Las noches del pasado mes de agosto se han prestado a actividades que no solemos llevar a cabo el resto del año, como contemplar las Perseidas, la Superluna Azul, y otros espectáculos y eventos que no voy a detallar, pero también entre una cosa y otra, y dado que el sueño ha sido difícil de conciliar por las altas temperaturas, uno se ha refugiado en alguna que otra serie, como la que aparece en portada del presente artículo.
Y es que lo que elegí como una alternativa de entretenimiento antes de irme a la cama, me ha dado suficientes argumentos como para dedicarle unas líneas por los numerosos entresijos de su guión, que a continuación les detallo.
En primer lugar, nos deja claro que no existe la seguridad completa. Por mucho que nos quieran vender alarmas antirrobos, rodear a personajes públicos de fornidos guardaespaldas armados hasta los dientes, y contar con los antivirus más potentes para nuestro ordenador, el riesgo siempre existe. Hemos de acostumbrarnos a convivir con él y ser conscientes de que, desde el comienzo de los tiempos hasta ahora, para morir, aún siendo el presidente de los EE.UU., sólo se necesita estar vivo.
En segundo lugar, la vocación hacia un trabajo, como la que muestra el protagonista, multiplica la eficacia con la que se realiza, concede un plus a quien la posee, y es superior a todas las soft skills que tanto se valoran en las entrevistas de trabajo (compromiso, capacidad para trabajar en equipo, etc). Estamos ante un intangible que convierte en ganador a quien se manifiesta “nacido para desempeñar una tarea concreta”.
Entiendo como auténtica vocación, para que no quepa duda, aquella que amalgama dos amores en apariencia contrarios: el amor abnegado, por un lado, y el amor arrebatado por otro, hacia un determinada ocupación. El amor abnegado, cuando le falta la llama del arrebato, puede acabar en rutina complaciente, como tantos matrimonios fiambres; y el amor arrebatado, cuando le falta la serena perseverancia, puede disiparse y ser tan efímero como una ilusión.
Otra de las enseñanzas que deja esta serie es que conviene separar la persona de la institución que representa. Vivimos tiempos en los que se nos olvida que las instituciones están por encima de las personas, que éstas pasan, pero aquéllas tienen vocación de permanencia, porque forman parte de un entramado jurídico que sostiene el sistema, y atentar de palabra o de obra contra ellas, pone en peligro su continuidad, tras siglos (el Estado) o milenios (la Iglesia) de existencia.
En cuarto lugar, todos los capítulos están impregnados de un noble sentimiento que tantas veces echamos en falta: el agradecimiento, que puede dirigirse a quien nos ha salvado la vida y a él le debemos nuestra existencia hoy, a quien ha pasado por alto prejuicios más o menos infundados y nos valora por la calidad de nuestro trabajo, o a quien ha renunciado a puestos más cómodos y mejor remunerados, y sin embargo ha preferido seguir a nuestro lado por mera lealtad.
En quinto lugar, se trasluce en el comportamiento de varios protagonistas el máximo respeto a la ley. Vivir en un Estado de Derecho es un lujo si observamos tantos y tantos Estados fallidos en América, Asia o África. La separación de poderes (ejecutivo, judicial y legislativo) otorga equilibrio a cualquier faceta de la vida política, y sin ella, emprendemos un camino que conduce a la anomia o a la tiranía.
Por último, last but not least, me ha sorprendido la compleja psicología de los personajes. Los buenos, como decimos habitualmente, también tienen sus momentos de ira injustificada, manifiestan expresiones de las que luego se arrepienten o se ven tentados de tomarse la justicia por su mano. Los malos, no lo son por su naturaleza, sino porque se han visto obligados a elegir en momentos de máxima presión, por unas supuestas “razones de Estado” o porque sufrieron la injusticia de verse superados en sus carreras por compañeros de menos valía que ellos. Lejos de los clichés que nos quieren vender desde distintos lugares, en una época en que parece que estás conmigo o contra mí, encontrarnos con personajes difíciles de encajar en prototipos, es de agradecer.
A lo largo de sus diez capítulos late un mensaje que se transmite de forma recurrente: hasta en la peor de las situaciones se puede elegir; siempre hay opciones, por lo que la idea de que estamos obligados a hacer lo que se espera de nosotros es un engaño. Como sostiene Sartre en “El ser y la nada”, el hombre está condenado a ser libre.
Así que ya lo saben: les recomiendo “El agente nocturno”, una serie de Netflix de 2023, entretenida y dinámica, que se puede ver en una semana. Disfrútenla.
Alberto Amador Tobaja: aapic1956@gmail.com
Las cookies necesarias son absolutamente imprescindibles para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría sólo incluye cookies que garantizan las funcionalidades básicas y las características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.
1 Comment
Estupendo análisis , lo mejor de la lectura o del cine sin duda es extraer su moraleja, ese mensaje subliminal que pocos saben captar , y mucho menos transmitir .
Gracias Alberto