Arias Navarro, un gobernante denostado

Por medio de estas páginas pretendo rescatar del anonimato a uno de esos gobernantes cuyo recuerdo únicamente permanece en la retina de una parte de los españoles, cuando con el corazón encogido y visiblemente entristecido tuvo que anunciar el final de una época y el inicio de otra bajo cuatro palabras que ya anticiparon un cambio drástico de paradigma: “Españoles, Franco ha muerto”, motivo por el que es una figura entre dos mundos, siendo a la vez el último presidente del Franquismo y el primero de la Transición, lo cual le impidió estar a la altura de las expectativas de una nueva época, motivo por el que trayendo al presente el relato de una parte del pasado, pretendo poder hacer un balance definitivo sobre Carlos Arias Navarro. 

Tras el asesinato del almirante Carrero Blanco, Franco pronunció en su entierro aquella enigmática frase de “No hay mal que por bien no venga” (siendo una de las pocas ocasiones en las que se vio al Caudillo llorar en público), algo a lo que López Rodó no le dio menor importancia al considerar que estaba “gagá” por su avanzada edad pero que la mayoría considera que hacía alusión a las divisiones que había suscitado dicho nombramiento en su núcleo familiar, ya que el presidente era uno de los principales impulsores de la “Operación Príncipe” en favor de Juan Carlos de Borbón, mientras que la esposa del Caudillo quería (como era voz pópuli) que su primo Alfonso de Borbón fuese el heredero a título de rey, ya que se había casado con su hija. 

Franco tenía en mente nombrar como sustituto al almirante Nieto Antúnez, pero fue decisiva la intervención de su médico personal Vicente Gil, que le dio muy malas referencias de éste, diciéndole que era un vividor y una persona de la que no se podía fiar, por lo que se decantó en su lugar por Carlos Arias en lo que fue claramente una victoria del llamado “clan del Pardo”. 

En circunstancias normales, Arias estaría no sólo inhabilitado para ser presidente sino para continuar siendo ministro. En efecto, era el ministro de Gobernación cuando asesinaron a Carrero, siendo el máximo responsable de su seguridad, sobre todo cuando el presidente seguía el mismo itinerario, lo que le permitió a los terroristas acabar con su vida, pero aquellas no eran circunstancias normales sino excepcionales, de hecho, una vez nombrado, Carmen Polo le dijo: “Menos mal que te han nombrado, Carlos, ahora ya puedo dormir tranquila”. En este sentido, la primera dama quiso que nombrase vicepresidente a Girón de Velasco, con quien, a pesar de tener coincidencias ideológicas, tenía una mala relación y se profesaban mutua antipatía, negándose a ello porque, a pesar de deberle el cargo, no estaba dispuesto a aceptar tutelas de nadie. 

El régimen presentó su nombramiento como un signo de renovación y de apertura hacia la sociedad, ya que no era un militar sino un civil y un hombre de leyes, pero en la prensa internacional no tuvo la misma acogida al haber estado intrínsecamente vinculado al aparato represivo del Estado por su condición de director general de Seguridad. 

El nuevo presidente causó sorpresa al anunciar el 12 de Febrero de 1974 un programa de reformas políticas por medio de un discurso en las Cortes redactado por un joven y entonces desconocido segoviano, Gabriel Cisneros (luego uno de los padres de la Constitución) que suponía dotar al régimen del mayor grado de apertura que había tenido en vida de Franco: elevaba del 17 al 35 % la cifra de procuradores elegidos por el tercio familiar, preveía la elección por sufragio universal de los alcaldes y sobre todo, preveía la creación de asociaciones, aunque éstas siempre dentro de la ortodoxia de los principios del Movimiento, un anuncio que soliviantó a los inmovilistas al considerarlas la antesala de los partidos políticos, a los que culpaban de los males y las divisiones de España. 

El proyecto de Arias era insuficiente por desfasado y anacrónico, ya que podría haber tenido sentido en la década de 1950 pero no a la altura de 1974, siendo un fiel reflejo de un régimen que había sido el artífice de las grandes transformaciones económicas y sociales del siglo XX, tales como el paso de un país agrícola a uno industrial, de las cartillas de racionamiento a erigirse en la novena potencia industrial del mundo además de articular una amplia clase media sin necesidad de reforma agraria. No obstante, el régimen que había traído a los españoles una prosperidad y un bienestar material sin precedentes, se quedó anquilosado políticamente incapaz de avanzar con los tiempos. 

