Camarada Stalin: la mano que mece la cuna

Me enorgullezco de haber estudiado en el Colegio Portaceli, donde los jesuítas fomentaron en sus alumnos la capacidad de observar la realidad con un sentido crítico y llamar a las cosas por su nombre, teniendo “el periódico en una mano y la Biblia en la otra”, como decía el Padre Huelin.

Quizá por eso uno ve la foto sin coleta de Pablo Iglesias y entiende su inglés, que el diablo se esconde en los detalles, como dicen en Cádiz.

Sé de qué van sus colegas. Los calé desde el primer día en el que asistí entre el público, hace años, al Pleno del Ayuntamiento de Sevilla.

Es de reconocer que su puesta en escena está francamente bien conseguida: Concejales de las tribus de Podemos y de Adelante Sevilla, desaliñados, con pelánganos a lo afro y con rastas, echando pestes, como la niña de la película de “El exorcista”, contra el capitalismo, y haciéndoles ojitos a grupúsculos anárquicos y a antisistemas, a los que invitan a cada sesión plenaria para que, a una señal convenida de antemano, procedan a liarla parda, Alcalde negrero y tal, mientras que ellos bajan de sus escaños a mezclarse entre los alborotadores y salir en las portadas de los periódicos, colocándose así la medalla de ediles enrollados con el pueblo y monsergas.

Los que tanto predican de luchar contra la opresión del ser humano, son los primeros en servirse de las bolsas de pobreza en las que malamente sobreviven millares de sevillanos, su carne de cañón para que armen el pollo en el Pleno en aras al rédito electoral de señoritos con coleta.

Explotando la buena fe de estos vecinos, que por su falta de acceso a un umbral cultural mínimo son incapaces de ver chalets en Galapagar o ropas proletarias compradas a precio de oro en Massimo Dutti o en Benetton, utilizadas a modo de uniforme por Concejales sin escrúpulos ni ética, señuelos para captar empatías y futuros votos de tan sufridas gentes.

Es decir, los que alardean de anticapitalistas son los mayores comerciales, vendedores de una igualdad de paripé, emulando a la Coca-Cola en las técnicas de marketing del capitalismo más inhumano y salvaje, que el fin de su vanidad justifica los medios y, al fin y al cabo, los cerditos gerifaltes de “Rebelión en la granja” de Orwell, con lo bien que vivían, vienen a ser su referencia y el ejemplo porcino a seguir.

No. No me sorprende la foto. Me resulta patética y cachondeable, que los dictadores dan toda puntada con hilo y su pose no es casual.

Comparen la foto con el retrato de Iosif Vissarionovich, “el hombre de acero”, Stalin: igual peinado, mismas ropas desenfadadas y tonos claros y esperanzadores de fondo, actitudes reflexivas y (suponemos) idénticas lecturas: “El Capital” de Karl Marx o una selección de relatos bolcheviques extremos.

Todo un guiño a los círculos de marxismo dogmático y a los doctrinarios del comunismo talibán y sin alma. Como diciéndoles que no se ha ido, que seguirá manejando el cotarro de medios de comunicación sobornables y paniaguados, todo sea por la revolución obrera, obrero y obrere y demás gaitas.

No. No me la da con queso el caudillo de los compadres que acuden al Ayuntamiento, ataviados con macutos y chanclas del Corte Inglés, que ya hay que ser hortera, tanto como el que va a la playa con traje de chaqueta.

No. No se quedan conmigo ni con mis compañeros y compañeras de colegio y de pupitre. Porque estudiamos en Portaceli y les animamos a llamar al pan pan y a los farsantes dictadores. No sé si me explico.




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