El precio que está pagando la economía catalana por el desafuero independentista es brutal. Sólo entre los dos grandes bancos catalanes, La Caixa y Banco Sabadell, han perdido más de 9.000 millones de euros en depósitos. Cerca de 700 empresas con sede en Cataluña han pedido ya su traslado fuera de la comunidad por la inseguridad jurídica que se ha generado. No se fían de esa hipotética gestión secesionista y mucho menos de la respuesta de la Comunidad Europea, que no reconocerá bajo ninguna circunstancia a quienes quieren romper las reglas del juego democrático.
Nosotros, como andaluces, no podemos alegrarnos de que las empresas catalanas salgan de su tierra por varios motivos. Primero porque no todas pueden hacerlo. Las grandes, las mismas que callaron cuando había que denunciar con antelación la sinrazón separatista, juegan con ventajas frente a las pequeñas, que ni tienen fábricas fuera ni tan diversificada su clientela. Segundo porque más temprano que tarde, la novena provincia andaluza sufrirá los efectos de la secesión, cerrarán pymes, habrá despidos, pérdidas de clientes, etc. Y los inmigrantes andaluces lo sufrirán en su propias carnes.
La deslocalización empresarial sólo ha servido para mostrar la cara oculta de esa CataDisney que han vendido como el nuevo Eldorado, donde habría tortas por entrar. Esa es la única función positiva que han cumplido, que no es poco. Ahora bien, las cosas funcionan dentro de una lógica. Y esa se llama unidad y supra nación. Unidad de España y unidad de mercado. Sobre la primera, son 500 años en la misma empresa histórica y nos ha ido muy bien: formamos parte de una élite de naciones con proyección internacional, por nuestra lengua y cultura. Sobre lo segundo, es absurdo que 17 comunidades legislen de forma imparable medidas contradictorias entre regiones; si un modelo de enchufe es válido en Murcia lo es también en Gran Canaria.
Supra nación porque pertenecemos a Europa. Porque las fronteras entre las naciones con bases muy parecidas han desaparecido para unirse en una comunidad que ya piensa en común, en una sola moneda y un solo mercado. Es la única forma de blindarnos frente a amenazas externas. Y también de esta provocación separatista, una aventura sentimentaloide que no conduce nada más que al fracaso y al odio entre iguales.