La prensa llegó a representar a Arias Navarro con un monóculo a imitación del general Spínola, que democratizó Portugal, algo que es menester subrayar porque el 25 de Abril será decisivo al estallar la Revolución de los Claveles en el país vecino, lo que hizo que en el régimen muchos viesen el riesgo de que la situación se extrapolase a España, considerando que el programa de reformas de Arias daría alas a la oposición, de hecho, el propio Kissinger no erraba en su análisis al considerar que cuanto más a la izquierda virase Portugal, España más giraría a la derecha, es decir, que el régimen se endurecería y se encerraría en sí mismo. 

Tras el atentado de ETA en la cafetería Rolando, en el mismo lugar de los hechos, Arias le dijo al inmovilista Utrera Molina (entonces secretario general del Movimiento), que en  el fondo les venía bien porque iba a “mandar al Diablo las Asociaciones”, es decir, que pretendía cerrar la brecha abierta incluso en el seno de su Ejecutivo dando marcha atrás a su programa reformista al encontrar un pretexto para ello porque, además, tampoco pretendía llegar demasiado lejos, por lo que flanqueado por el propio Utrera Molina en Barcelona pronunció un discurso en el que matizaba que el espíritu del 12 de Febrero no era ni pretendía ser diferente al del 18 de Julio en su hora fundacional, intervención que concluyó cantando el Cara al Sol. 

En línea con lo anterior, 1974 es conocido como “el año de las tres fechas”, pues las tres responden a una secuencia lógica de los acontecimientos: el 12 de Febrero (cuando se anuncia el programa de reformas), el 25 de Abril (la Revolución de los Claveles) y el 29 de Septiembre, fecha en la que se produce el conocido “gironazo”, el artículo en el que Girón de Velasco publica en el diario Arriba (periódico del Movimiento) un duro alegato contra la política aperturista del gobierno, criticando entre otras cuestiones, que en España se publique la prensa extranjera en la que se critica y ridiculiza la figura del Jefe del Estado, pero a su vez trataba de dejar fuera de sus ataques a Arias Navarro y Utrera Molina, a pesar de que éste último quedaba políticamente tocado de muerte, pues de él dependía la prensa del Movimiento y se había dado la paradoja de que desde un periódico del gobierno se criticaba al propio gobierno. 

Franco coincidía con las críticas de Girón hacia la política aperturista, influyendo sobre él, entre otros, Emilio Romero que le presentó dossieres en los que incluso aparecían recortes de la revista Playboy (que era ilegal en España) para denunciar lo que se estaba publicando en el país, por lo que Arias tuvo que cesar al ministro de Información y Turismo, Pío Cabanillas Gallas, máximo bastión de la apertura en el gobierno y discípulo político de Fraga, que sólo estuvo nueve meses como ministro y para anunciar su retirada, convocó una rueda de prensa en la que era visible la simpatía y la complicidad que la prensa profesaba al hombre que les había concedido el mayor grado de libertad bajo el régimen. 

Tras el cese del ministro, el director general de RTVE, Juan José Rosón (fiel hombre de Cabanillas), emitió varias veces en TVE la famosa canción de Fórmula V que decía: “En la fiesta de Blas, todo el mundo salía con unas cuantas copas de más”, que aludía directamente a Blas Piñar y criticaba los excesos y delirios de los inmovilistas, algo impensable antes que evidenciaba la descomposición del régimen y las insalvables diferencias entre inmovilistas y aperturistas en torno al futuro político del país a la muerte de Franco. En este sentido, en solidaridad con Cabanillas dimitió el ministro de Hacienda, Antonio Barrera de Irimo (con fama de liberal) y otros miembros de la segunda fila de la Administración como Ricardo de la Cierva (director general de Cultura Popular) y Marcelino Oreja (subsecretario de Información y Turismo), cayendo todos los aperturistas del gobierno y evidenciando que el régimen era incapaz de reformarse internamente. 

Al estar centrado en disputas políticas, el gobierno dejó de lado las consecuencias de la Crisis del Petróleo, cuyos efectos se harán visibles en España a partir de 1979 fruto de su inoperancia. En este sentido, la única medida que adoptará para atajarla será la reducción del límite de velocidad de 130 a 120 kilómetros por hora bajo el lema “Aunque tú puedas, España no puedes”, con el fin de reducir el consumo de energía, una medida que en 2011 imitará el gobierno de Zapatero, reduciendo el límite de 120 a 110 km por hora. 

