El juez Calatayud arrasa en unas elecciones

El juez Emilio Calatayud es exactamente todo lo contrario de un ministro estrella de Sánchez. Para bien decir, el dicho juez, si quisiera, desplumaría en tres minutos un cordel de gallináceas como las que sienta Sánchez en su gabinete sin despeinarse y se fumaría en pipa a unos cuantos presidentes de Comunidades Autónomas en lo que les dure el primer güisqui.

Revilla, que es tocayo del juez y un hueso duro de roer por cuanto juega con parecidos mimbres de cercanía y casticismo como muchos otros caudillines locales, provinciales o autonómicos, se parece a Calatayud lo que un vespino y la moto de Valentino Rossi (ambas tienen dos ruedas) o la linterna de un boy-scout y el faro de Alejandría.

Ocurre, sin embargo, que el juez Calatayud dice las cosas en serio, como si se hubiese caído de joven en la marmita del sentido común, y se cree lo que dice, mientras que a los populistas del estilo de Revilla o de Iglesias se les notan todos los pespuntes y los costurones interiores de su demagogia y de sus imposturas.

Dicho en plata, al juez le comprarías una burra sin papeles y a Revilla, a García Page, a Fernandez Vara o a Feijóo, por citar algunos nombres, les pedirías una inscripción registral, cuatro fianzas, el certificado de penales, los avales del banco, siete declaraciones juradas y un seguro a todo riesgo como garantía de cualquier negocio.

Con gente como la Colau, Torra, Urkullu, la Oltra o el Kichi, mejor ni hablamos de negocios, porque si les compras algo te dan ganas de acudir al notario rodeado de guardaespaldas, por si acaso.

El caso es que el juez Calatayud dice cosas políticamente incorrectas y se mete en trifulcas y en camisas de once varas y no sólo no se hace ni un rasguño, sino que sale ovacionado donde otros sólo cosecharían almohadillazos.

Alguien me dirá que también gente como Ábalos, Sánchez o Simón salen indemnes de sus continuos estropicios, y algo hay de cierto en ello, cosa que resulta casi increíble después de un año entero de estafas, de inoperancias, de embustes, de torpezas, de fiascos y de 50.000 muertes, pero se olvidan de que en ese caso ellos acumulan nuestro estupor, el asombro o la perplejidad que aún nos paraliza a casi todos por tanta desmesura; es decir, que no es lo mismo la empatía que despierta Calatayud en el auditorio, sean de derechas o de izquierdas, que el rigor mortis que nos inunda al resto cuando escuchas a la Celáa al pronunciarse sobre la vuelta al cole.

A todos, menos a Ana Botín, claro, la cual prefiere seguir comprando bancos de saldo a cambio de compartir champú y peluquero con Sánchez, no sea que se le vuelvan a desplomar las acciones de su emporio y acabemos todos convertidos en una sucursal de quinta fila de las finanzas de Angola.

Se pregunta Calatayud en voz alta, sin los exquisitos artificios de Cayetana ni los denuedos de proporcionalidad de Casado, con qué garantías van a regresar los niños al colegio y cómo piensan obligar a que regresen a las aulas si no sabrían cómo obligar a los padres que se escaquean de asistir a sus puestos de trabajo por temor a contraer el covid, y lo que sucede entonces es que a los ministros se les aprieta el trasero y se les pone la cara blanca como la pared de un cementerio.

Habla Calatayud a tumba abierta y sin cortarse un pelo, y hasta los demagogos de Podemos saben que es mejor hacer mutis por el foro y no entrarle a ningún trapo, no sea que acabes en la enfermería con 50 puntos de sutura, los dientes en la mano y algún hueso roto mientras la grada ovaciona… al toro.

Lo que Calatayud reparte entre los políticos cada vez que habla es algo mucho peor que miedo, porque lo que nunca cae en saco roto es el respeto que infunde en su auditorio y la sensación de sensatez abrumadora que despierta entre los que le siguen incluso ocasionalmente.

No obstante, hemos asistido al derribo de la figura del juez Serrano, quien, a su modo y después de demostrar que el sentido común puede cotizar en la bolsa de los valores políticos incluso adscrito a un partido político determinado, ha quedado engullido por una jauría de acoso y derribo que renunció a cubrirle las espaldas.

Calatayud, estoy seguro, no aceptará adentrarse por esos vericuetos que con valentía ha ensayado Serrano, pero renunciando a ello agrandará el respeto que despierta y que tantos dolores de cabeza le causarían a Iván Redondo a poco que una guardia pretoriana le cubriera los flancos con una lealtad de la que no ha gozado el juez Serrano.

Si Calatayud decidiera arremeter las posiciones del gobierno como si fuese un adversario, tengo para mí que las Sturmtruppen Televisionen necesitarían algo más que su artillería pesada para hacerle alguna mella en el discurso de la sensatez contrastada del juez, cuya candidatura tendría validez lo mismo para presidir una asociación de vecinos, una federación de peñas futboleras o para presidir la república de las lúbricas ensoñaciones izquierdistas.

El juez Calatayud arrasaría en unas elecciones como lo hacen los incendios de verano con rachas de viento de 90 nudos.

He dicho.




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *