Estimadas feministas, desde lo más profundo de mi alma femenina, tengo que romper un lanza por unas mujeres que si hoy levantaran la cabeza supongo que no hubieran movido ni una sola neurona de su cerebro. Estamos confundiendo la lucha por la igualdad de sexos consiguiendo la desigualdad de los sesos. Creo que es así. Y cuando digo “creo” no lo hago dubitativamente. Es un Credo.
Porque no creo que Marie Curie se rompiera la cabeza sobre el radio y el polonio para que Ada Colau hiciera sus necesidades como un tío en plena calle y de pie. Recuerden, la condecorada con el Nobel de Química, no tuvo complejos para adoptar el apellido de su marido. Tampoco creo que Eleanor Roosevelt luchara por los derechos humanos y feministas para que Carolina Bescansa diera la teta en el Congreso, no. Estoy segura de que lo hizo para que en el mismo hubiera una guardería. Y se ha conseguido.
Ya en el siglo XI, Trótula de Salermo investigó sobre la menstruación, los dolores del parto y las enfermedades ginecológicas. Pero esto, también estoy segura, no fue para que sacaran en procesión un coño insumiso. Insultante para mí y mi sexo. También para mi seso. Sor Juana Inés de la Cruz no llamó necios a los hombres para que ahora se vuelva la tortilla del poema y las necias seamos nosotras, “quejándoos si os tratan mal, burlándoos si os quieren bien”.
La lista de mujeres luchadoras sería larga. Indira Ghandi, Emmeline Pankhurst, Teresa de Calcuta... Pero algunas feministas se han considerado herederas únicas y verdaderas de estas. Dan discursos sobre igualdad mientras se trasluce un complejo femenino; o masculino, que ahí sí que dudo. Parece que les duela tener ovarios, y no solo por la regla. Se contradicen entre lo que postulan y sus actos. No lo tomen por donde no voy, que también ha habido grandes mujeres que movieron el mundo con sus cuerpos. Marilyn, Raquel Welch, Ursula Andress o Bo Derek lo hicieron con honra, a mucha honra. Sin aspavientos feministas y femeninas como las que más. Con la inteligencia para saber que los hombres se morían por sus huesos. Sabedoras de instintos humanos solitarios ante una imagen bella e insinuante. No seamos hipócritas, que cuando yo me desabrocho un botón de la camisa no es sin querer.
Ahí tienen a la espectacular Cristina Pedroche dando campanazos. La audiencia busca su trasero, sus pechos, sus muslos… Pero antes de mostrarlos y tapada hasta el cuello da un discurso sobre la violencia de género y ruega que “se acabe el juicio contra nuestro cuerpo”. Un absurdo antes de ponerse casi en bolas. ¿Si no quiere que enjuicien su cuerpo a qué fin se deshace del abrigo para que lo vea media España? ¿Para rezar el rosario? ¿Es esto un juego? ¿O lo hace para llamar violador al hombre que siente deseos por una mujer? Quizá debió pedir que no se enjuiciaran nuestros cerebros, se le olvidó.
Están confundiendo el tocino con la velocidad. Pero cuidado, si pisas un tocino verás como te embalas.
Ay, Pedroche, si Coco Chanel levantara la cabeza…