Exprímanse el cerebro para explicarlo, pero a priori resulta incomprensible que la gente elija una papeleta de voto con la certeza empírica absoluta de que cada vez que los suyos alcanzan el poder se dispara el desempleo a límites insospechados.
Mejoren en esta ocasión si pueden la marca lograda por Pedro Sánchez en alianza con los variados comunistas y el resto de excrecencias zurdas o fascistas de los nacionalismos: unos 3 millones de parados por estas fechas hace un año y casi dos millones de parados más doce meses más tarde…, a lo que cabría sumar cientos de miles de empresas cerradas o paralizadas y un puñado de miles de familiares muertos sin tiempo para recibir ni los sacramentos ni el consuelo. ¡New spanish record!
La única vaga explicación que yo le encuentro es la que enunció creo que el columnista Cristian Campos en mitad del estado de alarma y que vino a decir en frase del lustro o de la década algo así como que “el español es alguien que siempre está buscando la menor excusa para votar al PSOE”. O sea, que la cabra hispánica siempre tira al monte pero, si tiene que elegir, escoge el monte de la izquierda aunque sepa que se despeñará por sus precipicios.
Sólo así podría uno aproximarse al entendimiento de una decisión tan absurda y peregrina como la de elegir el voto de quienes cada vez que tomaron las riendas del país lo abandonaron con una tasa de paro siempre superior a la que se encontraron. Y siempre que la derecha perdió unas elecciones lo hizo con unas cifras de desempleo muy inferiores a las del comienzo de su legislatura. La secuencia se cumplió sin excepción en cada una de las ocasiones en los últimos 50 años, sin pandemias ni excusas, así que con los votantes del PSOE sólo cabe la comparación con los asnos o los borregos.
En pura lógica, la primera conclusión debiera ser que a la gente le importa tres puñetas lo mismo trabajar que rascarse las narices, lo cual, esto último, no es necesariamente equivalente a no obtener ingresos, porque bien pudiera ser, más allá de los beneficiados directos de la red clientelar (inmensa pero insuficiente), que no tengan dónde trabajar pero que se encuentren recibiendo prestaciones regaladas del Estado o subsistiendo de la teta madre nutricia que le pastorean con demagogia su aparente albedrío, que no es tal, sino prejuicio y sectarismo. Y contra eso no hay quien pueda, brother.
Lo cierto es que toda la palabrería del socialismo hueco español no logra tapar el agujero inmenso de las cifras y es la constatación indeleble de que se trata del partido más habilidoso en la destrucción de empleo y en la elevación del paro, lo que supone una dificultad primaria y elemental para la vida de los ciudadanos que, sin embargo, no parece ser decisiva mientras satisfaga la pulsión rencorosa que permite a su votante solazarse en una suerte de prejuicio ancestral de decirse a sí mismo que él es de izquierdas…, manque pierda, añado yo.
Por idéntico o parecido motivo no alcanzo a comprender que nadie pueda presentarse a unas elecciones prometiendo que subirá los impuestos, es decir, que le arrancará a todos los ciudadanos de sus bolsillos más cantidad del dinero que obtienen con su esfuerzo cotidiano…, a no ser que utilicen un subterfugio (siempre mentiroso) como el de prometer que dicha subida de impuestos sólo afectará a lo que ellos llaman los ricos, en cuyo caso el pecado de sus votantes no es el de ser asnos ni borrregos sino el de una ingenuidad cuasi angelical que les aproximaría a la condición de gatitos de angora o a la de tele-tubbies.
Y sin embargo, ahí los tienen, con cinco millones de votos de supuestos comunistas españoles surgidos de nadie sabe dónde que se anotaron los muchachos de Podemos poco antes de que sus caudillos, sin solución de continuidad, entrasen a formar parte de la élite de los millonarios y a vivir como la casta en casoplones con piscina mientras hacían desaparecer de sus estatutos a toda prisa y con alevosía el compromiso de no repetir más de dos mandatos y por supuesto borrasen la limitación de sus salarios.
Puede que alguien lo mejore, pero permítanme dudar de que pueda lucirse tanto desparpajo sin bochorno y que todavía puedan existir ciudadanos dignos de tal nombre capaces de hacerse los distraídos como para seguir creyendo en la palabra de humareda y humorada de tamaños prestidigitadores de la nada.
Casi el 13 por ciento de los votos de los españoles estuvieron encantados, a lo que parece, de seguir soportando a unos líderes enfangados hasta las trancas en un régimen como el de Nicolás Maduro. Y no porque no tuvieran nada, pues buena parte de ellos pertenecen a la clase media y, lo crean o no, es el partido con un porcentaje de sus votos más elevado entre las clases más pudientes. Aten esa mosca por el rabo, pero sospecho que para explicarlo necesitaríamos a una pléyade de psiquiatras.
El comunismo en nuestros días sólo debería aspirar a convertirse en una placa conmemorativa cuando no en un mero epitafio por todos sus fracasos y por las imborrables consecuencias criminales de sus postulados, pero ahí los tienen, formando parte de un gobierno sobreabundado, capcioso e inoperante gracias al narcisista consejero delegado de una maquinaria que promete nuevo éxitos inalcanzables en la fabricación de parados. Y lo está cumpliendo.
He dicho.
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