Contemplando el panorama de degradación en el Congreso, España gobernada por antiespañoles, percibiendo las horribles similitudes con la situación política en los años treinta… es comprensible el desaliento pensando que muy poco está en nuestras manos.
No parece haber alternativa. Y en el caso de que se diera, ya amenazan con que arderían las calles, la violencia haría imposible la vida.
En medio de esta situación desoladora, ¿qué podemos hacer?
Algo sí está en nuestras manos. Entre las muchas cosas que nos están quitando, la más básica acaso sea la lengua española. Hablar como lo hemos hecho siempre supone ya una gran labor de resistencia.
Luis Astrana Marín, gran intelectual, traductor, entre otras cosas, de toda la obra de Shakespeare, dice en el prólogo de su edición de la misma: “Doy en la lengua más hermosa del mundo la obra entera del autor dramático más grande de todo el universo…”. Y el caso es que incluso para los anglófilos, los que pueden leerla perfectamente en el original inglés del siglo XVI… pues la versión de Luis Astrana Marín debían leerla también, pues supone otro enriquecimiento del espíritu. No vamos a decir “mejora al original”, pero… está a la altura. El genio de Shakespeare, pero con el baño de oro (una pequeña hipérbole, sí) de la lengua más hermosa del mundo…
Es un modo de hablar ingenuo y pasado de moda, es cierto. Pero sería espléndido seguir el ejemplo de este y de otros grandes traductores. Su amor a la lengua que se disponían a traducir no implicaba desprecio de la propia, al contrario. El traductor conocía perfectamente ambas, y se adentraba en el espíritu y en el estilo de cada una. Se sumergía en la fruición de los matices, de las distintas connotaciones que una palabra del mismo origen latino tiene en un idioma y en otro; con deleite del que ama lo que hace, ponderaba muchísimo antes de dar con el adjetivo, con el verbo, con el sustantivo que mejor transmitiera la idea original.
¿Hablábamos de hacer algo por evitar lo que parece ser la descomposición de España? Pues por mantener la lengua, sí podemos hacer algo: evitar el nuevo sentido que se le da, copiado del inglés y a veces de otros idiomas, a las palabras de siempre.
Aunque parezca batalla perdida, podemos decir: “No hay pruebas de eso” en vez de “no hay evidencias”. Podemos decir: “Esto se hace en un solo paso”, en vez de “un solo gesto” (una extraña expresión, chirriante, que llevan años queriéndonos imponer). Podemos referirnos a “la bibliografía médica” en vez de “a la literatura”.
Hablemos de “incoherencia”, pues “inconsistencia” en español es otra cosa; no tan remotamente distinta, cierto, pero distinta. En castellano, “inconsistencia” indica poca solidez, mientras que incoherencia alude específicamente a comportamiento contradictorio. Sí, el traductor automático equiparará “consistent” a “consistente”… pero si pensáramos un poco, caeríamos en la cuenta de que en realidad es “coherencia”.
No es tan difícil defender nuestro idioma, que es defender lo esencial de nosotros mismos (otra palabra adulterada, por cierto, en la pandemia, “esencial”. Cuando querían decir: “servicios de primera necesidad. Esencial indica algo mucho más profundo y metafísico). No hay que ser un erudito ni poseer conocimientos especiales. Basta con seguir llamando a las cosas por su nombre. Digamos por ejemplo: “Fulanito presenta este programa”, o “presenta la función”. ¿Qué necesidad hay de decir “conducirá el programa”, como se obstinan ahora los medios, por una mala traducción, o por dárselas… no se sabe de qué?
Como alguna vez hemos dicho: malo es un texto mal traducido del inglés; pero peor, mucho más disparatado, es hablar directamente en español… como si estuviéramos traduciendo del inglés, y mal. En español se conduce un coche, pero se dirige un programa, o se presenta una función.
Y, al hablar en sentido figurado, podríamos referirnos a “un plan vigoroso” (nunca “robusto”). Y seguir con nuestro estilo de comentar “me gusta este postre”, nunca “amo las peras”. En español las peras no se aman. Como máximo, a lo mejor “nos encantan”.
Recientemente ha sido noticia la solidaridad con los padres del niño que reclamaban el derecho de éste a un 25% de las clases en castellano. Imagino que a muchos, en silencio, les ha sorprendido que haya que luchar tanto por semejante migaja. En fin: los que podemos, hagamos un pequeñísimo esfuerzo por utilizar el español el cien por cien del tiempo (salvo que queramos hablar en otros idiomas- y por cierto que lo haremos con mucho más garbo mientras mejor conozcamos el propio).
En “la lengua más hermosa del mundo”, no se aman las peras ni los calcetines.
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