Lo de fluir está de moda. Hasta en algún anuncio de televisión se emplea la palabrilla, supongo que para que uno, una o une se queden ya contentos. Bueno, lo de este anuncio de la tele, en concreto, va por lo del escape de orina cuando se está ejercitando yoga. Y te lo solucionan de un plumazo con una milagrosa compresa, y así tu energía fluye con total normalidad.
La palabra en cuestión, como otras que yo me sé y usted también sabe, se está introduciendo sin que casi nadie lo advierta en la conversadera diaria de toda clase de eventos, tertulias, entrevistas, etc. Y si no la cuelas en tu habla habitual es que no te encuentras dentro de la pomada social; se te mirará de reojo como a un bichito raro y se procurará por todos los medios que tu presencia se diluya cuanto antes.
Es lo que tiene, a la vejez, ser corresponsal de la observación pura y dura. Que no hay vuelo de insecto que se resista al ojo. Porque no me queda otra, oiga. Salir a pasear con el Duque es lo que hago durante un par de horas, pero nada más. Luego, a la favela, a ponerme ciego de café del bueno y a continuar fisgoneando desde mi particular atalaya de aluminio descolorido.
Antes, entre otras, fue lo de: “a ver…”, Que era o es como una paradiña que hacía el individuo, individua o individue, para explicar el contenido que a renglón seguido desarrollaría en su totalidad. En todos los medios de comunicación, en cualquier verborrea que se preciara, el “a ver…” atizaba con su pomposa presencia haciéndose un silencio cómplice en derredor. Ahora, es el fluir. “Deja que todo fluya, hijo mío”, me susurra en tono misterioso la yoga teacher… ¡Es que me estoy meando, caramba!, le suelta a la maestra mi otro yo.
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