Mi último artículo en este medio, que tan amable e indulgentemente me da cobijo de vez en cuando, ha recibido algún que otro comentario furibundo que, como se suele decir, ha sorprendido a la propia empresa. En este caso, a mí mismo.
En primer lugar porque yo no pretendo irritar, soliviantar ni mucho menos herir ninguna sensibilidad, por ajena que sea a mi propio sentir, con mis artículos. Y, en segundo término, por la virulencia y encono del ataque que dichos comentarios contienen.
Vayan por delante mi disculpa y propósito de enmienda si alguna parte de mis aseveraciones o juicios contenían alguna inexactitud o error. En todo caso, quiero pensar que, de haberlos, hayan sido provocados por una deficiente información, mea culpa, y no por tener “malas entrañas” como proponía uno de los amables lectores.
En mi modesto articulo tan solo pretendía dejar constancia de mi intermitente, pero cada vez más frecuente, estado de ánimo ante la sociedad actual y su irrefrenable y parece que imparable descarrilamiento hacia el pensamiento único y las ideas enlatadas que una gran mayoría acoge como verdades irrefutables, dejando en la cuneta de la marginación social y la estigmatización a todo aquel que ose salirse del carril de lo que dicta la corrección política, que demasiado a menudo se conjuga con la estupidez.
En todo caso, no deja de llamar la atención esa ira y rencor apenas contenidos que desprendían ambos comentarios, aunque he de decir que más uno que otro, entre otras cosas porque el primero señalaba desacuerdos con alguna de mis afirmaciones con respecto a un caso muy concreto, mientras el segundo, el más caustico y agresivo, era un maremágnum donde se mezclaba la tumba de Franco, las cunetas de la guerra civil, la violencia de género y todo el catálogo de mantras de esta izquierda en buena parte ignorante de la historia y, en no menor medida, sectaria hasta la extenuación.
Y ello, bien que lo siento, no hace sino confirmar lo que yo quería reflejar en aquellas líneas: que vivimos en un mundo donde no debes pensar diferente a esas verdades universalmente acordadas y que no admiten duda sobre su infalibilidad. Véase la violencia de género: el macho es malo por definición pues lo lleva en sus genes, Carmena dixit. El acoso: el macho es malo por definición, cualquier flirteo, acercamiento, galanteo… es susceptible de ser considerado delictivo o, como mínimo, indecente y estigmatizador, y da igual que no haya pruebas. Franco: era un fascista, amigo de Hitler, un criminal en serie que provocó la guerra civil por puro placer y que asesinó cruelmente a mujeres y niños indefensos en la contienda y en la postguerra mientras la República fue la Arcadia soñada, limpia e inocente de toda culpa. No provocó la guerra civil con su deriva violenta y anticatólica, que no existió, por supuesto, y en ella es falso que se asesinaran a miles de curas, monjas y personas del común por el mero hecho de ser católicos. El calentamiento global: es una verdad absoluta, aunque apenas existan estudios ni pruebas científicas sobre ello, y si osas disentir eres en reaccionario que sales todas las mañanas con tu vehículo sin necesidad, tan solo para contaminar un poco más nuestra ya de por si maltrecha atmósfera… Y así un largo catálogo de dogmas de imposible negación.
Reitero: siento sobremanera si mis artículos molestan en alguna ocasión ciertas sensibilidades, pues repito, nunca es esa mi intención. Por la misma razón también espero que los lectores que tienen la deferencia y se toman el trabajo de leerlos no pretendan, cuando los glosan, agredir ni insultar, en justa correspondencia.
Y, para finalizar, un detalle personal que ya quizá algunos de ustedes conocen, pues aquí deje algún artículo relacionado con tal particular. Tengo cuatro hijos a los que quiero por igual, dos de ellos son paralíticos cerebrales. No hay cosa en el mundo que pueda provocar más mi cólera que todo lo relacionado con los niños, sea el aborto libre vendido como libertad de decidir sobre el propio cuerpo, la utilización de los menores en los casos de separaciones matrimoniales, la violencia contra ellos… porque siempre, siempre, son la parte más débil.
Si alguien tiene “malas entrañas” son aquellos que utilizan a los niños que no pueden defenderse como arma, sea arma política o sea arma conyugal.
Pues siempre devienen víctimas.
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