Españuela

Las ideas y su transmisión social se comportan de forma parecida a como lo hace nuestro cuerpo con respecto a la temperatura. Meternos de golpe en una bañera con agua que está a más de cincuenta o sesenta grados nos provocaría un salto inmediato para salir de ella. Pero la cosa sería distinta si nos metiéramos en una bañera con agua templada y empezáramos a añadir poco a poco agua cada vez más caliente. Nuestro cuerpo se daría un baño a esa temperatura tan alta sin, seguramente, coscarse. 

Con las ideas sucede algo parecido. No reaccionamos igual ante el anuncio -de sopetón- de una idea revolucionaria o poco habitual, que si nos la van dejando caer de manera dosificada. Tanto las ideas como la temperatura corporal tienen menos rechazo si su implementación se realiza de forma gradual, a través de un plan metódico y con un objetivo preciso aunque no inmediato. 

Esta estrategia de mojar la tierra sin inundarla, de implantar sin cambiar nada abruptamente es lo que está ocurriendo en España con este bi-gobierno tóxico y sus ministros, descerebrados unos, sumisos otros. Con esta estrategia a medio/largo plazo, diseñada sin escrúpulos y metódicamente interpretada, un terrorista ha llegado a ser hombre de paz, los okupas son demandantes protegidos de una solución habitacional digna y constitucional, que, además, tienen mejor derecho sobre la vivienda ocupada que el propietario. Con estas ideas adormideras un colega comunista de Vallecas que vivía en un piso de currante ha mutado a habitar un chalet de lujo en Galapagar, el mismo que ha pasado de manera calculada de denunciar las cloacas del Estado a cavar la suya propia, más indigna y pestilente que ninguna por su contenido desvergonzado, manipulador, machista y mentiroso. La metamorfosis ha tenido la anuencia de sus seguidores, bueno, de los que le quedan. Cuando Iglesias tira de la cadena, los residuos no van a la red pública de saneamiento sino que empiezan a rezumar en los cuartos de baño, dormitorios y salas de estar de la gente decente. Y estamos en lo mismo, la suciedad no aparece de golpe porque se haya roto algo sino que hoy aparece un punto de humedad, mañana una mancha oscura que crece poco a poco y pasado empieza a gotear a intervalos. El inquilino tiene más motivos para acostumbrarse a la mancha que para llamar al fontanero. No son los cincuenta grados que nos encontramos de pronto en la bañera, es la habilidad silenciosa para ir calentando el agua, o el ambiente, sin que nos demos cuenta del todo de por qué está sucediendo. 

Desde que apareció Iglesias  en la escena política española,  aunque lo hayan borrado de algún escenario como en Galicia, la piscina donde estamos todos está subiendo peligrosamente de temperatura o, lo que es lo mismo, hay declaraciones, actos, hechos y propósitos que apuntan a una intencionalidad política -como dijo el ministro de justicia- constituyente. 

Hay, entre algunos más, dos hechos que demuestran que el agua sigue calentándose de manera imparable. La salida de la cárcel de los golpistas en Cataluña y la intención del vicepresidente 2030 de crear una comisión de investigación sobre o contra los periodistas.  Ambos chocan frontalmente contra el estado social y democrático de derecho qué es o debería ser España. La ruptura ilegal del cumplimiento de las condenas firmes por parte de una comunidad autónoma y el intento de amedrentar y amordazar a la prensa, el cuarto poder del Estado, cuya misión social es informar e investigar los desvaríos del poder, son hechos que empiezan a convertir a España en Venezuela. Seguramente vayamos ya por Españuela

Son pasos que este gobierno indecente, por sus objetivos y por sus métodos, está dando calculadamente para que el agua nos achicharre finalmente sin que los ciudadanos nos hayamos puesto de acuerdo todavía en los grados reales que está tomando el fluido social y en los estragos que está infligiendo en nuestra piel y en nuestra cabeza. La pregunta es obligada, ¿qué han aportado Sánchez e Iglesias en el tiempo que llevan gobernando?. Nada relevante. Solo quimeras, división y cabreo colectivo. En definitiva, violencia.

Los gallegos han echado a Pablo Iglesias de los mandos del calentador de agua, los demás españoles ya estamos tardando, antes de que Irene Montero, Torra, Otegui, Rufián, Puigdemont, Echenique, los que recogen las nueces, entre otros, (¡vaya selección!), griten al unísono, ¡más madera, que estamos llegando a Venezuela!.




 

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