Pido al lector un esfuerzo por recordar las películas de ciencia ficción que estén en su mochila cinematográfica. Con facilidad podemos sacar un par de rápidas conclusiones: eran en general muy derrotistas y negativas con respecto al futuro, y se han equivocado estrepitosamente en sus predicciones.
“2001,una odisea del espacio”: las máquinas dominan al ser humano y le esclaviza; “1984”: el gran hermano -el comunismo- invade el mundo, controla al hombre reescribe historia; “Terminator”: la tierra ha sido destruida en la guerra entre máquinas y hombres; “Bladerunner”: en 2019 los replicantes quieren sustituir a los humanos; “StarsWar”: la tierra ya no existe; “El planeta de los simios”: los monos han desarrollado inteligencia y esclavizan a los humanos; etc.
Una sencilla reflexión que se puede sacar a primera vista es la poca confianza que tenemos en nosotros mismos como colectivo que se ocupe de cuidar el planeta y sus habitantes. Razones tenemos para ello: basta mirar el número de guerras y la progresiva capacidad destructiva que hemos desarrollado. La experiencia humana es desoladora. El ser humano es destructivo porque lleva en sí una capacidad de aniquilación fomentada por su egoísmo que parece no tener límite.
Hace algo más de 40 años el “Club de Roma” hizo unos diagnósticos tremendistas sobre el futuro del globo terráqueo si seguía creciendo la población humana. Eran algo aterradores. La conclusión final es que ya no cabíamos, que era necesario tomar medidas para evitar el auto-aniquilamiento de la raza humana. Y por supuesto de modo urgente y sin discusión posible porque se establecía como dogma de la ciencia sociológica.
Este organismo nació en abril de 1968 a instancias de Aurelio Peccei, miembro destacado del BilderbergGroup, del comité directivo de la empresa FIAT y del consejo de administración del Chase Manhattan Bank; todo un filántropo benefactor.
El Club de Roma se presentaba como una entidad benefactora al servicio de la lucha por la conservación del planeta. Pero la verdad es que desde que fuera creado, se ha distinguido por sus informes apocalípticos sobre el crecimiento demográfico, informes elaborados en la línea del más puro fabianismo malthusiano y en los que se aboga por un drástico control de la natalidad, en estrecha conexión con las campañas proabortistas promovidas por las Fundaciones Ford y Rockefeller.
La realidad es que los artificiosos planteamientos y los errores de bulto del programa elaborado por el Club en “Los Límites al Crecimiento”, han sido contundentemente refutados por numerosos especialistas ajenos a los abrevaderos oficiales de lo políticamente correcto. Después, varios de esos errores de bulto han sido reconocidos por el propio Club de Roma, aduciendo que tan sólo se trataba de elementos de provocación.
La realidad es que no sobran seres humanos en el planeta tierra. La realidad es que lo que sobran son multimillonarios ególatras vestidos de benefactores que han hecho su fortuna con el tráfico de armas, la trata de blancas, la pornografía y el tráfico de emigrantes: a costa del empobrecimiento de otros.
La realidad es que el ser humano es destructivo cuando prescinde de su condición de criatura, cuando deja de lado a Dios. Entonces se convierte en un absoluto, un déspota que aniquila el planeta y le sobran habitantes porque sólo quiere esclavos, de cuerpo o de mente. Esa es la realidad que hay detrás del catastrofismo del Club de Roma y de la ideología imperante a nivel mundial, del comecocos del pensamiento único.
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