El día por venir

No, no encontrarás el día internacional Contra la Violencia. Porque no existe, ¿cómo habría de existir tal cosa, si la violencia es el principal argumento de todo poder? Y ya se sabe, lo que no tiene su día especial – igual que lo que no tiene nombre- no existe. Si la perversión política del lenguaje es capaz de hacer desaparecer cosas reales en su chistera mediática, también puede hacer lo contrario, puede crear ficciones para suplantar la realidad. Técnicamente se llama “preformar” la realidad, y es la principal dedicación de nuestros gobernantes. Son los relatos del poder y de sus medios a sueldo que, cogiendo una parte de verdad –y a veces ni eso- nos venden sus mentiras, haciendo pasar la parte por el todo. Con una maquiavélica eficacia.

Hay días dedicados oficialmente a casi cualquier cosa que podamos imaginar, pero los importantes son los de la agenda política global. Uno de sus principales es éste del 25 de noviembre, día internacional contra la violencia, pero “de género”, término ideológico del feminismo del siglo XXI que, viendo agotadas sus reivindicaciones, decidió dar otra vuelta de tuerca al discurso. Y convertir a todas las mujeres “discriminadas” en “maltratadas”, en “víctimas” de los pérfidos varones. La cosa no podía haber ido peor, por eso la jugada era perfecta. E implicaba acabar con la igualdad, en nombre de la igualdad. La liquidaron literalmente con su infausta Ley de Violencia de Género, que un acobardado parlamento aprobó por unanimidad en 2004, y fue refrendada en apretada votación por el Tribunal Constitucional de entonces. Con esta ley se le puso anatomía a la moral –lo femenino es el bien, lo masculino es el mal-, y en torno a esta premisa teológica ya cualquier cosa fue posible. Hasta agotar nuestro asombro. 

No, no podría haberse concebido nada más machista que la segregación legal de los derechos fundamentales por cuestión de sexo. Pero aún peor que la literalidad infame de esta ley es todo aquello que oculta. Como los varones muertos en pareja; o los niños asesinados en sus casas. O las denuncias falsas, esas que no existen. O la vulneración sistemática de la presunción de inocencia. O la macabra violencia institucional que la propia ley promueve contra los ciudadanos por mera cuestión de sexo. O la probabilidad masculina de ser asesinado, que dobla a la femenina. O los suicidios, primera causa de muerte no natural de los varones españoles. Y, por supuesto, oculta su absoluta ineptitud para combatir cualquier clase o forma de violencia, y las bien fundadas sospechas de que incluso estuviera contribuyendo a provocarlas.

No, no es inocuo en España hablar de “violencia de género”, su significado incluye demasiadas aberraciones. Por eso urge ese Día Contra la Violencia, a secas. Que simbolice el fin de la devaluación de lo humano frente a las identidades grupales. Y que rescate al individuo del fango de las totalitarias culpabilidades colectivas. El 25 de noviembre sería una fecha perfecta. Mientras los políticos del tres al cuarto siguen con su oportunista versión de la realidad, con su preformada “guerra de sexos”, yo percibo un rumor subterráneo. Somos optimistas todos los que ya hemos atravesado el desierto. Vemos el vaso medio lleno, en vez de medio vacío. Nos conformamos con poco, tal vez sólo con tener voz. Y, quien sabe, quizás no esté tan lejos ese hermoso día que celebrar unidos. Porque ahora todo está de nuevo en nuestras manos.




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