Dos acontecimientos subrayaron la debilidad del Gobierno Arias: el caso Añoveros y la Marcha Verde. El primero de ellos fue consecuencia de una pastoral en defensa del nacionalismo vasco del Obispo de Bilbao, a quien el gobierno quiso expulsar de España, pero finalmente tuvo que recular ante las advertencias del Vaticano, que amenazaba con la excomunión. Con respecto al segundo, aprovechando la enfermedad de Franco, Hassan II tomó el Sáhara Occidental, cuestión que se zanjó con los Acuerdos de Madrid en los que España cedía su soberanía a Marruecos y Mauritania en un acto no reconocido por la comunidad internacional, de modo que nuestra nación continúa siendo la potencia administradora. 

En Marzo de 1975, el ministro de Trabajo Licinio de la Fuente dimitió en discrepancia con un proyecto de Ley de Huelga que consideraba socialmente regresivo, oportunidad que el presidente aprovechó para remodelar el Ejecutivo, cesando a Utrera Molina, con quien estaba descontento por no haber evitado el “gironazo”, tratando de equilibrar la balanza tras el abandono de todos los aperturistas, de hecho, había llegado a cesar al director del diario Arriba por no haber publicado una efeméride conmemorativa del “espíritu del 12 de Febrero”. En este sentido, a lo largo de dicho año se desbloquea el proyecto de Ley de Asociaciones, que ya de por sí nacía muerto y endurecía fuertemente los requisitos para constituir una asociación: exigiéndose 25.000 firmas e implantación en quince provincias. 

Para tratar de dotar de credibilidad a su proyecto creó una asociación oficialista: la UPE (Unión del Pueblo Español), pidiendo a Fraga (entonces embajador en Londres) que la liderase, algo que no era baladí, ya que era el máximo exponente de la apertura, motivo por el que era muy valorado por la prensa extranjera, de hecho, cuando aterrizó en Madrid fue recibido como un deseado, negándose a aceptar dicho propósito a menos que se legalizasen los partidos y se celebrasen elecciones libres, por lo que no jugaría a las reformas a medias. Finalmente, la asociación fue liderada por Adolfo Suárez, lo que evidencia que, por su trayectoria política, era menos aperturista que Fraga. 

Tras la muerte de Franco, el Rey le impuso varios nombres relevantes en ministerios estratégicos para la reforma: reformistas como Fraga (convertido en el hombre fuerte de dicho gobierno) y Areilza, el primero como vicepresidente y ministro de Gobernación y el segundo como ministro de Exteriores por sus buenas relaciones internacionales, cultivadas en su etapa como embajador, a lo que se añade el liberal Antonio Garrigues como ministro de Justicia, de modo que el motor de la apertura del primer gobierno de la Monarquía era Fraga, que en dicha etapa llegó a autorizar la celebración en Madrid del XXX Congreso de UGT en 1976, aunque no pudo llegar en sus propósitos tan lejos como pretendía porque Arias se lo impedía, ya que el propio presidente se negaba a reunirse con la oposición más moderada, algo que Fraga hizo a sus espaldas con el beneplácito del Rey al reunirse con Felipe González, asegurándole que por medio de su proyecto de reforma sería presidente en cinco años en limpia competencia electoral. 

Las relaciones con el Rey estaban marcadas por una fuerte tensión, llegando a decir Arias en privado que, para él, el monarca era “como los niños” porque no lo aguantaba al cabo de cinco minutos, enfrentamiento motivado por la insistencia para emprender las reformas democráticas, a lo que éste se negó afirmando de manera categórica: “Franco no lo hubiera hecho”. Se había convertido en un anacronismo que quería mantener un régimen que se caía una vez fallecida la persona en torno a la cual se había estructurado, siendo sintomático de ese sentimiento que su despacho estuviese presidido por un gran retrato de Franco mientras que el Rey sólo estaba presente en un pequeño marco sobre una mesa, algo que no es de extrañar, ya que el gobierno estaba fuertemente descoordinado, con un presidente que iba por un lado y sus ministros, por otro, mostrando  éstos su estupor cuando dijo que debía ser un estricto continuador de la voluntad de Franco y luchar contra los enemigos de España, que de nuevo afloraban. 

Tras su discurso ante el Congreso de Estados Unidos, el Rey Juan Carlos hizo unas declaraciones en el diario Newsweek en las que calificaba al gobierno de Arias como un “fracaso sin paliativos”, evidenciando que el Ejecutivo había perdido su favor, pero al no darse por aludido su titular, le citó en la Zarzuela para pedirle que dimitiera ante la imposibilidad de cesarlo, pues estaba atornillado al sillón presidencial por decreto hasta 1979 (durante cinco años) y al ver de manera clara lo que el monarca trataba de pedirle, se anticipó presentándole su renuncia al cargo aparentando dignidad, poniendo fin a su etapa el 1 de Julio de 1976. 

