Tras el golpe electoral propinado por los bilduetarras con sus listas del terror (por si había alguna duda de quiénes son), el Gobierno Sánchezstein y sus socios han saltado al quite con el consabido mantra de que ETA fue derrotada por la democracia y por el pueblo español, y que ETA ya no existe porque no asesina ni mata ni mutila ni extorsiona ni secuestra ni apaliza ni amenaza… Y lo repiten tan machaconamente, porque ni ellos se lo creen.
Pero ETA, que nació al calor de miserables clérigos y comprensivos nacionalistas como un grupo terrorista para «liberar» al país vasco transformándolo en un «paraíso» comunista independiente, sigue imponiendo sus objetivos paso a paso gracias a las generosas cesiones de los sucesivos Gobiernos españoles y al apoyo de importantes instituciones. Y aunque por ahora no necesita matar, porque viven de las rentas del terror sembrado durante décadas, no son pocos los analistas políticos que auguran que la mutante marca filoetarra acabará gobernando en Vascongadas.
Y también está el fundamental tema de sus víctimas… ¿Cómo se puede sentenciar que ETA no existe, cuando aún late tanto sufrimiento en padres, hijos, hermanos, abuelos, nietos, familiares y amigos de los que asesinaron e hirieron gravemente en cuerpo y alma con sus cobardes crímenes; y cuando además tenemos a cientos de víctimas cuyos atentados ni siquiera han sido juzgados? Negar esta realidad es traicionar a la memoria, dignidad y justicia que todos ellos se merecen.
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