El tiempo y los Sánchez

J.B Priestley nació a finales del siglo diecinueve en Bradford, Inglaterra, y murió en Stratford-upon-Avon, preciosa ciudad cercana a esa región inglesa, llena de bellos pueblos, que es las Costwolds, y villa natal de Shakespeare. Allí vivió sus últimos años en paz y tranquilidad en su casa de campo de Kissing Tree House.

Priestley es uno de los mejores dramaturgos de lo que hoy, aunque a mí personalmente aún me cueste, llamamos “siglo pasado”. Obras como “Llama un inspector” o su Trilogía del tiempo, integrada por las piezas  “Esquina peligrosa”, “El tiempo y los Conway” y “Yo estuve aquí antes”, son referentes de la dramaturgia de esos años.

Preocupado como estuvo por la percepción no lineal del tiempo, le dedicó a este, además de la citada trilogía, el ensayo “Man and Time”, de 1964.

En su obra quizá más conocida, a excepción de “Llama un inspector”, “El tiempo y los Conway”, que ha tenido en España magníficos montajes, desde el primigenio de la versión del grandísimo Luis Escobar, de 1.942, que el atinadamente tituló “La herida del tiempo”, al más reciente basado en la versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño, Priestley nos transmite conmovedoramente su percepción de la vida humana como un tránsito inexorable hacia el desgaste.

En la obra, que consta de tres actos, hay un primero, que transcurre en 1.919, en que la familia Conway se reúne para celebrar con alegría el cumpleaños de una de sus hijas, Kay, y todo son brillantes proyectos de vida para un futuro halagüeño y esperanzas confiadas en que todo va a ir conforme a lo que cada uno de los miembros de la feliz familia desea para su porvenir.

En el segundo acto, amargamente desolador, y que transcurre en 1.937 durante una nueva celebración del cumpleaños de Kay, contemplamos lo que el tiempo ha hecho de las esperanzas, deseos y expectativas  de todos ellos.

Y, en el dramático y hondamente conmovedor tercer acto, volvemos  a ese 1919 del primero, y, sabiendo ya el espectador en qué han acabado las esperanzas felices del principio, somos testigos privilegiados  de cómo los personajes continúan planeando su futuro venturoso, lo cual resulta, a la par que irónico, emocionante y muy emotivo.

En esta vida hay personas perpetuamente preocupadas por el paso del tiempo y otras para las que la vida es un infinito y creen tener tiempo indefinido para realizar sus proyectos vitales.

 

 

A esta especie pertenece Sánchez, nuestro flamante y, ahora sí, plenamente feliz, Presidente de este Gobierno de cuatro Vicepresidencias,  (¿y por qué no diecinueve o veinte, tantas como ministros?, ya puestos…), y de los pactos inconfesables con separatistas, comunistas bolivarianos e hijos putativos de terroristas.

El proyecto vital de este sujeto desde un determinado momento, que probablemente coincidiera con la adquisición de su, más bien escaso, uso de razón, consistía en convertirse, a cualquier precio, en Presidente del Gobierno de España (ya que no puede ser emperador o virrey). Y en este preciso momento de su tiempo ha logrado su objetivo, eso sí, dejándose en el camino su dignidad, su moral, si alguna vez la tuvo y, aunque también dude de que los tuviera en algún momento, sus principios.

En la mentalidad de Sánchez todo esto no tiene la menor importancia. El fin justifica para algunos siempre los medios, todos los medios, por deleznables e inmorales que estos puedan ser.

Mas quizá haya en la vida de Sánchez, como en la obra de Priestley, un segundo acto en que todos contemplemos como esa ambición primigenia del personaje acabe en desoladora frustración, y el tiempo, ese que nunca se detiene y que, como decía aquel célebre periodista deportivo de apellido García, es el juez insobornable “que da y quita razones”, haga justicia con su vil y traidor comportamiento y pague como merece la felonía de querer cumplir sus deseos a cualquier precio. Y que ese precio haya sido España.

Ojalá así sea. Que el tiempo le infrinja a Sánchez su implacable herida. Que nosotros lo veamos. 

Y que sea antes de que sus deseos cumplidos hayan causado un daño ya irreparable.




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