En un alto órgano colegiado de extracción parlamentaria del que formé parte durante casi 14 años, máximo órgano consultivo del Gobierno de mi comunidad autónoma en una materia, una de sus miembros, durante un debate interno, me recriminó una vez que lo malo no era lo que yo opinaba sobre cierta cuestión profesional, sino que además lo pensaba así de verdad. Le escandalizaba no sólo que lo expresara, sino incluso que me atreviera a pensarlo y a pensar. Menuda desfachatez la mía…
Es a lo que te expones cuando alguien está dispuesto a renunciar a lo que piensa con tal de amoldar sus opiniones al interés particular de terceros y hay hasta jueces dispuestos a tragarse sapos y culebras en beneficio propio o de sus cuates a cambio de una soldada. Ni siquiera lo llaman malversación (del intelecto) ni prevaricación.
En el ejercicio de ese mismo cargo, cuyas causas de cese estaban y están tasadas en la ley que regula a dicho órgano y por tanto escapaba de la caprichosería política de turno, fui objeto de “reprobación” en el transcurso de una comisión parlamentaria por mantener mis opiniones de forma honesta e independiente, exigencias ambas de la propia Ley y de mi conciencia.
Pasé varias semanas esperando que el Parlamento me comunicara por carta aquella inútil reprobación, pues pensé haberme fabricado con la carta estampillada de manera oficial una hermosa palomita de papel que hubiese colocado en lugar preferente de mi librería como recordatorio de por vida de tan distinguido y estúpido reconocimiento honorífico procedente de un grupo de destacados sectarios elegidos primero por sus respectivos partidos y luego mediante el voto popular. Nunca me llegó nada, pero a ellos les sirvió, supongo, para su propaganda política circense de aquel momento, igual que ahora se sirven para eso mismo declarando “persona non grata” en Ceuta al dirigente de un partido.
Más recientemente, este mismo año, ya en el libre ejercicio de mi profesión y en uso de mi derecho a razonar y a opinar libremente, tres diputados, pertenecientes a PSOE, Podemos y C’s (lo de C’s es un melonar), consumieron su precioso tiempo, pagado a precio de oro con nuestros impuestos (también los míos), en comisión parlamentaria, para ponerme a mí, un vecino igual que otro cualquiera, como los trapos, por haber expresado mis opiniones en un medio público sin incumplir ni un sólo requisito deontológico ni legal, sólo porque los tres melones discrepaban de mi opinión, y exigieron que se me cesara en mi colaboración con dicho medio, cosa que así ocurrió… y nadie aún se ha disculpado, pues se sienten facultados para acallar y no aceptar la discrepancia, como ‘franquitos’ metidos en manteca, y sin sujeción ni respeto al espíritu y la letra de las leyes en un Estado de derecho.
Quiero decir con esto que hemos llegado al súmmum censor mediante la represalia, la extorsión, el chantaje y la persecución por el mero hecho de la discordancia, y la han extendido incluso más allá del fango en el que la política se mueve, haciéndola extensiva a simples ciudadanos que se permiten argumentar su discrepancia en uso legítimo de su derecho.
Declarar “persona non grata” a Santiago Abascal en Ceuta, a ellos les sale gratis (a nosotros no, porque usan el tiempo para sus majaderías) y al propio Abascal le trae al fresco, como a mí me sucedió mientras esperaba la comunicación oficial de aquella soplagaitez. Bien pudieron reprobar a los etarras que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, a los torturadores de Ortega Lara, a los fugados de la Justicia tras el golpe catalán o al mismísimo rey de Marruecos que les multiplica los problemas, cosa que ni se les ocurre, porque el objeto de todo esto es la pura manipulación y el avasallamiento de la voluntad. En cambio es aún peor cuando utilizan el dinero público para aplastar a ciudadanos cuya única protección son las leyes ordinarias, porque entonces abusan de las espuelas como señoritos de cortijo, practican la extorsión con sus privilegios y el acallamiento con su intolerancia atroz y con su macizo sectarismo de juguete.
Es decir, llaman democracia a pensar y a opinar lo que te dicten ellos y te conceden a lo sumo el derecho a no pensar. Y a Franco le da la risa.
He dicho.
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