El ataúd de la democracia

El Rey que regresó del destierro y desmontó el reloj de una dictadura para traer la democracia, acabará sus días en el destierro, contemplando cómo nos desmontan a todos la democracia para implantar un artefacto demasiado parecido a una dictadura totalitaria.

El resumen, no por sencillo será menos cierto, y se ajusta como un guante a lo que vemos con este Sánchez que ha cruzado el Rubicón de las desgracias y al que sólo le ocupa mantenerse en el poder hasta el fin de sus días o hasta que el poder le reviente en la cara.

No desea gobernar con la lógica discrepancia en toda democracia, sino que lo hace con la meridiana intención provocadora de irritar a la mitad de España. Imposible encontrar una sola propuesta cuyo objetivo pretenda conciliar a ambos lados, porque todo el propósito que encierran los proyectos de Sánchez es, primero, conseguir que resulte absolutamente inaceptable para la oposición.

Claro está que en eso ayudan bastante sus socios, desde los comunistas a los independentistas, cuya máxima aspiración es la de tensar la cuerda hasta que se partan los hilos de la marioneta y el muñeco salte por los aires.

Más que un juego suicida se trata de un negocio irreparable, que no puede terminar bien, porque los pilares políticos y constitucionales del país estaban centrados e incluso en el desacuerdo había margen para la conciliación en temas trascendentes entre las principales fuerzas parlamentarias.

Poco a poco, bien o mal, se avanzaba. En zig-zag y con sus pausas y hasta con sus retrocesos ocasionales, pero en una sola dirección.

De repente, Sánchez hizo saltar todos los consensos, todas las costuras, y ya nada podrá volver a ser igual. Sánchez ha decidido borrar del tablero político a la mitad de los españoles y cada una de sus apuestas sólo tiene vocación de aplastarlos.

Una componenda de esa clase es insostenible, pero peor aún si se practica con apenas 120 diputados y los 55 restantes, casi la mitad de los que necesitaría para obtener mayoría absoluta, sólo buscan la destrucción completa en las materias esenciales que amalgaman a la Nación.

No hay consenso posible cuando las masas violentan la democracia, agreden a los representantes políticos y ni siquiera el ministro Marlaska, que venía de ser un alto juez de la Audiencia Nacional, ve motivo de escándalo mayúsculo para frenar a las hordas de energúmenos campando a sus anchas en sus agresiones contra la tercera fuerza política de España.

Hasta los símbolos nacionales y la Jefatura del Estado reciben los torpedos del propio gobierno y ni siquiera la unidad territorial está garantizada.

Están alimentando la debacle total de un país entero, sumergido en una ruina y atrapado por un cerco de pandemia que sólo puede arrastrar desgracia, temor y una animosidad imprevisible y muy peligrosa.

Los globos se hinchan y crecen cuando los llenas de aire a suficiente presión, pero también explotan cuando sobrepasas un límite o los pinchas, lo cual puede suceder en cuanto Europa cierre el grifo de las ayudas millonarias porque no se atiendan las recomendaciones en forma de exigencias que impondrán la Comisión y el BCE.

Algo más de 30.000 millones de euros, asegura Sánchez que llegarán este año en ayuda de la maltrecha situación española, pero son 70.000 millones los que ha dejado de ingresar el Estado en 2020 después de la catástrofe hostelera y varios cientos de miles de empresas y autónomos han cerrado sus persianas por la prohibición y por falta de negocio y no reabrirán ya nunca por falta de financiación.

De una cosa podremos estar ya casi seguros: el Rey Don Juan Carlos regresará a España en un ataúd y esperemos que, cuando eso ocurra, no constituya una metáfora del fin de la historia de nuestra democracia.

He dicho.




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