Dinero en efectivo y libertad

Ante la amenaza de la desaparición del dinero en efectivo, de los billetes y monedas físicos, muchos –acaso no tantos como debieran-, alegan las enormes consecuencias negativas que esto podría implicar, y muy principalmente el hecho de hacer ya total y absoluto el control minucioso que los gobiernos tienen sobre nuestras personas. Estremece pensar pues que ni un lápiz podremos comprar sin que conste pública y universalmente – si lo sabe el banco, lo sabrán los gobiernos, las multinacionales, las redes sociales… Un control que ninguna ficción apocalíptica podría imaginarse, eso lo tenemos detrás de la puerta, y acaso porque es una realidad tan terrible e inimaginable, preferimos no verla.

Poco se habla de esto, ciertamente, para la extraordinaria magnitud de la transformación que implicaría (preferimos ponerlo en el condicional, y no en tiempo futuro).

¿Por qué se comenta tan poco? ¿Por inconsciencia? ¿Por falta de imaginación –como la población está tan habituada a no usar apenas el dinero en efectivo, no son conscientes de lo que supondría la imposibilidad total de hacerlo? ¿O acaso porque el defender el dinero en metálico a la mayoría de los ciudadanos les suena feo, lo relacionan con el dinero negro y temen que si lo defienden quedarán en mal lugar…?

Mucho antes de que se debatiera este tema – es decir, de que se debiera debatir, lo cual apenas se hace, este crucial asunto- ya muchos nos apenábamos del boom de las compras por tarjeta, que quedaban constatadas con su hora y fecha y lugar. No es sólo una cuestión económica o práctica; de algún modo, si lo observamos, el pagar de un modo o de otro afecta a estratos insospechados de la vida personal, los que se refieren a la libertad, a la alegría de vivir y hasta al romanticismo.

No se trata de tener mucho o poco. Se trata de utilizar el dinero, el que se tenga, como un mero instrumento, sin darle mucha importancia. Tener de qué vivir, por desgracia, sí es algo importantísimo e imprescindible. Pero una vez que se dispone aunque sea de lo mínimo, el cómo se gaste, para una cierta mentalidad que consideramos noble y sana, y que siempre ha sido muy española, no debe ser demasiado importante. 

El dinero en efectivo permite la holgura de vivir. El impulso del momento, el encuentro con un amigo, una consumición casual… todo eso se puede saborear con alegría sin llevar el cómputo.

El efectivo posibilitaba la divina ignorancia de no saber, ni querer saber, exactamente cuánto se lleva en el bolso (repito, no se trata de  tener mucho ni poco; a cualquier nivel es posible optar por un poco de holgura). Se daban sorpresas en un sentido o en otro – hallar más de lo que se recordaba, o, con mayor frecuencia, mucho menos. 

No hay derroche. Si se llevaba un billete de veinte euros, más desde luego no se podía gastar. Pero el céntimo no se contaba ni quedaba registrado en ninguna parte. El dinero era entonces instrumental –lo que debe ser. Permite afrontar las situaciones de la vida cotidiana (surge invitar a alguien a un café, o tener que comprar unas tiritas de urgencia, o recurrir a un taxi porque ya se ha ido el último autobús) con la holgura de vivir el momento, grato o menos grato, sin que el importe del gasto quede grabado como con hierro candente para los restos. 

Llevar el cómputo de los céntimos invita a una vida de tacañería y cálculo, total y absolutamente centrada en el dinero como medida última de todo. Y el pago virtual obliga a ello (tres meses después del hecho, el banco nos recuerda que tuvimos que invitar a un pelmazo; o que en un impulso adquirimos un champú que resultó un timo. Si se hubiera pagado en efectivo, tan mezquino lamento no se daría, el hecho estaría más que olvidado; estaríamos inmersos en la vida, no en el llanto sobre un euro desperdiciado).

Llevar el dinero encima, el que se tenga, mucho o poco, con la libertad de darse un capricho, ya sea un chupa chups, sin que nadie se entere ni lo anote, eso permite la libertad, la holgura, la alegría de disfrutar espontáneamente de los bienes de la Creación.

Mantengamos el dinero, por favor; precisamente para que podamos vivir sin pensar a todas horas en el dinero.




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