Tal vez lo recuerden: ” El problema de un gobierno de coalición con Iglesias tengo que reconocerle que sería un presidente que no dormiría por la noche, junto con el 95% de los ciudadanos de este país, que tampoco se sentirían tranquilos”.
No hay más preguntas, Señoría.
Desde entonces para acá, es verdad que los españoles no dormimos ni medio tranquilos y por una vez dijo la verdad el sátrapa. Pero “las verdades de Sánchez” están justamente para eso, para poder convertirlas cuanto antes en mentiras, porque mentir sobre las mentiras es algo sólo al alcance de los elegidos, que los eleva de la categoría de cínicos o de simples embusteros a la nube gloriosa de los pérfidos autócratas, de los grandes traidores de la Historia o de los inmensos psicópatas a la manera de Calígula.
En el mentiroso de sus mentiras abunda mucho el caprichoso y su ejercicio conlleva las taras del desmemoriado, porque es sabido que para mentir bien hace falta tener buena memoria y la de Sánchez es una desmemoria histórica agravada con una amnesia también del corto y el medio plazo, que cuando no es consecuencia del Alzheimer sólo cabe atribuirla al narcisismo exacerbado, que empuja a la discrecionalidad, a la caprichosería y a la arbitrariedad sin argumentos: o sea, los grandes rasgos de los autócratas del bananerismo tropical con los que caracterizaba Gabriel García Márquez al tirano de “El otoño del patriarca”.
La CNN ‘informaba’ ayer (es un decir) de la lista de senadores del Partido Demócrata que aún no habían felicitado y rendido pleitesía a la victoria aún indemostrada de Joe Biden, ese “don naiden”.
Aún no gobiernan y ya han emprendido la elaboración de listas negras sobre ‘los suyos’, como cualquier secta, como los bolcheviques y como los nazis, donde no se perdona la tibieza, la ponderación ni el protocolo. Están a punto de empezar su propia “noche de los cuchillos largos”, las SS de Kamala y la Gestapo de Sanders purgando a las SA de los demócratas moderados.
En el lado comunista sucedió algo parecido y la farsa y la mentira aún cabalga a lomos de los caballos vencedores. No, Lenin y los bolcheviques no derrocaron el régimen zarista en la Revolución de Octubre de 1917. En aquel momento los zares habían abdicado y habían sido desposeídos. Funcionaba el gobierno de coalición de Kerenski y fue a éstos a los que asestó el golpe la tropa de los falsarios. Y luego, de paso, asesinó a sangre fría al Zar y a toda su familia en los callejones oscuros de su siniestra ordalía.
Adriana Lastra, Ábalos o Marichús Montero, por ejemplo, forman parte de una lista parecida de profesionales del embuste sobre sus propios embustes que levitan y no rozan el suelo de los tibios y que, al terminar los rifirrafes, preguntan siempre, como aquel célebre Pío Cabanillas de la UCD, “¿Quiénes hemos ganado?…”
Sólo así se explica su invulnerable capacidad de soportar el ridículo más extremo al que los somete el jefe con sus continuas invenciones y con sus caprichos vaivenes desde la jerarquía.
Es obvio que lo que les empuja a todos a soportar esos latigazos del jerarca no es un ideal cualquiera, sino un instinto de conservación, la mera supervivencia, porque nadie, ni ellas mismas, serían capaces de imaginarse a Marichús volviendo a un ambulatorio a pasar consulta ni a Adriana Lastra regresando a su agitada vida laboral de fregar escaleras.
Esa lealtad perruna y sin prejuicios, que tanto alaban los animalistas y antiespecistas en los animales domésticos, es lo que prefieren los profesionales del lengüetazo seco y sin anestesia, y por eso en la fiesta de los toros no aprecian la libertad de sangre ni la bravura que le hace frente y se rebela contra el que pretende dominarlos.
Les da miedo la libertad y necesitan el gregarismo y el rebaño para proteger sus miedos de la intemperie. Prefieren pensar que el mero hecho de oponerse a Trump, a Casado o a Abascal les convierte en mejor personas.
Con este gobierno, apoyado por diputados condenados por asesinato, por terrorismo, por secuestro, por golpismo, por pederastia o por atracadores de banco, aquí no duerme tranquilo ni Begoña, catedrática de su melena, ni Tezanos con su varita mágica de hipnotizar encuestas.
He dicho.
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