Lo del cura Bergoglio es ya casi una burla, una mofa, una befa a la Iglesia Católica y un insulto a la inteligencia. No es sólo su meliflua vocecita con la que se dirige a los feligreses y su impostada entonación infantil, como si hablara para lerdos de 8 años, sino sobre todo el contenido maliciosamente intrépido de sus mensajes comunistoides.
Ha venido a descubrir ahora que el verbo “multiplicar” referido a los panes y los peces no aparece nunca en el llamado Sermón de la Montaña (en realidad hubo varios) y de ahí concluye de manera completamente ágrafa, y lo traslada desde el ventanal de sus aposentos en la Plaza de San Pedro, que “el verdadero milagro, dice Jesús, no es la multiplicación, que produce vanidad y poder, sino compartir, que incrementa el amor y permite a Dios obrar maravillas”.
Nótese que nadie sabe qué cosa podrías compartir si no multiplicas o no tienes nada, porque, en el sentido material, compartir la nada es la miseria misma y según Mateo y Lucas, que no son dos cantantes, sino dos evangelistas, en el cesto de una de aquellas ocasiones, tras cruzar el lago Tiberíades, había “cinco panes y dos peces” o “siete panes y unos pocos pescados” para cuatro o cinco mil personas, según la versión, sin contar las mujeres y los niños.
Jesús ordenó a sus apóstoles alimentar a todos los presentes, pero Felipe Juzgó que 200 denarios serían completamente insuficientes para proporcionar tanta comida, así que Andrés se hizo con un cesto de un niño que contenía cinco panes de cebada y dos pescados y, después de ser bendecidos por Jesús, comenzaron a repartirlos. Cuando todos quedaron saciados, Jesús ordenó, según los relatos evangélicos: “Recojan los pedazos que sobran para que no se pierda nada” y se juntaron doce canastas de sobras.
En una segunda ocasión, también a orillas del Mar de Galilea, otra vez después de curar a lisiados, paralíticos, ciegos, mudos y enfermos, volvió a repetirse la situación, esta vez con apenas siete panes, dio las gracias, los partió y los dio a sus discípulos para que a su vez los repartieran entre los asistentes, unas cuatro mil personas sin contar a mujeres y niños.
El milagro, dice el cura Bergoglio, era compartir, no multiplicar, pero la parábola carece de sentido si lo que hubiesen repartido los apóstoles fuesen sólo manos vacías, de modo que tal vez haría bien el Pontífice en no adaptar el relato de los hechos evangélicos a su conveniencia si lo que pretende es condenar la acumulación vana de bienes materiales sin condescendencia con los que nada tienen.
La parábola milagrosa es lo suficientemente expresiva como para no sentir la necesidad de modificarla a su capricho y de ese modo pretender que todos deberíamos sumirnos en la resignación de lo que nos asigne el César.
A título personal, Bergoglio casi agotó su crédito papal y acabó con mi paciencia el día, no muy lejos de iniciar su pontificado, que desde ese mismo balcón de San Pedro pidió para dos misioneras asesinadas por yihadistas en Nigeria “un aplauso”, ¡no una oración!, cosa que volvió a repetir en 2019, el día de la canonización de la beata del Opus Dei Guadalupe Ortiz de Landázuri, como si se tratase de unas concursantes eliminadas en “El Precio justo”.
La lista de sus barrabasadas se acrecentó cuando mostró una sibilina comprensión por los asesinatos de la revista Charlie Hebdo a propósito de las caricaturas de Mahoma mientras regresaba creo que de Filipinas, o cuando se preguntó en voz alta en un avión, a su regreso de Brasil, “¿Quién soy yo para pronunciarme sobre la homosexualidad?”. ¿Que quién es usted, Santo Padre? Pues es Ud. nada menos que el Papa de la Iglesia Católica, guía espiritual y referencia moral con su palabra de una comunidad de cientos de millones de personas en el mundo… ¿Le parece poco, caballlero?
Vale que no es quién para juzgar a un ser humano, ni por sus gustos sexuales ni por su afición al lujo o al dinero, pero claro que tiene voz y debiera tener altura moral para pronunciarse sobre las categorías. Y de hecho no le produce sarpullido alguno pontificar sobre los bienes materiales y su uso e incluso llegó a afirmar en una entrevista en 2016 que “Son los comunistas los que piensan como los cristianos”, un verdadero anatema que olvida a los más de cien millones de muertos y cientos de millones de vidas arrasadas en apenas cien años por semejante ideología atroz.
No pocos católicos empiezan a estar o están ya muy hartos de estas veleidades o tontunas papales que precisan una y otra vez de exégetas que reinterpreten el verdadero y justo sentido de sus palabras para ‘desfazer’ sus meteduras de pata, cual si fuese incapaz de exponer sutilezas o como si todos los que le escuchamos fuésemos idiotas o gente maliciosa que necesitáramos de la relectura de sus exabruptos mediante terceros.
Si no sabe ajustar su verbo, mejor que guarde silencio o se vaya, porque mientras continúe de ese modo, los católicos acumulamos sus oblicuos pronunciamientos llenos de insidia y contemplamos estupefactos su readaptación de mensajes evangélicos que de repente coinciden al dedillo con los de los ricachones del Foro de Davos o del Club Bilderberg, como ya hiciera en su encíclica sobre la Naturaleza que casi glorificaba las hipótesis del cambio climático.
Cualquier día de éstos se descuelga del guindo y nos proclama que el “creced y multiplicaos” del Génesis era una metáfora que debe ajustarse a los planes eugenésicos de la nueva élite globalista para reducir la población mundial a cualquier precio.
Algunos ya lo califican de anti-Papa y de anti-Cristo, mientras otros no descartan que su objetivo sea procurar un cisma dentro de la Iglesia para ahondar en la disolvencia moral y cultural que facilite los planes terrenales de los poderosos. Prefiero no hacer juicios globales sobre su papel, pero sí enumero y anoto en mi agenda que sus sermones multiplican a sus detractores y ablandan los pilares morales de la Iglesia.
En Mateo 7, 15-20, se nos recuerda que también en el Sermón de la Montaña Jesús nos advierte de “tomar cuidado de los falsos profetas: son lobos con piel de oveja; por sus «frutos» se les conoce; el buen árbol no produce mala fruta y el árbol malo no puede producir buenos frutos”. Ojo al parche.
He dicho.
‼️Ciudad del Vaticano 🇻🇦: el Papa Francisco ✝️ pide cambiar el 'multiplicar' de los panes y los peces 🥖🐟🥖🐟 por 'compartir'.
"La multiplicación produce vanidad y poder, el compartir aumenta el amor".https://t.co/EqNRLwPZK9pic.twitter.com/QXjs1JDDda
— EM – electomania.es (@electo_mania) July 25, 2021
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