Todos los sondeos sobre intención de voto indican que el PSOE, o Sánchez, va en caída libre y, sin embargo, el Gobierno continúa ahondando en sus majaderías de modo frenético, como si deseara estamparse lo más pronto posible en el fondo del barranco electoral.
¿Acaso son tontos sin remedio? No. La única posibilidad para alguien que proclama planes a 10 o a 30 años (“dentro de 6 años…”, dijo Sánchez el otro día para referirse a un asunto menor en el que él se contemplaba como timonel) es que estos tipos tengan la convicción absoluta de que las disparatadas apuestas que realizan, incluidas la reducción masiva de consumo de carne, la obsolescencia de todos nuestros vehículos, los indultos a golpistas o la eliminación de las fuentes de ingresos tradicionales, no se reflejarán en los resultados de las próximas elecciones generales.
Para tener semejante convicción no basta con adaptarse a la ensoñación gratuita de quien viene del futuro ni creerse heredero de Nostradamus, sino que quien realiza tal apuesta de alto riesgo sólo puede ser un completo insensato o bien haber llegado a la conclusión definitiva de que los resultados electorales serán los que él decida de antemano.
No hay opciones intermedias y tengo la impresión de que el plan de Sánchez incluye el bastardeo completo de los resultados. No hay otra manera de interpretar esta aparente molicie que exige un desdén infinito por los mecanismos de transparencia y democracia.
Los cambios realizados en la legislación electoral en los dos últimos años mostraron cierto grado de eficacia en el reciente proceso electoral de Cataluña, pero se revelaron absolutamente ineficientes en los comicios de Madrid, donde diversas circunstancias impidieron que los resultados fueran otros, aunque un análisis más atento y pormenorizado permita vislumbrar que los errores e impedimentos estuvieron muy cerca de traducirse en una catástrofe para los conservadores.
Para muchos, la victoria registrada en Madrid demuestra con claridad que el mecanismo de recuento de votos está libre de sospechas y de riesgos, lo cual carece de sentido cuando la ley se incumple por sistema o cuando se modifican las normas permitiendo que se abran nuevas grietas en el sistema.
No pretendo hacer recuento aquí y ahora de las numerosas debilidades de un modelo que las autoridades no permiten que se abra a la más completa transparencia y que, en lugar de coger los desconchones provocados por la introducción de elementos extraños al proceso, entre ellos la informática, continúe generando nuevos arañazos por donde transpire la húmeda posibilidad de un fraude.
Sabemos que Sánchez es un ególatra enfermizo y un narcisista a tiempo completo, pero no resulta muy prudente conformarse con que eso es suficiente para explicar las raras ensoñaciones a 30 o a 100 años de un tipo al que se le va la vida en sostenerse en el poder y sería demasiado ingenuo considerar que este individuo, fantasioso y mudable hasta la exasperación, no hará cualquier cosa que esté en su mano para perpetuarse en su capricho y en su patología.
El único pragmatismo reconocible de Sánchez es el de que hará todo lo posible y lo imposible por continuar con las llaves del Falcon en el bolsillo. Las consecuencias de sus enunciados y ensoñaciones le importan tres puñetas siempre que conserve el BOE en su poder y, si hace falta, se merienda al presidente de Indra, la empresa que realiza los recuentos provisionales, como así lo ha hecho, a pesar de que hace sólo dos meses Abril Martorell fue recompensado por el consejo de administración con 2,4 millones de euros por su buena gestión al frente de la multinacional participada por el Estado.
Claro está que en marzo el Gobierno aún no conocía que los datos en los comicios de Madrid iban a ser tan inoportunos y gravosos para las intenciones de Sánchez.
Ahora irán a calzón quitado.
He dicho.