El virus comunista

Al subcomandante Iglesias no le preocupan las pandemias porque simplemente ha vivido siempre instalado en una de ellas: el comunismo.

El comunismo es la epidemia más asesina de la Historia, con más de 100 millones de muertos directos causados en poco más de medio siglo y muchos cientos de millones más de vidas rotas a través de diez generaciones.

Porque esta es otra: se cuentan los muertos, pero no los millones de vidas arrasadas que sobrevivieron y simplemente murieron de cansancio y asco bajo la bota de esa patogenia moral, política e intelectual del “hombre nuevo”… o de la “nueva normalidad”.

Acumulen la cifra, por ejemplo, de todos los cubanos que sobrevivieron o han nacido bajo el castrismo desde 1959 (61 años cumplidos) y háganse una idea de la cifra descomunal de quienes habitaron en cualquier lugar del mundo ese infierno eclesiástico al que aspira ese sumergible, envenenado como el Kursk, llamado Pablo Manuel.

O sumen no sólo los purgados durante la hégira de la dinastía Kim de Corea del Norte, sino todas las generaciones que llevan desde entonces y jamás conocieron otra cosa. Y ahora añádanles los de China, Polonia, Hungría, Rumania, Checoslovaquia, Albania, la RDA, Etiopía, Vietnam, Camboya o Birmania, por citar algunos otros.

Porque el comunismo es una caja fuerte a la que no puedes entrar y, si lo logras, ya no sales. Sólo puede ser reventada a cañonazos o por la peste propia de su extenuación misma; es decir, por los gases que despacha la autocombustión de su mineral radiactivo.

El comunismo actúa con el mismo nivel oportunista y el mismo instinto de supervivencia que cualquier patógeno de la Naturaleza y sobrevive oculto por generaciones, incluso en el interior de una piedra o en un bloque de hielo antártico, a la espera de la ocasión favorable que le permita infectar el cuerpo social y expandir todas sus miserias pestilentes.

Ese virus es letal, aunque no infalible, pero la utopía del socialismo (y hasta de la socialdemocracia) le sirve de reservorio y alimento eterno, donde se conserva intacto y a la sombra, como en una lata de sardinas hinchada invadida por el botulismo.

Con el abrefácil de Pedro Sánchez, el comunismo de Iglesias, que es como la taqquiya de los islamistas radicales y cortacabezas, expande otra vez todas sus melifluas y dogmáticas propiedades y explota las contradicciones de quienes probaron a dejar de usar la mascarilla protectora de la democracia y las libertades ciudadanas.

Quien manosea el comunismo sin EPI ni guantes de titanio liberal, queda expuesto, a veces de forma irreversible, a la implacable radiación Roentgen de su capacidad de exterminio. El virus comunista no genera enfermedades uno a uno, contamina el aire, abrasa el agua y elimina a todos por espasmo.

El comunismo es un estado, como la ausencia de oxígeno en la Luna, y no hay escafandra suficiente para sobrevivir a su fanatismo fuera de la élite del Soviet, así que alguna gente aprovecha la falacia de creer que es mejor buscar la salvación agarrándose a los bordes del agujero por el que se inunda el barco. Pero no hay ciudadano que se aproxime al comunismo que no termine infectado y acabe sujetando los gatillos o llenando las cuadras y las cochineras de la revolución.

En el comunismo, Gregorio Samsa es un insecto que sueña con una metamorfosis que le convierte en ser humano y le coloca encima de la cama y no debajo de ella. Ese insecto delictivo sufre la realidad de las colas y el racionamiento, no como una pesadilla, y puebla sus sueños con estampas de derechos individuales y compras libres en el Mercadona. O sea, la metamorfosis al revés.

La peste comunista es osada y carece de miedo a nada. Se atreve a infectar lo mismo al cristianismo peronista de un anti-Papa que la temerosa actividad de las grandes corporaciones del dinero.

Se mimetiza o finge el sueño, ya se ha dicho, pero cuando se le manifiesta el alien enseguida animaliza al adversario como siempre hicieron los mejores exterminadores y asesinos de la Historia. No en vano, el Hutu Power llamaba “cucarachas” a los tutsi, los nazis “ratas” a los judíos y Castro “gusanos” a los disidentes.

Ahora, Pablo Manuel nos califica a todos de “parásitos” y aspira a convertir el CNI en el NKVD o en el KGB a su servicio.

Mientras tanto, Pedro Samsa, con sus patitas de insecto hacia arriba, mueve su palabrería debajo de la cama delante de un plasma.

Vamos tarde en la desescalada de esta pandemia.

He dicho.




2 Comments

  1. Victor Fernandez dice:

    ¡Excelente columna!

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