Últimamente parece que la he tomado con los entrenadores de las categorías inferiores de fútbol, ese “opio del pueblo” con el que supuestamente el franquismo taponaba las ansias de revuelta social de la gente y adormecía a las masas, pero al que, al parecer, le han cogido el gusto ciertos vagos como la chaqueta de un guardia que no sabían qué hacer con sus vidas.
Entrenador de fútbol para niños, por ejemplo, es el “”Segunda Teniente-Alcalde” (sic) del Ayuntamiento de “Espartines”, de IU, que ha decretado que su localidad es anti taurina porque a él le sale de las narices y no se hable más, igual que pudo haber decretado que a partir de ahora se prohíbe respirar sin su permiso. El susodicho, además, ha ejercido durante años como comentarista en las retransmisiones deportivas de Canal Sur, avalado más por la cuota ideológica en la empresa mientras gobernaba el socialismo que por sus prestaciones como tal.
Curiosamente, también entrenador de fútbol para niños (y niñas), sin nada mejor en qué ocupar su meninge antes de meterse a diputado comunista (oficio incalificable tras la declaración de la Comisión Europea de 2019), es otro tipo que el otro día se exhibió con la impudicia de su ignorante dogmatismo contra este humilde periodista, confundiendo el significado de humildad con ser la mitad o un remedo de periodista y me calificaba de “pseudoperiodista”.
Esto ocurrió mediando, por supuesto, su generoso sueldo de parlamentario “full”, en una comisión parlamentaria, donde le remuneran su cafrería de forofo en la grada y donde se dedica a soplar la ‘vuvucela’ de su sectarismo, porque a él no lo saques de todo lo que no sea meter patadas y cabezazos fuera o dentro del reglamento, porque lo importante es ganar, no participar.
Meter goles con la mano y sin portero es gloria que se pueden permitir ciertos truhanes elegidos como tribunos por el pueblo pero que luego se dedican, ya digo, al vuvucelismo de su miserable inanidad e inconsistencia.
Todos sus excesos, como un Bordalás de pacotilla que ordena meter patadas sin miramientos hasta quebrar los tobillos del rival, se los consiente a sí mismo porque él sólo se debe a los colores de su camiseta, mientras que del fútbol parlamentario sólo le interesa la soldada de los suyos y la palmadita en el hombro de sus mentores para no tener que volver a pisar en la vida el albero ni el césped artificial.
Al individuo pareció molestarle que alguien se atreva a exponer en una radio pública que hay una sensación difusa o concreta entre los ciudadanos de que muchos delincuentes entran por una puerta y salen por la de atrás sin haber purgado sus delitos, acumulando así actuaciones graves o muy graves que a veces luego desembocan, como ocurrió el pasado mes de enero, en que uno de ellos agrede de manera salvaje a una mujer. Y entonces el de la vuvucela sale huyendo como un puercoespín y empieza a escupir sus afiladas púas para disimular.
Fui invitado a relatar que en un reportaje periodístico, un señor, de Rumania, como hubiera podido ser de Vallecas, contaba que había decidido instalarse aquí a ejercer de caco o de ratero después de comprobar que él mismo sumaba ya más de quince detenciones y jamás le había pasado nada, cosa que, según su narración, sería impensable en su país, todo lo cual explicaría por qué un canalla, con un historial de detenciones monumental, andaba suelto cuando abrasó con ácido a dos mujeres en un ejercicio de machismo criminal.
También le parecía deplorable al susodicho diputado que alguien trate de explicar que el uso de ácidos para esta clase de agresiones salvajes contra la mujer es muy común en determinadas sociedades, que van desde el Caribe a Pakistán y desde la Umma hasta Ciudad del Cabo, lo cual no implica que algo así no pueda suceder también en la plácida Suiza, aunque lo más previsible es que si ocurre algo así en Lugano, la lógica prudente indique investigar si hay implicadas en el hecho personas de algún otro lugar. Más que nada por acotar las pesquisas y retirar de la circulación lo antes posible al responsable. Y eso que ya entonces se sabía la procedencia del criminal en cuestión.
El problema es que este gañán metido a diputado, que dice haberse dedicado al deporte infantil, desconoce a buen seguro lo acontecido con Ana Fidelia Quirot y Javier Sotomayor, dos de los más grandes atletas (ambos cubanos) de la historia mundial, y jamás se ha preguntado lo que ocurrió para que ella batiese todos los records con el 40% de su cuerpo abrasado con ácido.
Pero todo esto al pelotero de la vuvucela se la suda, porque su única misión es soplar la gaita y hacer ruido al servicio sólo de quien le sostiene fuera de los campos de fútbito, que, dicho sea de paso, es muy de agradecer, porque quizá merezca la pena tenerlo apartado a cualquier precio de donde se cuecen cosas tan sensibles como las de los niños en edad de formación. Mejor tenerlos alejados de semejante gañán.
No contento con sus soplidos de corneta, el parlamentario, acostumbrado a ordenar patadas de sus niños a otros niños, aseguró en la comisión parlamentaria que había que silenciarme a toda costa para evitar mis “rebuznos” (sic) en la radio. Tan ruidoso irrespeto, abusando del escaño, de un parlamentario hacia los ciudadanos, casi me emociona, habida cuenta que las mulas tordas no relinchan ni rebuznan.
A su juicio no bastaba, según él, con expresar su desacuerdo impostor y retorcido, sino que exigía mandarme a casa, a la espera de que él o alguno de los secuaces de su partido me envíen un chusco de pan y un cazo con agua sucia como acostumbraron siempre los de su misma ideología en el gulag. Va listo el encomendero…
Aquí no se discute ni se dan explicaciones a los hechos luctuosos por orden gubernativa, ni tampoco se torea porque a los fasciocomunistas no les sale de las pelotas de su reglamento atroz.
Lo peor de todo, no obstante, es tener que soportar a estos infames, que no han salido de los brazos de papá y de mamá, caracoleando su impostura sobre la violencia sin haber pisado una sola vez lo que el amigo Pérez-Reverte denominó “Terrritorio comanche”. Pretender que minimizo alguna clase de violencia por situar en su contexto unos hechos, cuando me tocó mirar cara a cara a los asesinos docenas de veces, antes que un insulto, es una frivolidad que les ridiculiza sólo a ellos tratando de justificar su soldada.
Señor diputado, es usted un gañán (y no está solo en ese oficio) al servicio de sus señoritos, que sólo dice guau y, por más que ladre, los ciudadanos libres cabalgamos.
He dicho.