Aterricen como puedan los expertos

Recogidas ya las opiniones de todos los historiadores, hispanistas, intelectuales y tratadistas en relación a la Ley de Memoria Hemipléjica y una vez comprobado que no queda ni el muy apesebrado Ian Gibson a favor de semejante tropelía, toca preguntar en base a la opinión de qué experto han aprobado una norma que incurre en la inconstitucionalidad más flagrante, atenta contra los derechos fundamentales de libertad de expresión, opinión y cátedra y además se convierte en una mamarrachada colosal que en su desvarío ha llevado al ‘podemismo’ a exigir que se dinamiten los pantanos…, tan franquistas ellos: los podemitas, digo.

Tendrían que derribar también el 90 por ciento de los hospitales públicos de España y dinamitar las carreteras, los paradores nacionales y la Cruz del Valle, por supuesto. Que no quede vestigio alguno de que España fue la décima potencia industrial del mundo y así poder reiniciar desde Altamira, con Marcelino Sanz de Sautuola convertido en progenitor A de la nueva matria y empezar a levantarle estatuas al coletas como si fuera Don Pelayo en Covadonga y una efigie dorada como las de Sadam Hussein en las glorietas a Pedro Sánchez I “El Embustero”.

Añadámosle un ejercicio: como la opinión de los expertos es unánime y sin fisuras, no hará falta pedirle la suya a Pablo Casado, se la ahorramos, así que mejor que le pregunten si, llegado el caso, un hipotético gobierno del PP derogaría el exabrupto… Verás qué risa.

A propósito de expertos, recordarán ustedes aquello del comité inexistente, que consistía en que Fernando Simón y Salvador Illa se reunían de vez en cuando en la cafetería con los funcionarios de un departamento en el que aquél se rascaba las narices por concesión de su medio suegro a la espera de una alerta sanitaria que en la Europa del siglo XXI se consideraba tan improbable como que renacieran los dinosaurios. Rascarse el bolo y montar en moto eran las dos especialidades que le acreditaban para ocupar un despachito debajo de una escalera donde antes se guardaban las fregonas y las escobas de los servicios de limpieza del Ministerio por obra y gracia de un ministro de Sanidad del PP a cuya hija desposó el muy infame tras unos meses de experiencias muy molonas en Burundi.

A esta gente los expertos le resbalan, que lo mismo habría “uno o dos casos, como mucho” y las mascarillas no servían para nada (aunque ahora recomiendan volver a ellas al aire libre con vacunación y todo), que se ponen grandilocuentes y se ejercitan en la pantomima de considerar a los médicos unos chiquichancas sometidos al dictado de sus ocurrencias.

Están muy equivocados si piensan que los médicos de la Sanidad pública son unos funcionarios más, como cualquier otro, a las órdenes de las insensateces de estos tipos que creen que pueden acabar de un plumazo con la objeción de conciencia o con el juramento de Hipócrates. Se han saltado todos los comités deontológicos y de bioética para establecer a su capricho lo que debe y no debe hacer un profesional de la Medicina, pero les saldrá el tiro por la culata, porque despachar la muerte se le puede encargar a capricho a un pelotón de milicianos en una checa, pero no imponerla en un hospital ni en una consulta médica a golpe de tambor. Proteger la vida de un enfermo no está en manos de Monedero, verbigratia y afortunadamente, o tendríamos una checa en cada barrio en lugar de ambulatorios.

El Gobierno de Moreno Bonilla, que por lo general ha manejado la epidemia con algo más de prudencia, empieza a emitir señales confusas y, a falta de la financiación que Sánchez le deniega de manera sectaria, está exprimiendo los servicios de atención primaria hasta la extenuación y antes de las elecciones puede encontrarse con una desagradable sorpresa que les reventará en la cara si se descuidan.

Desdichada la foto del presidente de la Junta hace diez días en Tarifa, con un grupo de amigos y sin mascarilla justo allí donde se han disparado los contagios hasta volver al toque de queda.

Por cierto, lo del toque de queda es evidente que sólo puede pretender que la gente que sale de fiesta o de botellona no prolongue sus reuniones durante la larga noche, pero la medida incurre en una suspensión generalizada del derecho fundamental a la libre movilidad que afecta no sólo a los recalcitrantes incumplidores de las recomendaciones sanitarias, sino a quienes sólo deseamos salir a cualquier hora a pasear al perro o a tomar el fresco. O sea, consúltese al Tribunal Constitucional, si les queda alguna duda, del aplastamiento y la desproporción en la que incurre limitación tan abrasiva.

Aquí, al único experto al que hacen caso es al mayor especialista en embustes de la galaxia. Pero, dispensen, porque está de vacaciones. Aterricen como puedan.

He dicho.




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