“Circos” como ese quiero yo

Los actuales eventos funerarios en el Reino Unido, que se prolongan un día tras otro, son un manantial de reflexiones…

En primer lugar, podemos seguirlos fielmente, mediante varios canales que proporcionan imágenes y sonido sin intermediarios – sin comentaristas. ¡Qué revolución! Para muchos, no será novedad, pero los que nos hemos incorporado los últimos a la tecnología sentimos como un nudo en la garganta. ¡Ah, si hubiéramos podido ver otras cosas de esta manera, con el sonido real, con los silencios verdaderos, sin el cotorreo importuno del comentarista! Esto hubiera dado, como ahora, la sensación de vivir realmente ciertos momentos que ansiábamos.

(En 2005, recién elegido el Papa Benedicto XVI, los que pusieron la televisión para seguir la misa que, por primera vez, iba a retransmitirse desde la Capilla Sixtina, no pudieron escuchar una palabra de la misma. La solemne ceremonia estaba como simple telón de fondo mientras hablaban unos contertulios. Televisarla sólo sirvió para que perdiera su halo de solemnidad y misterio. Y como esa tantas ceremonias…)

La opresiva tecnología nos ofrece a veces grandes regalos. Así pues, ahora podemos hacernos la ilusión de permanecer, durante horas si queremos, en ese milenario Westminster Hall donde se celebra algo tan inusitado en nuestra cultura como unas prolongadísimas honras fúnebres.

¿Qué hallamos ahí? Ante todo, silencio. (No, no le hemos dado al botón de “mute”. Es que hay silencio. Lo demuestra el sonido de las pisadas). Horas y horas de silencio. Merecería la pena desplazarse a ese lugar, sólo para saborearlo.

Es gracioso que a menudo se nos sermonee sobre “el valor del silencio”, como si su ausencia fuera culpa nuestra. Algunos no deseamos otra cosa. Pero, ¿dónde hallarlo? El hilo musical de fondo se nos impone, contra nuestra voluntad, en todas partes, incluso en iglesias.

¡No hay móviles! Los visitantes avanzan, contemplan el féretro respetuosamente, algunos hasta se santiguan… y se van marchando pausadamente. Obviamente, se les habrá prohibido, claro. Pero, ¡es un espectáculo tan sosegador, tan civilizado! Contemplar las cosas con los propios ojos, retenerlo en la mente… Pasan unos y otros, cientos, miles de personas. Ni una foto, ni un cuchicheo. Y ni un semblante irónico o escéptico.

¿Podemos aprender algo de estas ceremonias? No se trata de imitarlas (¡ni que careciéramos de Historia ni de rituales – de más abolengo los nuestros, por cierto!), pero acaso de recordar algunas cosas que, con la vorágine de querer ser “más modernos” que nadie, y con el afán, por la interiorizada leyenda negra, de huir de cuanto nos suene a rancio, pues hemos ido olvidando. 

Podríamos recuperar alguna solemnidad cuando enterramos a los muertos (bueno- también podíamos recuperar la costumbre de enterrarlos). Cuando venga al caso, podríamos enorgullecernos del singularísimo Panteón Real de El Escorial – en vez de aludir a él, como casi siempre se hace, de manera irónica, sarcástica… como haciéndonos perdonar el poseer algo tan pasado de moda.

En las ceremonias de la Semana Santa –besamanos, besapiés – aparte de recuperar el propio beso (sí, las costumbres existen por algo, tienen un sentido, al pueblo le gusta tocar, nos saludamos estrechando manos), pues podíamos hacer por eliminar el móvil, que ayudaría a la recuperación del sentido del momento, a vivir la ceremonia de verdad.

En el desfile del Día de la Hispanidad, en la misa del día de Santiago y en otras ceremonias… los que presiden podían recordar que es ontológicamente posible (en la pantalla lo estamos viendo) el permanecer un rato erguidos y sin cuchichear.

Estas reflexiones no valdrán para todos… Muchos tacharán este espectáculo de solemnidades y colas como “un circo más”. En cierto modo, es inevitable: cuando algo nos subyuga, nos emocionamos al ver que miles y millones de personas se unen “para participar de algo más grande que ellas”, y lo vemos sublime y excelso. Y si algo no nos interesa (trátese de grandes eventos deportivos o musicales o de cualquier cosa), pues, claro, entonces tendemos a despreciar un poco a “la ignorante masa, que hace lo que le dice la tele”.

Pero aun admitiendo que esto va por gustos e inclinaciones, y que cada uno tendrá las suyas… todavía osaría defender que este evento en concreto (las honras fúnebres a esa reina fallecida) pues, aun poniéndonos en el peor de los casos, considerándolo “un espectáculo”, pues… ¿a qué apela? Porque en un mundo de entretenimientos que apelan a la gula, a la lujuria, a la vanidad, al chismorreo, al revanchismo (¡cuánto negocio se hace con eso, y cuántos corazones se estropean!) al placer corpóreo sobre placer corpóreo, a las emociones físicas, a la velocidad,… pues esto, aun para quien lo considere mero espectáculo o entretenimiento no cabe duda de que apela a lo más noble del ser humano.

Apela al respeto, al silencio, a la compostura, a olvidarse unas horas del propio bienestar corpóreo inmediato, a honrar a los muertos. 

La comodidad se olvida, se vive de la belleza de los símbolos, de la armonía de los gestos sincronizados.

“Circos” como ese quiero yo.




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