El 24 murió Gardel

Físicamente, porque su espíritu continúa latiendo a través del tiempo en los corazones de quienes le seguimos admirando. Y es que el fatídico accidente de aviación, ocurrido el 24 de junio de 1935 en el aeropuerto de Medellín fue un golpe demasiado duro para todas las almas que amaban el tango. Desaparecía la figura de Carlos Gardel, el artista inigualable que con una lágrima en la garganta supo decir como nadie, al compás de músicas dulzonas y al son de del alegre rasguear de guitarras brujas, todo el contenido de unas estrofas que nos hablan de noches de luna clara y suaves alboradas en la Pampa, de resoplidos de bueyes y olor a tierra mojada o de rinconcitos arrabaleros y madreselvas en flor; de tiernos idilios y de otros motivos sentimentales que encierra el extenso repertorio de su cancionero criollo.

Aunque Carlos Gardel no naciera en Argentina, sino en Toulouse (Francia), sería injusto proclamar que no era argentino, ya que con sólo cuatro años de edad llegó a Buenos Aires, en 1891, acompañado de su madre, y fue en Argentina donde más tiempo permaneció, paseando su folclore por todo el mundo y exhibiéndose ante los públicos de todos los países que frecuentaba como cantor de lo porteño. Sus comienzos fueron difíciles, pero llevaba en potencia el germen de un arte que luego habría de ser revolución en el mundo gauchesco del Plata. Arte que no tardó en desarrollarse, hasta convertirlo en el máximo intérprete del tango al que supo dar categoría de canción con resonancia internacional y llevándolo hasta el mismo pueblo.

Viajó mucho por Europa. Vino a España y sus canciones fueron reiteradamente aplaudidas en los mejores escenarios de Madrid y Barcelona. Con su célebre vals, “En un pueblito de España”, el nombre de nuestro país llegó a los más apartados lugares del planeta. Ante el fulgor de su ascendente carrera, las empresas cinematográficas lo acaparan para la filmación de películas que después recorrerían con éxito arrollador todos los territorios de lengua española; dándose el curioso caso de que, a instancias de un público volcado en delirante entusiasmo, la máquina proyectora tuvo que dar marcha atrás muchas veces para que se oyeran de nuevo aquellas canciones que por su fuerza emotiva más habían cautivado al espectador.

Carlos Gardel, millonario, en el cénit de la fama, apenas si pudo dar cumplimiento al gran número de contratos que las empresas teatrales y de cine le ofrecieron. Su última exhibición ante el público tuvo la noche del 23 de junio de 1935 en Bogotá. Y el 24 de junio, volando de Bogotá hacia Cali donde debía actuar, en Medellín, aeropuerto de escala, sobre el avión donde viajaba, parado en la pista con los motores encendidos en espera de la orden de despegue, se abatió otro avión que en falsa maniobra intentaba también despegar, incendiándose súbitamente los dos…

De esta lastimosa manera calló para siempre el trino melodioso del zorzal criollo. Pues sus alas de ave cantora, desplegadas a los vientos del éxito y la popularidad, quedaban rotas y abatidas definitivamente sobre el montón informe de despojos a que quedaron reducidas en poco tiempo aquellas dos máquinas de muerte. Pero como ya he dicho, Carlos Gardel no murió del todo. Que vive Gardel en el recuerdo emocionado del gaucho, en el corazón de la criollita que cada 24 de junio lleva con lágrimas en los ojos flores nuevas a su tumba, en tantos y tantos amantes del tango…




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