Misteriosa y siempre sorprendente España. Si tantas veces se hace difícil amarla, incluso a sus propios hijos, ¡quién puede aspirar a comprenderla! Generaciones de pensadores e historiadores de la casa, otras tantas de afanosos hispanistas han fracasado en el intento de explicarla. Porque, ciertamente, todo pueblo, por el hecho de serlo, tiene una personalidad propia que los siglos van aquilatando y modificando, pero hemos de rendirnos ante la evidencia de que la capacidad de España para romper los guiones establecidos es del todo inusual. ¿De dónde nos viene esa singularidad? ¿Tal vez de la quiebra decisiva de su destino como nación romana y occidental que supuso la conquista árabe? Desde entonces, España, siendo Europa, no ha dejado de ser también caso único.
Fijémonos sólo y a vuelapluma en las singularidades acumuladas en el último siglo, el XX. Frente a todas las presiones imaginables, España se mantuvo al margen de las dos guerras mundiales; en 1931, cuando en toda Europa triunfaban los regímenes totalitarios, ello escogió ensayar la vía de la democracia republicana; en 1936, cuando se le diseñaba un futuro soviético, se salva con una revolución nacional cuyos efectos duraron casi cuarenta años; durante el franquismo, un régimen maldito para todas las grandes potencias de la época, sin homólogos en parte alguna, da el increíble gran salto adelante del desarrollo económico y, sobre todo, social; luego, cuando se temía y se pronosticaba una salida traumática, quizá una nueva guerra civil, se sorprende y confunde al mundo con una transición pacífica hacia la democracia. Ni una sola vez España se comportó como se podía pronosticar, y el resultado ha sido un siglo atípico, a ratos feroz, pero que, como a menudo ha señalado Juan Velarde Fuertes, ha situado de nuevo al pueblo español en niveles europeos de desarrollo y bienestar tras la gran quiebra del XIX.
Y ahora, en pleno siglo XXI, la España sorprendente hace lo de siempre, sorprender. Cuando el régimen constitucional parecía definitivamente asentado y el país goza en su conjunto de una situación envidiable en tantos aspectos, la nueva generación de españoles, que se creía nacida para disfrutar en primera fila de todas las oportunidades que el mundo ofrece, se encuentra con la papeleta de que o lucha con fuerza, con rabia incluso, por un futuro de unidad, de paz y de progreso, o se lo roban impunemente. Y claro, como tantas veces antes en sus horas malas, España se reencuentra con sus hijos para seguir siendo y existiendo en ellos, pese a malnacidos y traidores. Y esta España ardua y difícil, a la que tanto amamos aunque nos desespere, nos responde desde el fondo de su historia, y el corazón, en este día grande de la Hispanidad, se nos desborda en lágrimas de esperanza.