El fantasma de la Stasi contraataca

Me parece que la derecha en general (los conservadores más incluso que alguna clase de liberales) aún no ha entendido la pertinencia e importancia de llevar a cabo la llamada “batalla cultural”.

Vale que podría y deberían producirse debates sobre cuáles han de ser esos asuntos prioritarios, cuáles los argumentos y cuáles las líneas rojas en función de su rentabilidad, pero lo que no es sensato, creo, es entregar todas las causas y ocurrencias que presenta la izquierda o cuando los nacionalismos le rompen las costuras a la situación, porque de ese modo acabaremos mucho antes de lo pronosticado en cualquier basura ideológica ‘letrinoamericana’ y en un Estado en demolición.

Yo mismo me sorprendo de cómo es posible que algunos partidos se atrevan a vender aún a la población la mercancía averiada de que la situación se arregla subiendo impuestos. Y la explicación es quizá muy fácil: cuanto más precario sea todo y resulte más difícil sostenerse (es decir, cuantos más pobres generen) más gente habrá capaz de comprar ese discurso que en principio se diría dirigido contra los intereses de los propios votantes, a los que nos esquilman por encima de nuestras posibilidades.

Contra eso la derecha sólo acepta regañar con la boca chica, tal vez a sabiendas de que Montoro y Rajoy también los subieron, aunque fuese para enjugar en cierto modo la debacle de gasto y no, como ocurre ahora, para dispararlo más aún en una espiral que conduce inevitablemente a una situación pre-caribeña.

Nadie ha señalado con la contundencia necesaria, por ejemplo, que las medidas adoptadas durante la pandemia produjeron en España una brecha de riqueza y de desigualdad colosal y de la que difícilmente nos recuperaremos nunca. Mientras nos confinaron a todos y paralizaron la economía del país casi al completo mediante un decreto inconstitucional, todos los millones de funcionarios (y los políticos por supuesto) siguieron con sus salarios garantizados como si aquí no hubiese pasado nada o como si los servicios se hubiesen mantenido en el mismo nivel de eficacia o de necesidad.

Durante meses, muchos millones de personas sostuvieron sus ingresos y redujeron su nivel de gasto, inflando su capacidad de ahorro familiar con un dinero que no se había generado en ninguna parte. Y a la vez, otros muchos millones, los del trabajo productivo se quedaron congelados en la incertidumbre (en el mejor de los casos), mientras que autónomos y empresarios colgaban de un alambre o se despeñaron en el cese inevitable y a menudo para siempre de su actividad.

Repito: una brecha espectacular a la que nadie alude con el espejo de la realidad por delante. Y el Estado, abocado a una deuda descomunal e impagable, cuyo principal mecanismo seguirá siendo exprimir a los que ingresan algo para dar pedales y poder mantener las pagas y las subvenciones de los precarios que ellos mismos han generado, porque, como sostenía la Thatcher, “el socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero de los demás”. Y Ronald Reagan afirmaba cargado de razón, no sobre el socialismo necesariamente, sino sobre cualquier gobierno en general, que “el Estado nunca soluciona los problemas, los subsidia”, porque para el Estado la economía es algo que “si se mueve, le pone impuestos; si se sigue moviendo, se regula; y si se para, lo subsidia”.

Hay un ensayo reciente que se vende por 0,89 euros en su versión digital, prologado por Iván Espinosa de los Monteros, y con colaboraciones antológicas, entre otros, de Francisco Contreras y del argentino Agustín Laje, que debiera servir para aprender a deslindar el panorama en el terreno de la derecha, porque el día que el PP asuma debatir en su interior las contradicciones actuales que se abordan en el libro, volveríamos a pensar en una especie de refundación posible que podría acabar con la atomización del voto, en lugar de alimentar el fanatismo que ya puede detectarse entre votantes del PP y de Vox, quienes, a veces, ingenua y torpemente, se otorgan mutuamente el trato de apestados sin que sus dirigentes hagan nada por evitar esa sangría o por aminorar una animadversión que identifica a su respectivo socio con Bildu o con el sanchismo. ¿Estamos locos?

Algunos podrán creer que exagero, pero yo les recuerdo aquí y ahora que al inicio de la última campaña electoral, la todavía vicepresidenta Yolichari comunista de la Srta Pepis afirmó que “vamos a asaltar el Banco de España”…, cosa que ya hicieron en comandita y con el PSOE a la cabeza en el año 1936 y que nadie les recuerda en su historial, así que será mejor no tomarse a broma dicho anuncio mientras Sánchez desmantela todos los pegamentos de la cohesión nacional, ora por exigencia de sus socios de ocasión de Bildu o de los golpistas catalanes, ora por imposición de Marruecos o de la UE y de sus transiciones energético-lírico-bailables…

Hay algo que a mí me llama muy poderosamente la atención y que dejaré más a fondo para otro día. Se trata de la imponente tragadera que mostró la Europa continental para engullir a la RDA en su reunificación sin haber llevado a cabo un raspado a fondo de los responsables de un régimen de acero que asesinaba sin reparos y que aplastaba en una oscura celda o en el túnel de un gulag soviético a los que intentaban desertar.

Casi nada hemos sabido de tantos millones de represaliados y menos tal vez de sus responsables, quizá porque convenía silenciarlos mientras grandes fortunas se desmadraban comprando a precio de ganga industrias y terrenos con aquella operación para reflotar a la nueva Alemania reunificada. Pero debe decirse que los herederos de aquel régimen atroz aún permanecen y que quizá su ideario socialista es el que vemos relumbrar en las actuales políticas de la UE, porque vuelven a ganar terreno poco a poco desde dentro de las instituciones y “el fin de la Historia” nunca llegó a producirse, tal vez sólo fue un espejismo. La implacable RDA de la Stasi sigue ahí, viva y coleando. El peligro no procede del nazismo, que ni está ni se le espera, sino otra vez del comunismo y de la hermandad proletaria a la que nos quieren devolver con la agenda 2030 y con los planes quinquenales que arrasan nuestras libertades individuales en nombre siempre de una causa muy superior e inalcanzable.

Al respecto de esto les invito a ver una excelente serie de Netflix que me descubrió hace poco Pedro de Tena, y que por su feroz anti comunismo ha sido ignorada más que silenciada por todos los medios de comunicación a pesar de que el relato y sus personajes son excelentes, cuenta con una factura impecable, inicia al mejor estilo Bourne, luego se agarra de forma muy lograda al modelo Tarantino antes de adquirir el tono narrativo de lo mejor de los hermanos Coen y al final suma tintes almodovarianos.

Se llama “Kleo”, un relato sobre una agente extraoficial de misiones especiales de la Stasi traicionada por los suyos en pleno derrumbe del Muro de Berlín. No se dejen engatusar por los guiños y el humor a veces delirante que salpica la trama y piensen en la cuestión de fondo que plantea la supervivencia ideológica de aquel régimen que no está muerto ni enterrado, sino que vive disfrazado entre nosotros, agarrado a la teta de la UE, como un fantasma.

He dicho.




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