Todo tiene un límite; la vida, también. Pero tener que escuchar a los tíos y machirulas de Bildu hablar de “muerte digna” sobrepasa cualquier cinismo imaginable y pertenece al más allá.
A la izquierda le vale todo porque piensa que su legitimidad le viene de eso mismo, de ser de izquierdas, concepto hueco y carente de ningún significado que hoy se reduce a la casi nada de sentarse a ese lado en el Congreso según se mira desde la tribuna, aunque mirados desde donde los miramos todos, que es a través del plasma, quedan a la derecha y a la muy derecha del mundo mundial.
En la antología de los disparates nacionales tendrá un hueco algún día esta etapa irredenta que inició un gañán llamado Zapatero, el cual identificaba a izquierdas y derechas según llevaras un paquete de Winston en el bolsillo (“fumar es de derechas”, dixit) o por lucir pelambre en el mentón (izquierdas) aunque él llevara rasurada su jeta de Mr. Bean como el trasero de un mandril.
Pero apareció Rajoy “el Rojo”, que usaba barba de alto funcionario de la Junta de Griñán pero fumaba puros en la intimidad, y se le jodió al simplón su taxonomía de botarate.
A Zapatero le tocó pedir perdón por haber agravado la crisis económica de 2008 con sus ocurrencias de gastar dinero en naderías inútiles y estupideces que iban desde el feminismo cafre a los planes E.
Cuando se puso a despilfarrar en arreglar cunetas las abría para buscar huesos de republicanos y entonces le saltaban a la cara los cadáveres del Bando nacional descuartizados por las hachas del secretario del PSOE local de Baena, que mandó sacrificar a 71 hombres, niños y mujeres, entre ellos al tío-abuelo del diputado de Vox Contreras. Los eutanasió, por decirlo de algún modo, con un mero incumplimiento de las formas y los protocolos que la nueva ley exige, pero un defecto procedimental siempre es subsanable y puedes rellenar a posteriori los formularios para que se ajuste todo a la legalidad.
O sea, que Zapatero pretendió vaciar el mar con un cubito de playa y sentado en la orilla como en las meditaciones escatológicas de San Agustín sobre la Trinidad.
En realidad fue Pedro Solbes, el ministro de Economía con Zapatero, el que pidió disculpas por haberse comportado entonces como un irresponsable y un sectario, lo cual no sirvió para reponerle algo de la dignidad perdida, como le sucederá también a Marlaska, convertido ya en un bribón de medio pelo sin redención posible ni siquiera cuando ensaye su regreso a la Audiencia Nacional.
Reponer a Marlaska en su lugar de origen revestido de encajes y puñetas será como vestir a una Patrona laica para una liturgia procesional, pero nadie va a guardarle fe a una muñeca rota disfrazada de bordados y medallas porque ya ha perdido lo esencial: el respeto y la dignidad.
La muerte es una cosa siempre indigna, a la que revestimos de solemnidad porque nos infunde miedo y no admite castigo ni venganza. No hay represalia posible ni justicia que aplicarle y no sabemos lo que vendrá después…, si es que viene algo.
Lo que al PSOE y a las izquierdas debiera preocuparles no es la muerte digna, que de ello ya se encargan los médicos, sino la dignidad en vida, que no la encuentran porque no hay dignidad posible en la mentira permanente en la que vive Sánchez, ni tampoco puede haberla en las trapacerías de Ábalos, en el bocachanclismo de Iglesias e Irene Montero, ni en las pistolas humeantes de los asesinos de ETA y sus endemoniados secuaces que se atreven a aplaudir y a manifestar su contento cuando se aprueba una Ley que despenaliza arrebatar una vida a otro. A ellos les suena.
A un condenado a la pena capital por sus crímenes le puedes convencer de que acepte la pena impuesta con el único argumento de su inevitabilidad, que es lo que pretenden ahora con esa ley que no está diseñada para los casos dolorosos in extremis que cada cual pretende imaginarse, sino para propagar el miedo y que los reos de una enfermedad incurable llamada vejez acepten cuanto antes ahorrarle gastos al Estado en tratamientos y en pensiones.
En algún despacho acristalado de la maquinaria del Estado alguien tiene el cálculo preciso de cuánta pasta más habrá para asesores cuando esa industria de la muerte alcance su velocidad de crucero. Como ocurre en el Benelux.
Nos alargan la vida, también los años necesarios de cotización para jubilarnos y nos aplicarán diez años más el cálculo sobre nuestra vida laboral, lo que conllevará una reducción mínima del 20% sobre la pensión a percibir. Y por menos tiempo, porque de algo vamos a morirnos.
A la muerte estamos condenados todos, así que sólo se trata de acelerarlo para liberar el presupuesto. Mientras tanto, ellos aplauden leyes que hablan de fetos arrasados, de muertos por desenterrar y de vivos que han de morirse cuanto antes para dejar sitio a más amigotes de la pandilla de Sánchez.
Y lo llaman dignidad y aplauden.
He dicho.
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