Tras su marcha, Arias fue muy criticado por la prensa, de modo que el diario ABC fue el único que dio buenas referencias de él, ya que como se vio posteriormente, unos lo criticaban por no haber llevado a cabo las reformas democráticas y otros, por haberlas comenzado, de hecho, los ultras del régimen le llamaban peyorativamente “mantequilla” por considerarlo blando. No obstante, ¿cuál era la verdadera posición del denostado presidente?

Arias Navarro era alguien que fuera del búnker sentía frío pero que dentro de él se achicharraba de inmovilismo, siendo alguien que trataba de dar un lavado de cara al régimen para mantener sus esencias al modo del despotismo ilustrado, que trataba de cambiar todo un poco para que nada en el fondo cambiase, de modo que si bien es cierto que en el Franquismo la división a partir de la década de 1960 fue entre aperturistas e inmovilistas, recién iniciado el período de Transición a la muerte del Caudillo, dicha clasificación adquiría más matices, tendiendo a señalar algunos autores tres grupos: reformistas, que pretendían alcanzar una democracia plena homologable a la de los países occidentales, estando en ese grupo Fraga y Adolfo Suárez (por citar a dos figuras destacadas). En segundo lugar, los inmovilistas, que más que mantener intacta la dictadura trataban de endurecerla volviendo a los primeros gobiernos de Franco, con mayoría falangista, de hecho la asociación Fuerza Nueva (convertida luego en partido) nace en 1966, en vida de Franco, como respuesta a la Ley Orgánica del Estado que divide los poderes entre el Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno, al considerar que el régimen se desviaba de sus esencias, siendo los miembros más destacados de este grupo Blas Piñar, Girón de Velasco y Utrera Molina. Por último, en un término medio entre ambos se encontraban los aperturistas, que abogaban por una actualización de la dictadura pero sin llegar a los estándares de un país democrático, instaurando en su lugar una pseudo-democracia, formando parte de este último sector Emilio Romero, José Solís y el propio Arias, que en sus propias palabras quería implantar una “democracia a la española”, no copiada, en la que no tendría cabida no ya el PCE sino tampoco el PSOE, lo cual suponía profundizar en el modelo de “democracia orgánica” adoptado por Franco en 1942, con los órganos característicos de una democracia pero sin un funcionamiento democrático. 

La última incursión política del ya expresidente tuvo lugar con motivo de las elecciones generales de 1977, cuando decidió presentar su candidatura al Senado bajo las siglas de Alianza Popular en un proceso que narra un joven Pedro J. Ramírez, entonces reportero de ABC, que quedó asombrado con el documento histórico que consiguió al entrevistar a una figura política de primera fila, ya que como dice sarcásticamente José Díaz Herrera, se había anticipado tres años a Vizcaíno Casas (en su obra “Y al tercer año, resucitó”) y treinta años al exjuez Garzón (que pidió el certificado de defunción de Franco para cerciorarse de que realmente había muerto y poder juzgarle), ya que hablaba con el difunto Caudillo en sus constantes visitas al Valle de los Caídos, diciéndole entre otras frases: “¡Cómo no bajes con un milagro del Cielo, nadie podrá arreglar esto!”, de modo que en cierta ocasión se encontró con Carmen Polo, que le convenció para que volviese a la arena política.

Fraga nunca fue excluyente sino por el contrario, un líder integrador que incluso abrió las puertas de su partido como uno de sus principales dirigentes al que fuera uno de sus mayores enemigos políticos, Laureano López Rodó, por lo que decidió contar con Arias Navarro cuando éste se ofreció a pesar de que incluso dirigentes tan escorados a la derecha como Gonzalo Fernández de la Mora se lo desaconsejaron, dando cabida a franquistas en diferentes grados de evolución para evitar que se articularse un partido fuerte de extrema-derecha como existía en otros países, pero una figura como la de Arias no sumaba al Franquismo sociológico, esas clases medias que habían prosperado bajo el régimen y reivindicaban sus logros económicos y sociales, sino al residual Franquismo político que seguía apelando a la Guerra Civil. En esta línea, cobran sentido los titulares de prensa que le caricaturizaban cuando anunció su candidatura diciendo de manera gráfica: “Elecciones: Franco se presenta”. 

