Celaá y la in competencia

Cuando habla la ministra de Educación da la impresión de estar poseída por el don de la ciencia infusa y que ha sido elegida por los dioses para salvarnos de estar condenados al vertedero de la ignorancia. Ella cree que lleva razón porque tiene la razón, sacerdotisa del don de la sabiduría y el don del conocimiento. Responde a sus señorías en el Congreso y a los periodistas en las ruedas de prensa perdonándoles a todos ellos la vida. “¡Gracias ministra, en vos confío!”. De su compañero de Consejo, el carca podemita Castell, ni hablamos.

No voy a entrar en la Ley que está cocinando a hurtadillas para que se pueda pasar de curso, y otras lindezas, con la tira de asignaturas suspensas en aras de la lucha contra el fracaso escolar, sino en su papel en la prevención y lucha contra la Covid-19 en los colegios. Parte de una excusa genérica que la absuelve, cual es que las competencias de educación están transferidas a las comunidades autónomas. Yo parto de una razón, genérica también, que la condena, pero al paro. Siendo verdad que dichas competencias están transferidas, suprimamos su ministerio. Pero las cosas no son tan simples. Ella quiere mandar pero sin mandar, mandando. No es una broma, es la realidad a la que hemos llegado en nuestro país de responsables irresponsables y de irresponsables que llegan a ocupar cargos de responsabilidad. 

Cuando salimos del confinamiento y nos dedicamos durante todo el verano a vivir la vida, jaleados por el director del circo, el tal Sánchez, y cuando ya estuvimos cerca de que el nuevo curso comenzara, la sacerdotisa del don de la ciencia infusa dijo que estuviéramos tranquilos, que la escuela era un lugar seguro, muy seguro, segurísimo, y que los niños irían a clase con sus profesores y que se estaban tomando las medidas necesarias para que estos espacios no fueran caldo de cultivo de la transmisión del virus. Esta rotundidad en su aseveración tenía su origen en otro problema: ¿qué hacemos con los millones de escolares si no van a la escuela porque estas no sean seguras? Pues muy fácil, las convertimos en seguras por el arte de birlibirloque de la ciencia infusa. Eres un genio, ministra.

El curso se nos vino encima como un alud de dudas e inquietudes. Los “alumnos aventajados” de las comunidades autónomas, los consejeros de educación, se plegaron a la pócima intelectual de la estrategia de la sacerdotisa. Faltaba una semana para que empezara el curso 2020-21 y los profesores no sabían qué iba a pasar. ¿Y qué pasó? Pues nada. ¿Qué medidas se tomaron protocolariamente para evitar el caldo de cultivo del virus en las aulas? Ninguna. ¿Ninguna? Ninguna. Bueno, perdón, que se pusieran mascarillas todos, que guardaran la distancia social y que se lavaran las manos. Esta última medida ha sido la medida estrella de Celaá y sus “alumnos aventajados”: lavarse las manos.

Los centros de salud de atención primaria están cerrados a cal y canto, es decir, con medidas estrictas de control para entrar y ser atendido. Las visitas al médico, por teléfono.  Es mi experiencia. Y me parece muy bien que su personal se proteja cuando pueda hacerlo. Pero la cuestión de las aulas escolares, que es lo que nos ocupa, se ha dejado en manos de los equipos directivos de cada colegio y al factor suerte, sometiendo, además, al profesorado a una presión añadida como es la presión tecnológica. Fue la respuesta fácil de la sacerdotisa de la ciencia infusa para todos los problemas de la escuela: la telematía. Querrá decir, telepatía. No, no, digo telematía. Classroom, Meet Google, e-mail, teleconferencias… Señora ministra y “alumnos aventajados”: a) ¿Han preparado al profesorado para las nuevas tecnologías? b) ¿Los han dotado de los terminales informáticos adecuados para ello? c) ¿Han previsto remunerar la infinidad de horas extras que el profesorado está dedicando a intentar montarse en ese tren? d) ¿Han valorado el precio emocional que están pagando la mayoría de ellos (ansiedad, estrés, alteraciones del sueño, etc.) al verse solos ante unos retos para los que no los habéis entrenado? e) ¿Qué ocurre con los que no tienen terminales adecuados y con los alumnos que no tienen Internet?.

Señora ministra, ¿se da cuenta del escenario?. Ni la escuela es un lugar seguro, ni nuestro sistema educativo (profesores y materias) está preparado para la enseñanza online, ni ustedes –Ministerio y Comunidades Autónomas- han hecho nada para que dicho escenario mejore. 

En cuanto al tema de la seguridad, desde luego el más peligroso, quiero terminar con el contagio por el aire, lo que llaman contagio por aerosoles (admitido ya por OMS): partículas inferiores a 100 micras de diámetro que pueden quedar suspendidas en el aire durante horas, distintas a las partículas superiores a 300 micras que caen al suelo inmediatamente. Profesores y alumnos están casi cinco horas en el aula, respirando, hablando, quizá tosiendo y estornudando esporádicamente, y puesto que respirar, hablar y gritar contagian, ¿ha pensado usted y sus 17 “alumnos aventajados” en alguna solución para disminuir los riesgos todo lo posible?. Bueno, usted ya sugirió una hace unos meses, la de dar las clases en espacio abierto, es decir, en el patio o en mitad de la calle. Es usted, de verdad se lo digo, un genio. Aunque quizá se le haya quedado en el tintero de sus habilidades como ministra de educación, alguna otra, como reducir aforo, utilizar las tardes, contratar a más docentes. Pero claro, lleva razón en lo que me va a contestar, que todo eso supone invertir más dinero. Así es, pero se me ocurren algunas partidas presupuestarias de donde disponer de esos fondos para que realmente la Escuela sea un lugar seguro. Suprimir su ministerio, junto a siete más, es una de ellas, pero hay otras evidentes: suprimir el 50% de diputados nacionales y provinciales; suprimir el 50% de concejales; suprimir el 50% de los asesores de los restantes; suprimir el 50% del parque móvil oficial; suprimir el senado; eliminar el derecho a paro vitalicio de los ministros, etc. etc. etc.  

Invocando al singular torero, la voy a definir en dos palabras: in competente

Por cierto, ya que estamos hablando de ahorrar, podría prescindir de unas de sus vocales repetidas. En lugar de Celaá se quedaría en Cela. Pero no me parece buena idea porque podría confundirse con nuestro Nobel y eso sería un regalo que usted no se merece.




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