El último tirón del bolso

La norma exige que un artículo tenga un propósito central, sólo uno. El resto ha de ser argumentario que lo sostenga o embellezca y que termine por mostrar las diferentes caras de un único eje. Pero, ¿qué hacer cuando la realidad se nos presenta cada día de esta forma tan abrumadora?

El Gobierno y sus agentes nos derraman a diario a los francotiradores de la opinión setenta blancos a los que se hace urgente disparar. Para desmentir, para discernir, por analizar, por puntualizar, por aclarar… Y no hay manera.

Es tal el cúmulo de embustes en las afirmaciones, en las metodologías, en las diatribas abiertas, en las insolvencias, en los sesgos y los errores (guiados por el interés como misiles con infrarrojos), en la propagación de bulos, en las contradicciones individuales y colectivas…, que no hay modo de abordar un asunto, minúsculo pero significativo, sin que el conjunto de la realidad resulte incomprensible.

Malos tiempos en que la opinión se desvanece no por falta de temas, sino más bien por todo lo contrario, por amontonamiento, por tormenta de chuzos, por acumulación, por desbordamiento… La opinión se devalúa sin remedio porque se hace inabarcable.

A lo sanitario se le superpone lo metodológico; a lo metodológico se le monta encima lo económico y a esto se le sube por lo alto una aseveración extemporánea o fuera de cacho de un ministro en comisión de servicio para montar la pajarraca… Veinte o treinta, cada día.

Al final, sólo cabe amarrarse al mástil, o sea, a lo político, pues al fin de todo esa es la intención esencial, oculta, la que prevalece y sobrevive, la que esconde el Gobierno tras el velamen desplegado que impide ver el horizonte, con todo este fuego de artificio.

Lo que ocurre es que sustanciar lo político nos requiere, de nuevo, acudir a los argumentos, para rellenar ese muñeco. Y otra vez, entonces, el propósito se nos extingue en una lluvia de palabras, de temas, de agendas, de declaraciones, de mentiras, de bulos y de maniobras de distracción.

El escenario de la realidad convertido en un griterío confuso de “rojos y maricones” que se tiran al suelo para generar la confusión revolucionaria, la que pretendían los nazis y los bolcheviques con sus algaradas. O el castrismo con sus explosiones. O el chavismo con sus mentiras voceadas por todas las esquinas de Caracas.

Da igual que el Gobierno sustente sus datos en el Financial Times cuando éste afirma que dichos datos se los ha proporcionado el Gobierno. Cuatro días más tarde vuelve a suceder, idéntico, con las tablas de la OCDE: que el Gobierno afirma que sus datos los avala la OCDE y ésta se desmarca señalando que son los datos que el Gobierno de España le ha suministrado.

O sea, el Gobierno sigue en su tarea: la de propagar, la de confundir, la de engañar, la de mentir… ¿Y aquí no pasa nada? Pues claro que pasa.

Hay que agarrarse a la bandera. Para saber qué ocurre, para buscar el propósito de fondo, la luz al final del túnel…, que no existe, que no hay, porque todo es túnel. Confusión, oscuridad, humo…

Salgamos del túnel y miremos la montaña. En el callejón que nos han metido no hay salvación posible, ni sanitaria ni económica. Ni planes de desescalada inexistentes, ni planes de recuperación inconcebibles. Esto sólo conduce a la dictadura, a la confrontación directa. Todos los venezolanos que conozco aseguran haber vivido esto antes, paso a paso, sin variaciones ni el menor signo de duda.

A Pablo Casado se le ha helado la mano por enésima vez de tenerla tendida hacia el Gobierno y nadie le ha enviado ni un papel para reconstruir nada. Abascal da golpes en el aire, que no alcanzan al rival porque está fuera de distancia y con los jueces y los juzgados en estado de parálisis.

Pero la agenda del desgobierno se continúa acrecentando.

Los derechos fundamentales secuestrados sine die; las medidas paliativas anunciadas que no han llegado a nadie; tampoco las mascarillas, ni los EPI ni los PCR a los sanitarios…; pero todo esto es confusión, hechos amontonados y palabras, como digo.

Lo que no resulta carga hueca es el propósito de las nacionalizaciones, de la requisa, de las incautaciones, de la confiscación, de las expropiaciones, cada vez más cerca. Todo bajo el mando único.

Queda un último tirón del bolso, el que vaciará los bolsillos de los españoles de manera definitiva: la campaña de declaraciones de la Renta. Después de eso, lo que quede en la bolsa de los ciudadanos serán las pelusas para rebañar, los pequeños ahorros en el banco. Y eso, con un corralito y sin el apoyo de la UE, quedará visto para sentencia.

Todo por el interés general. Todo por España convertida en Caracas, en gulag o en checa. De un golpe.

Preparemos, pues, ahora sí, nuestro manual de resistencia.

He dicho.




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