Semejante perfil no era la mejor carta de presentación para un partido, siendo alguien que estaba muy perdido en las coordenadas democráticas como recoge el propio Pedro J. Ramírez, a quien a lo largo de su entrevista le dijo: “Democracia, democracia, pero dígame usted, ¿qué es la democracia?”, siendo significativo su rechazo a los partidos políticos al considerar que “doscientas ideologías no pueden dirigir el país”. 

Tras el anuncio de su candidatura, la revista Cambio 16 (afín al ala liberal de UCD), bajo un artículo publicado por Cuco Cerecedo rescató el episodio más turbio del pasado del expresidente: su etapa como fiscal represor en Málaga entre 1939-1944, cuando dictó más de 4300 sentencias de muerte, por lo que el periodista le dio el apodo de “Carnicerito de Málaga” a modo de torero por su semblante serio a semejanza de los diestros taurinos. Dicha etapa no está del todo esclarecida y existen versiones divergentes al respecto que apuntan incluso a un pasado de izquierdas de Arias, no en vano, fue mano derecha de Azaña en la Dirección General de Registros y Notariado y cuando fue apresado en una checa durante la guerra, fue liberado gracias al testimonio favorable del camarero que le servía el café todos los días (que era anarquista), episodio que pudo dar lugar a que se radicalizase, ordenando fusilar al camarero que le salvó la vida, aunque hay otros relatos (desde la izquierda) que lo señalan como un agente doble al servicio de los sublevados. No obstante, parece ser que en sus inicios fue apolítico y cuando se proclamó la República en 1931 y Azaña le preguntó su opinión al respecto, éste se limitó a señalar que no le interesaba la política y que su único objetivo era llegar a ser notario de Madrid. 

Que en vísperas de las primeras elecciones democráticas se rescatase tan siniestro episodio asociado a su pasado dio lugar a una querella del expresidente, y el hecho de que fuese una revista vinculada a Diario 16 y no El País la primera en hacer alusión a la represión del Franquismo de la que ahora hace bandera política la izquierda es revelador, sobre todo cuando Diario 16 era un medio ideológicamente similar a lo que luego ha representado Ciudadanos, oscilante entre el centro y el centro-izquierda y que pese a su equidistancia trataba de mantener más distancias con AP que con el PSOE, satirizando al Ejército, a la Iglesia y a los políticos conservadores. 

En la presentación de su candidatura en televisión, el expresidente volvió a leer el testamento de Franco, cuyo albacea se consideraba e hizo un discurso catastrofista al señalar que España se encontraba en riesgo de entrar en un “clima prerrevolucionario de imprevisibles dimensiones”, además de apelar de manera hipócrita al deterioro de la economía, cuyos efectos se hacían visibles fruto de la inacción de su gobierno.

Su discurso era fuertemente nostálgico, de modo que en el seno de AP le recomendaron que hablase menos de pasado y más de futuro, y como respuesta a dicho requerimiento, quiso marcar terreno y en el mitin de cierre de campaña del 13 de Junio de 1977 en la plaza de toros de Las Ventas hizo su discurso más nostálgico y terminó gritando: “¡Futuro, futuro, futuro!” en una actitud arrogante y de burla contra aquellos que le aconsejaron. Al no ser elegido senador, se retiró definitivamente de la política. 

En definitiva, un personaje dubitativo, sin decisión ni ideas claras, fuertemente contradictorio, un perfil gris y sin carisma que daba bandazos sin seguir una línea clara y coherente, que servía para recibir órdenes, pero no para darlas y que no estaba a la altura de las necesidades de su época, ya que era la viva imagen del anacronismo, siendo lo contrario de lo que debe ser un líder, pues no reunía ninguna de las cualidades para serlo, motivo por el que en su época muchos le apodaron peyorativamente “el viejo pusilánime”, de modo que atendiendo a varios de sus atributos el inquilino de la Moncloa al que más se asemeja es a Rajoy, sólo que con una diferencia: nunca un presidente ha sido tan criticado en sus memorias por sus propios ministros. 

 

Fuentes y bibliografía: 

 

Fuentes: 

ABC

Hemeroteca del Buitre. 

“La Transición”, serie de Victoria de Prego (1995). 

Bibliografía: 

Díaz Herrera, José. “Pedro J. Ramírez al desnudo”, Ed. Foca (2009). 

Penella Heller, Manuel. “Manuel Fraga Iribarne y su tiempo”, Ed. Planeta (2009). 

Ramírez, Pedro J. “Así se ganaron las elecciones, 1977”, Ed. Planeta.

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