La anterior centuria comenzaba con un acelerado cambio de paradigma fruto de una época convulsa. Al final de la primera gran guerra Oswald Spengler publicaba su obra “La decadencia de Occidente”, filosofía de la historia que venía a predecir un declive anticipando la pérdida de los valores espirituales que fueron luz de progreso y un desenlace final de caducidad de aquella concebida “cultura occidental”. En la misma década, el comunista italiano Gramsci, desde la prisión en la que cumplió condena, tejió una visión aguda para su aspiración revolucionaria. El óbice antirrevolucionario no había sido otro que el cristianismo y la cultura occidental derivada de sus valores; esa fue para él la razón por la que las masas no se levantaran y se alinearan con el comunismo. Esa forma de ser del hombre occidental, marcada por siglos de historia, era el mayor freno a las pretendidas revoluciones y advirtió que la lucha debía ir dirigida a la “hegemonía cultural” reclutando e infectando cualquier sector cultural, desde la escuela a la literatura, desde el teatro hasta la pintura. El combate debía ir dirigido a lo que él consideraba una maraña impuesta y construida con esos valores, ideas y creencias que pasaban como verdades universales para imponer hegemónicamente una cultura diferente y afín.
Chesterton, en su visión bondadosa desde lo sencillo y humilde que lo identifica, se detuvo en ese mal, achacándolo a las mismas virtudes cristianas que se habían vuelto locas desde la Revolución Francesa y habían donado todas esas nuevas ideologías y filosofías surgidas en esa naciente modernidad, “sub sole nihil novi est,” nada nuevo bajo el sol, siempre una nueva modernidad.
El pérfido resultado de nuestro tiempo y esa atmósfera de relativismo moral tiene raíces profundas en su conjunto multiforme, un puzle perfecto de la génesis exacta y causa de esta deriva programada que se ha venido cociendo durante más de un siglo. Gramsci fue el amanecer de una obra sinfónica encarnada posteriormente en la longeva Escuela de Frankfurt, en la que la teoría marxista se fusionaba con el psicoanálisis freudiano en una danza de ideas neo-revolucionarias. En la encrucijada del materialismo de Marx y el psicoanálisis de Freud, nació una nueva forma de lucha que relacionaba la cultura, la sociedad y el poder. Simbiosis que nace de la necesidad de revivir, de reinventar el marxismo después de las decepciones de las revoluciones obreras, y se alza para abordar las grietas en una teoría que aún se sostenía, pero que necesitaba reformas y crítica sobre el cálculo socialista y el hecho de que Marx basó su teoría en una noción del mundo limitada a las condiciones materiales. Realmente esos pensadores “trasvertían” ese marxismo originario y atacaban la base de aquella critica creando eso que ahora se llama neo marxismo o post marxismo tan cercano a las sociedades progresistas neoliberales, “statu quo”. Desde esa posición argumentaron que la cultura desempeñaba un papel crucial en la determinación de la dominación de clases y la importancia del capital cultural. De esta forma, desde Theodor Adorno y Max Horkheimer, junto con otros pensadores como Herbert Marcuse, fueron ideólogos para esa destrucción cultural, la persecución y consecución de la hegemonía del pensamiento mediante una deconstrucción antinatural del ser humano. En su crítica al sistema existente consiguieron la estrategia. Eso sí bajo la gran paradoja de ser financiadossiempre por elites financieras, “cateris paribus”, que ayudaron además a la metástasis de las nuevas ideologías en todo el plano cultural; medios de comunicación, teatro, cine, televisión y desde ahí a la acción política y el dominio de la educación. Con Marcuse y su concepto de tolerancia represiva nace lo que hoy se denomina por algunos sectores dictadura del pensamiento correcto que condena a la cancelación social a los herejes que cuestionen los nuevos dogmas impuestos por esa inventada nueva religión materialista.
La sociedad occidental, eso que llaman “occidente” y que Splenger utilizaba erróneamente como un todo cuando implica múltiples culturas diferentes, se ha basado esencialmente en el cristianismo, el matrimonio, los derechos de propiedad, el arraigo de los pueblos como ente, la patria o el estado nación, pilares que hoy están atacados en ese combate cultural en la nueva era. Es la búsqueda del nuevo hombre, la ruptura del antiguo régimen para y por un régimen nuevo que pretende deconstruir la misma esencia humana, retrotraerse a la esencia antropológica del ser humano y cambiar no solo su mente sino también su alma. Hoy se ha programado interiorizar la vergüenza del pasado y ese occidente vive solicitando disculpas, sometido y culpabilizado. Culpa impuesta y aceptada que ha socavado el espíritu de la sociedad y sus tradiciones fundamentales. Se está aniquilado lo que es, su esencia natural. La ingeniería social fruto de un estudio profundo ha marcado un camino exacto que está llegando a su fin.
En el anochecer del siglo pasado, acababa de caer el simbólico muro comunista, Juan Pablo II alzó su voz poderosa en su encíclica “Veritatis Splendor” instando a la búsqueda de la verdad en un mundo en constante cambio. “El Esplendor de la Verdad” suponía un recordatorio de que la verdad es un faro en la tormenta y nos advierte de los desafíos morales que enfrentamos. En una sociedad donde se ha hecho desaparecer a Dios del foro, reina el nihilismo, el relativismo moral y se ha convertido en una sociedad inferior de seres perdidos, desorientados, sin rumbo y sin estrella polar, solo la verdad se convierte en arma eficaz.
Pero no olvidemos que es en los tiempos difíciles donde florecen los espíritus intrépidos y nobles que suelen alzarse en contra de la oscuridad con coraje, honestidad, fe y convicción. En este mundo de sombras y luces, se enfrentan desafíos que van más allá de las fronteras personales. Los pocos que durante décadas han estado en las trincheras de la disidencia saben que ahora se recrudece el ataque de ese enemigo invisible. Llega ese invierno de los cesares que adelantó pesimistamente Splenger, nuevos cesares globales para un mundo y una dominación globales de un novísimo ser humano deconstruido. Hoy el hombre de ese mal llamado occidente deambula como un pelele drogado por la alineación a la que viene sometido por intereses lejanos. Pero sigue manteniendo su alma y la mantendrá porque nunca podrán destruir lo natural, y ella será el instrumento que desate el nudo gordiano de toda esta maldad. Splenger olvidaba, en su análisis pesimista, el hecho objetivo de su visión cíclica de la historia que como las estaciones nos dice que siempre después de un duro invierno vuelve la primavera.