El ínclito

Cree el ínclito que maneja la ciudad a su albedrío. Y no sabe el ínclito que es la misma ciudad la que le viene dando revolcones a diario con su majestuosidad y saber estar, a pesar de los continuos desplantes del susodicho espécimen. ¿O acaso está convencido el ínclito de que su reinado no es de este mundo? Pobre el ínclito, que sin notarlo sube y baja las escalinatas de su particular palacete completamente desnudo con ese aire de autosuficiencia y egolatría que le distingue; para la sonrisa solapada de quienes lo adoran, de los que le hacen la rosca y la burla clara de los que lo tienen como el enemigo a batir en la próxima contienda.

Cuánta tontuna alberga el ínclito en sus adentros, compadre. Y cuánta insensatez escupe hacia fuera descargando responsabilidades a manojo sobre las espaldas de los subalternos, al igual que si arrojara monedillas de un céntimo de euro a los pedigüeños. Que desde que se embarcó, junto con el de Málaga, en la aventura que denominaron pomposamente, “Alianza de capitales”, todo ha sido un no parar por mostrar a costa de lo que sea las excelencias de “su” Colonia Julia Romula Hispalis y de nadie más, ligando viajes en una gira inagotable que ya la quisieran para sí mismos los Rolling Stones, oiga.

¿La Sevilla de verdad, dice usted? En el monte del olvido, abandonada a su suerte, vaya. Pregunte, pregunte si quiere a los pobrecitos vecinos de los distintos barrios que orbitan alrededor de la gran urbe. E incluya también, por supuesto, a los siempre ilusionados habitantes del casco antiguo. Le leerán todos ellos, sin dudarlo, una interminable relación de promesas incumplidas y despropósitos de chillones colores. Porque el ínclito, a imagen y semejanza de Poncio Pilatos, lleva años lavándose las manos en una jofaina de loza fina desatendiendo los marrones oscuros que tratan de enmendar si es que pueden sus fieles lacayos.

Se cree el ínclito Frank Sinatra que puede manejar la ciudad a su manera. Y no sabe el ínclito que las sevillanas y sevillanos, los sevillanos y sevillanas… los hispalios, caramba, son muy capaces, en una demostración de amor propio pleno, de arrancar sin contemplaciones de ningún tipo, de su butaca labrada y alzada unos centímetros del albero, a quien ha demostrado a lo largo de su mandato no tener en cuenta para nada la verdadera y urgente problemática de la ciudadanía. Y es que en otros menesteres de mayor brillo (que lo elevarían, no se lo cree ni él, a presidir la vida y obra de los andaluces) anda en estos momentos atareado el ínclito.




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