas.
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