El diario 20 minutos publica hoy una entrevista al alcalde de Sevilla, una entrevista que bien podrían tomarse los sevillanos como una especie de edicto municipal. El periódico matutino hace las veces del viejo pregón: “De orden del señor alcalde se hace saber…”.
Juan Espadas se mueve entre esperanzas y disimulos, no le queda otra. Debe saberlo mejor que nadie perteneciendo a un partido al que, por mucho que legítimamente quiera defender en sus declaraciones, ha causado estragos en la economía nacional. El país está saturado de eufemismos socialistas, de torturas y malformaciones del lenguaje debidas a Pedro Sánchez y sus secuaces. Uno de los trucos baratos por el que todo el mundo ve lo que el aficionado a mago esconde en la manga, consiste en repetir que la destrucción del tejido productivo la ha causado el coronavirus. Falso. La gravísima situación económica y laboral en la que ahora se encuentra España, y por lo tanto Sevilla, se debe a un enloquecido ambicioso de poder dictatorial llamado Pedro Sánchez, que ha implantado un estado de alarma -de más que dudosa constitucionalidad según relevantes juristas- que va camino de superar los tres meses. Ha sido de una bajeza política despreciable aprovechar una pandemia como coartada perfecta para encontrarse con el juguete idóneo que facilitara la cobertura legal de un peligroso y demente totalitarismo. Sin olvidar que las prórrogas las ha obtenido canjeando la unidad de España por independentismos y, como en el caso de Ciudadanos, por protagonismos como el de Inés Arrimadas, al que Carlos Herrera ya nombra como “mamá Inés” y otros la llaman “reina por un día”.
Espadas se ha quedado entre él mismo y la pared. No puede encontrar otras posibilidades. Ni para Altadis, ni para los nuevos trayectos del Metro, ni para el turismo, ni para las convenciones… Se encuentra bloqueado en una mínima zona de apuro, de escueto espacio que sólo podría agrandarle Europa. Ya ven, Europa dice él, que aún no ha llegado con las rebajas de octubre que traerán los hombres de negro a quienes los más optimistas esperan de gris.
El alcalde parece responder ya con la natural ventriloquía que le brinda un PSOE sanchista al que atacan hasta los socialistas de pura cepa, como Felipe González y Alfonso Guerra, y comunistas como Ramón Tamames, que enjuician como incesantes disparates del Gobierno lo que están a llegando a ver. Por eso Espadas anuncia y anuncia planes embebido e inamovible en la única movilidad del transporte público -¿el pilar de la movilidad una cosa que tarda tanto en llegar y es tan cara?-, reincidente en limitar el vehículo privado, en criminalizar su uso, pero sin rebajar el impuesto de circulación en la ciudad que está poniendo imposible circular. Eso sí parece gustarle de los coches, que apoquinen a sus arcas municipales. Está claro que la democracia ya no es una aspiración de supuestos demócratas, cada vez más complacientes con leyes de embudo. La democracia ha dejado de ofrecer libertades que elegir para camuflar imposiciones puras y duras.
Espadas es el alcalde, como tantos, de una ciudad que ya no le pertenece salvo en sus sueños. Sevilla se la han arrebatado Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y todavía queda lo que le quite la Comisión Europea. Pero un soñador así es un incorregible reincidente que aún se erige en guía para todos de una tierra prometida: “Los sevillanos tienen que tener la tranquilidad de que no va a quedar nadie atrás”. Tranquilidad es lo último que puede inspirar hoy el socialismo, un sinónimo a estas alturas de comunismo.